El hombre imperfecto. Jessica Hart
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–Sí, es verdad. Aunque ningún dibujo puede captar tu encanto, Darcy.
Darcy rompió a reír, encantada con el cumplido, y Allegra tuvo ganas de vomitar.
Max estaba coqueteando descaradamente con ella. Quizás había llegado el momento de levantarse y dejarlos a solas.
–Bueno, será mejor que me vaya.
–No, no te vayas todavía –dijo Max.
A Allegra le sorprendió. Creía que Max se quería librar de ella.
–Si ya has terminado de trabajar, tómate una copa con nosotros –continuó él.
–Sí, por supuesto –dijo Darcy con otra de sus sonrisas, mientras le acariciaba el hombro a Max–. Es una suerte que se te ocurriera la idea de escribir ese artículo. De lo contrario, nunca habría conocido a Max. Sinceramente, no puedo creer que ninguna mujer le haya echado el lazo todavía.
–Sí, es asombroso.
Allegra miró a Max, que sonrió y le dio la carta de los cócteles.
–Prueba algo de nombre ridículo. Así te podrás reír de mí cuando se lo pida al camarero.
Allegra tragó saliva e intentó concentrarse en la carta. ¿Se estaría poniendo enferma? Se sentía acalorada, tensa.
Desafortunadamente, la lista de los cócteles no contribuyó a calmar su ansiedad. Estaba llena de cosas con nombres tan evocadores como Beso húmedo, Grito de orgasmo, Revolcón en la playa y Sexo contra la pared.
Al final, carraspeó y dijo:
–Tomaré un Martini Dry.
–Cobarde –se burló Max.
Darcy miró a Allegra y le empezó a hablar sobre el rodaje que había comenzado el día anterior. Conocía a Dickie, a Stella y a muchas de sus compañeras de Glitz, y era tan absolutamente encantadora que, a pesar de su insistencia en coquetear con Max, Allegra no pudo evitar que le cayera bien.
De vez en cuando, Darcy metía la mano por debajo de la mesa y Allegra tragaba saliva y se preguntaba dónde lo estaría tocando y qué le estaría haciendo. Se sentía tan mal que se bebió el Martini a toda prisa para marcharse cuanto antes. Pero la modelo no le concedió esa oportunidad. Antes de que Allegra se diera cuenta de lo que había pasado, ya le había pedido una segunda copa.
–Es lo justo –declaró Darcy con alegría–. A fin de cuentas, te has tomado una menos que nosotros.
Capítulo 4
ALLEGRA se tomó una segunda copa y, a continuación, una tercera. Ya no recordaba por qué se había sentido tan incómoda. Se lo estaba pasando en grande, intercambiando anécdotas de citas desastrosas con la modelo, mientras Max las observaba con humor.
–No nos mires así –protestó Allegra–. Seguro que tú también has tenido alguna cita que ha sido un desastre.
–¿Como esta? –replicó él en tono de broma.
–No. Me refiero a citas de verdad –dijo Allegra, indignada.
Darcy asintió.
–Citas terribles. Las típicas situaciones en las que te das cuenta de que te has equivocado por completo y solo quieres huir.
–O peor aún –intervino Allegra–, cuando alguien te gusta mucho y te das cuenta de que tú no le gustas a él.
Max sonrió.
–Sinceramente, no sé de qué estáis hablando.
Darcy hizo caso omiso.
–Yo le echo la culpa a mi padre. Puso el listón tan alto que ninguno de los hombres con los que he salido puede estar a su altura.
–Tienes suerte de tener padre –comentó Allegra.
Allegra lo dijo con tristeza. En su certificado de nacimiento solo aparecía el nombre de su madre, y Flick se negaba a hablar de su padre. Cada vez que se interesaba al respecto, le decía que había sido un error y cambiaba de conversación rápidamente. De niña, Allegra se imaginaba que su padre era una estrella de cine o un príncipe de algún reino europeo y que, cualquier día, se presentaría a buscarla.
Pero, obviamente, su padre no se presentó.
–Bueno, creo que ya habéis bebido bastante –dijo Max, que llamó al camarero para que les llevara la cuenta–. Es hora de volver a casa.
–No me quiero ir a casa. Quiero tomar otra copa –dijo Allegra.
Max no le hizo caso. La tomó del brazo y la levantó con una fuerza que a Allegra le pareció sorprendente.
–¿Quieres que te pida un taxi, Darcy?
–Te lo agradezco mucho, pero me quedaré un rato. –Darcy saludó a alguien que estaba detrás de ellos–. Quiero hablar con Chris.
–Oh, Dios mío… ¿Conoces a Chris O’Donnell? –chilló Allegra.
Afortunadamente, Max se la llevó del brazo y la sacó del local antes de que pudiera hacer el ridículo.
–¿Qué estás haciendo? –protestó–. ¡Era mi oportunidad de conocer a Chris O’Donnell!
–Estás borracha, Piernas. Aunque Darcy te lo hubiera presentado, mañana no te acordarías de nada.
–Por supuesto que…
Allegra resbaló en ese momento. De no haber sido por los reflejos de Max, que la agarró del brazo, se habría dado un buen golpe.
Él suspiró y dijo:
–Será mejor que vayamos en taxi.
Allegra parpadeó, intentando enfocar la mirada.
–¿Un taxi? Aquí no conseguiremos un taxi.
–¿Estás segura?
Max la dejó apoyada en la pared, se llevó dos dedos a la boca y soltó un intenso silbido. Segundos más tarde, se detuvo un taxi.
Tuvo tantas dificultades para subir al vehículo que, al final, Max decidió intervenir y meterla dentro. Allegra se quedó despatarrada, en una posición muy poco digna. Y, cuando por fin se puso recta, fracasó en el intento de encontrar el enganche del cinturón de seguridad.
De nuevo, Max acudió en su ayuda. Se inclinó sobre ella y le puso el cinturón.
Al ver su cabello, Allegra sintió un deseo tan arrebatador de acariciárselo que se despabiló al instante. Luego, respiró hondo y se apretó contra la portezuela del lado contrario, para distanciarse de él.
–La experiencia ha sido un éxito, ¿no crees?
Allegra