El hombre imperfecto. Jessica Hart

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El hombre imperfecto - Jessica Hart Omnibus Jazmin

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a Dickie.

      –¿Y qué tiene de malo mi aspecto?

      Allegra hizo caso omiso de la pregunta de Max y se giró hacia el estilista.

      –¿Qué imagen te parece la más adecuada? ¿Algo funky? ¿Algo suave y más refinado?

      Dickie volvió a estudiar a Max.

      –En mi opinión, debería ser algo refinado. Pero con un toque duro.

      –No podría estar más de acuerdo contigo. Necesita ropa interesante, pero no demasiado obvia. Yo optaría por una imagen ligeramente extravagante, para que Darcy piense que es un hombre seguro de sí mismo y que no le importa la opinión de los demás.

      Dickie asintió.

      –¿Extravagante? Sí, sí… quizás.

      –Entonces, ¿qué te parece? –preguntó Allegra, cuya ansiedad empezaba a ser evidente–. ¿Puedes hacer algo por Max?

      En respuesta, Dickie dio una palmada para llamar la atención de sus subalternos, que habían contemplado la escena en silencio.

      –Quitadle la camisa –ordenó.

      –Pórtate bien –susurró Allegra a Max.

      –Me estoy portando bien.

      –Eso no es verdad. Miras a Dickie como si lo odiaras con toda tu alma –replicó Allegra en voz baja–. ¿Quieres que yo mire igual a Bob Laskovski?

      –No.

      –Entonces, pórtate bien.

      Max se puso tenso cuando los ayudantes de Dickie lo rodearon y le empezaron a desabrochar la camisa; pero Allegra se puso detrás del estilista y le hizo un gesto para que recordara que, si aquello salía mal, no lo acompañaría a la cena con su jefe.

      Cuando por fin le quitaron la camisa, Dickie y Allegra soltaron un silbido de admiración. ¿Quién se habría imaginado que Max ocultaba un torso tan ancho y sexy debajo de la ropa?

      Allegra lo encontró tan deseable que apartó la vista y se intentó concentrar en sus notas. Sin embargo, su mirada volvió una y otra vez al cuerpo de Max; sobre todo, cuando le quitaron los pantalones y lo dejaron en calzoncillos.

      Al cabo de unos minutos, Dickie chasqueó los dedos y la sacó de sus confusos y algo tórridos pensamientos.

      –¿Allegra? ¿Qué te parece?

      Max llevaba un traje precioso, con una camisa oscura y una corbata a rayas que, a pesar de ser algo extravagante, hacía juego. Si no hubiera sido por su expresión de enfado, habría estado realmente fantástico.

      –Me encanta. La camisa le queda muy bien.

      Max se estremeció.

      –Me siento ridículo –protestó.

      –Pues no lo estás.

      –Tendremos que cortarle el pelo –dijo Dickie.

      Allegra echó un vistazo a su lista.

      –Sí, ya lo había previsto. Es lo siguiente.

      –Y hacerle la manicura.

      –Oh, no –Max dio un paso atrás–. ¡No, no, no!

      –Sí –replicó Allegra con una sonrisa helada–. Y deja de protestar, que no te va a doler. Aunque no estoy segura de que se pueda decir lo mismo del depilado.

      Max la miró con horror.

      –¿El depilado?

      –Claro, de la espalda y otras zonas…

      –Pero…

      Max no terminó la frase. Por la expresión irónica de Allegra, supo que le estaba tomando el pelo y soltó un suspiro de alivio.

      Ella se rio y dijo:

      –Bueno, será mejor que te quitemos el traje. Nos vamos a la peluquería.

      Max se llevó una mano al cuello. Si le hubieran puesto una simple camisa oscura, no le habría molestado; pero era una camisa oscura con estampado de flores, y se sentía inmensamente ridículo. Por suerte, la experiencia con el peluquero no había sido tan desagradable para él. Se limitó a lavarle el pelo, cortárselo y, por último, afeitarlo.

      En ese momento, varias horas después, se encontraba en el interior del elegante club Xubu, sentado a una mesa en compañía de Allegra y del fotógrafo, Dom. Max echó un vistazo a los clientes y pensó que no se parecían nada a los ingenieros con los que salía a tomar copas. La mayoría eran más jóvenes que él, y todos llevaban una ropa tan extravagante como la suya.

      –Es un lugar fabuloso, ¿verdad? –dijo Allegra.

      Max guardó silencio.

      –Increíble… Chris O’Donnell está sentado detrás.

      –¿Quién es Chris O’Donnell?

      Allegra lo miró con asombro.

      –¿Es que no lo sabes?

      –¿De dónde has salido? ¿De Marte? –intervino Dom.

      –Chris O’Donnell es una estrella del rock –explicó Allegra, aún desconcertada con la ignorancia de Max–. Lo acaban de nombrar el hombre más sexy del país. Se eligió por votación popular, y confieso que yo misma lo habría votado.

      Max arqueó las cejas.

      –No sabía que te gustaran tanto los roqueros, Piernas. ¿Estás segura de lo que dices? Tu madre no lo aprobaría.

      Allegra se ruborizó.

      –Bueno, no estoy diciendo que quiera tenerlo de novio –comentó–. Pero debes admitir que está muy bueno.

      Max cambió de conversación porque no quería hablar de los gustos de Allegra en materia de hombres.

      –¿Flick ya sabe que te han hecho un encargo en la revista?

      Ella asintió.

      –Sí, la llamé anoche y se lo dije.

      –¿Y cómo reaccionó?

      Allegra soltó un suspiro.

      –Ya conoces a mi madre. Se limitó a felicitarme con frialdad cuando le dije que puede ser importante para mi carrera. Supongo que es natural. Cuando te dedicas a escribir sobre asuntos económicos y políticos, te parece que los artículos de Glitz son superficiales. Creo que lo encuentra un poco estúpido.

      Max siempre había compartido la opinión de Flick; pero, por alguna razón, le molestó que despreciara el trabajo de su hija.

      –Tendrías que habérselo explicado como me

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