Un cuento de magia. Chris Colfer

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Un cuento de magia - Chris Colfer

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eso es maravilloso, cariño –dijo con una sonrisa poco convincente–. Me alegra oírlo.

      –No pareces muy alegre –le dijo Brystal–. ¿Qué ocurre, mamá? ¿No se supone que sea feliz?

      –¿Qué? No, claro que no. Todos merecen un poco de felicidad de vez en cuando. Todos. Y nada me hace más feliz que saber que eres feliz, es solo que… que…

      –¿Qué?

      La señora Evergreen le esbozó una sonrisa a su hija nuevamente, pero esta vez Brystal sabía que era genuina.

      –Extraño que estés cerca, eso es todo –confesó–. Ahora, ve arriba antes de que tu padre o tus hermanos te vean. Yo prepararé los platos mientras tú limpias. Cuando hayas terminado, puedes ayudarme en la cocina. Felices o no, el desayuno no se prepara solo.

      La semana siguiente, Brystal siguió el consejo de su madre con mucha seriedad. Para evitar quedarse dormida en la biblioteca de nuevo, limitó su horario de lectura nocturna a solo una hora luego de terminar con sus tareas nocturnas (dos horas como mucho si encontraba algo que le parecía muy interesante) antes de prepararse y regresar a casa. No podía leer todo lo que quería, pero cada segundo que pasaba en la biblioteca era mejor que nada.

      A las altas horas de una noche, mientras buscaba algo para leer, Brystal se encontraba dando un paseo por un corredor largo y serpenteante en el primer piso. De todos los sectores de la biblioteca, comprendió que este era su menos favorito, ya que siempre necesitaba mucha limpieza. Los estantes estaban repletos de colecciones de registros públicos viejos y ordenanzas desactualizadas, por lo que no era ningún misterio por qué este lugar estaba prácticamente olvidado.

      Mientras Brystal revisaba los estantes al final del corredor, un libro que se encontraba por encima de todo le llamó la atención. A diferencia de todos los registros con tapa de cuero que lo rodeaban, este tenía una cubierta de madera y prácticamente pasaba desapercibido sobre el estante de madera.

      Nunca antes había visto un libro tan extraño, por lo que, maravillada por su camuflaje particular, comenzó a preguntarse si alguien alguna vez lo había visto.

      –¿Es posible que haya libros en esta biblioteca que nunca nadie haya leído antes? –se preguntó en voz alta–. ¿Qué tal si yo soy la primera persona en leer algo?

      La idea era muy estimulante. Acercó la escalera hacia el final del corredor y subió hacia la parte superior del estante. Intentó retirar el libro de madera, pero este no cedió.

      –Probablemente, haya estado aquí por siglos –especuló.

      Brystal intentó sacar el libro nuevamente con todas sus fuerzas, pero no se movió. Uno de sus pies se resbaló de la escalera, ya que había usado todo su peso para aflojarlo, pero eso ni siquiera sirvió. No importaba cuánta fuerza hiciera, el libro de madera no se apartaba del estante.

      –¡Debe estar atornillado! ¿Qué clase de persona enferma clavaría un libro a… ¡AAAAAAHH!

      Sin advertencia, Brystal y la escalera fueron empujadas al piso por algo grande y pesado. Cuando levantó la vista, descubrió que toda la estantería se había apartado de la pared y daba lugar a un pasadizo escondido largo y oscuro. Pronto comprendió que el libro de madera no era un libro, sino ¡una palanca que abría una puerta secreta!

      –¿Hola? –preguntó Brystal con nerviosismo hacia el pasadizo–. ¿Hay alguien ahí?

      Lo único que escuchó fue el eco de su propia voz.

      –Si alguien puede oírme, lo siento –dijo–. Solo estaba limpiando el estante y se abrió. No esperaba encontrar una puerta hacia… hacia… dónde sea que lleve este pasadizo terrorífico.

      Una vez más, no obtuvo respuesta. Brystal asumió que el corredor oculto estaba igual de vacío que el resto de la biblioteca y no vio ningún peligro en inspeccionarlo. Tomó un farol y caminó lentamente por el pasadizo para ver hacia dónde llevaba. Al final, se encontró con una puerta de metal con una placa atornillada a esta que decía:

      SOLO PARA JUECES

      –¿Solo para Jueces? –leyó en voz alta–. Qué extraño. ¿Por qué los Jueces necesitarían una habitación secreta en la biblioteca?

      Sujetó el picaporte y su corazón comenzó a agitarse al comprender que estaba abierta. La puerta de metal crujió al abrirse y el eco resonó por toda la biblioteca vacía detrás de ella. La curiosidad le nubló el juicio y, antes de poder detenerse, ignoró el letrero y cruzó la puerta.

      –¿Hola? ¿Hay alguien aquí? –preguntó–. Una sirvienta inocente va a pasar.

      Al otro lado de la puerta, Brystal se encontró con una habitación pequeña de techo bajo. Por suerte, estaba vacía tal como lo había imaginado. Las paredes no tenían ventanas ni cuadros, sino que estaban cubiertas por estantes negros. El único mueble que había era una mesa pequeña con una única silla en el centro de la habitación. Encontró un candelabro vacío sobre la mesa y un perchero a un lado de esta con solo dos ganchos: uno para un sombrero y otro para un saco. A juzgar por los pocos muebles, Brystal comprendió que la habitación estaba diseñada para solo ser usada por un Juez a la vez.

      Se colocó sus gafas de lectura y levantó el farol hacia un estante para ver qué clase de libros guardaban en esta biblioteca secreta. Para su sorpresa, la colección de los Jueces era escasa. Cada estante contenía menos de una docena de obras y cada libro estaba junto a una pila de papeles. Brystal tomó el libro más pesado del estante que tenía más cerca y leyó la portada:

      HISTORIA Y OTRAS MENTIRAS

      Por ROBBETH FLAGWORTH

      El título era difícil de leer porque el libro estaba cubierto de cenizas. Brystal acercó el farol más cerca y vio que la portada del frente tenía un sello con unas letras enormes:

      –¿Prohibido? –leyó en voz alta–. Bueno, eso parece tonto. ¿Por qué alguien necesitaría prohibir un libro?

      Abrió el libro y leyó la página en la que quedó. Luego de leer por encima algunos párrafos, encontró una respuesta:

      Uno de los mayores engaños de la “historia” registrada fue la razón que llevó a la Ley de Desgarrificación del 339. Durante cientos de años, se le contó al pueblo del Reino del Sur que el Rey Champion VIII desterró a los trolls por actos de vulgaridad, pero esto no fue nada más que propaganda para encubrir una conspiración macabra en contra de una especie inocente.

       Antes de que la Ley de Desgarrificación del 339 fuera promulgada, los trolls eran participantes activos y respetados de la sociedad del Rey del Sur. Eran artesanos muy talentosos y construyeron muchas de las estructuras que hoy podemos ver en la plaza central de Colinas Carruaje. Vivían en tranquilidad en las cavernas de la región sudoeste y se los consideraba una minoría pacífica y reservada.

      En el 336, mientras expandían sus cavernas en el sudoeste, los trolls descubrieron

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