Un cuento de magia. Chris Colfer
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El rey miró hacia el pasillo que se encontraba en el otro extremo del salón, pero estaba igual de vacío. No solo no había sirvientes y soldados, sino que también toda la luz había desaparecido. Cada vela en los candelabros y cada antorcha en las paredes estaba apagada.
–¿Hola? –dijo Champion por el corredor–. ¿Hay alguien ahí? –prosiguió, pero lo único que escuchó fue el eco de su voz.
El rey avanzó por el castillo con cautela en busca de otro ser vivo, pero lo único que encontró fue más y más oscuridad en cada rincón. Era increíblemente perturbador; había vivido en ese castillo desde pequeño y nunca lo había visto tan desposeído de vida. Miró a través de cada ventana con la que se cruzaba, pero la lluvia y la niebla le impedían ver algo afuera.
Eventualmente, el rey dobló en la esquina de un corredor largo y vio una luz parpadeante en su oficina privada. La puerta estaba completamente abierta y alguien parecía disfrutar del calor del fuego. Habría sido una imagen muy tentadora, de no ser por las circunstancias tan inquietantes. Con cada paso que daba, el corazón del rey latía cada vez más rápido, por lo que se asomó por la puerta ansiosamente para ver quién o qué lo esperaba en el interior.
–¡Ah, miren! ¡El rey se despertó!
–Al fin.
–Bien, bien, niñas. Debemos ser respetuosas con Su Majestad.
El rey encontró a dos niñas y a una mujer hermosa sentadas en el sofá de su estudio. Al entrar, se pusieron de pie e hicieron una reverencia hacia él.
–Su Majestad, es un honor conocerlo –dijo la mujer.
Llevaba un elegante vestido violeta que combinaba con sus inmensos ojos brillantes y, curiosamente, tenía un único guante cubriéndole el brazo izquierdo. Su cabello oscuro estaba atado por detrás con un tocado elaborado con todo tipo de flores, plumas, y un velo corto sobre su rostro. Las niñas no parecían tener más de diez años y llevaban túnicas blancas y lisas, acompañadas de un turbante sobre sus cabezas.
–¿Quién rayos son ustedes? –preguntó Champion.
–Ah, discúlpeme –dijo la mujer–. Yo soy Madame Weatherberry y ellas son mis aprendices, la señorita Tangerina Turkin y la señorita Cielene Lavenders. Espero que no le moleste que nos hayamos acomodado en su oficina. Venimos desde muy lejos y no pudimos resistirnos a un agradable fuego mientras esperábamos.
Madame Weatherberry parecía ser una mujer muy cálida y carismática. Era la última persona que el rey esperaba encontrar en el castillo abandonado, lo cual hacía que, en muchos sentidos, la mujer y la situación fueran mucho más extrañas. Madame Weatherberry extendió su brazo derecho para estrechar la mano de Champion, pero él rechazó el amigable gesto. En cambio, el monarca miró a sus huéspedes inesperadas de arriba abajo y dio un paso hacia atrás.
Las niñas rieron entre dientes y miraron al rey paranoico, como si estuvieran viendo su alma y la encontraran divertida.
–¡Esta es una habitación privada de la residencia real! –las regañó Champion–. ¡¿Cómo se atreven a entrar sin permiso?! ¡Puedo hacer que las azoten por esto!
–Por favor, disculpe nuestra intromisión –dijo Madame Weatherberry–. Es muy ajeno a nosotras entrar sin permiso a la casa de alguien, pero me temo que no tuvimos otra opción. Verá, he estado escribiéndole a su secretario, el señor Fellows, desde hace mucho tiempo. Esperaba poder concretar una audiencia con usted, pero, desafortunadamente, el señor Fellows nunca respondió ninguna de mis cartas; es bastante ineficiente, si no le molesta que lo diga. Tal vez, sea hora de reemplazarlo, ¿qué le parece? De todos modos, hay un asunto muy urgente que me gustaría tratar con usted, por eso estamos aquí.
–¿Cómo entró esta mujer a mi castillo? –gritó el rey hacia el corredor vacío–. ¡¿En dónde rayos, en el nombre de Dios, están todos?!
–Me temo que todos sus súbditos no están disponibles por el momento –le informó Madame Weatherberry.
–¿Qué quiere decir con que no están disponibles? –preguntó Champion con una voz ronca.
–Ah, nada de qué preocuparse; solo un pequeño encantamiento para asegurar nuestra seguridad. Le prometo que todos sus sirvientes y soldados regresaran una vez que terminemos de hablar. Siempre consideré que la diplomacia es mejor cuando no hay distracciones, ¿no lo cree?
Madame Weatherberry habló con un tono calmo, pero una palabra en particular hizo que Champion abriera los ojos con mayor intensidad y la presión le comenzara a subir.
–¿Encantamiento? –el rey tomó una bocanada de aire–. Usted es… es… ¡una BRUJA!
Champion señaló a Madame Weatherberry con tanto pánico que cada músculo de su hombro derecho se tensó. El rey gruñó mientras hacía fuerza con su brazo y las visitas rieron disimuladamente por su escena dramática.
–No, Su Majestad, no soy una bruja –dijo.
–¡No me mienta, mujer! –gritó el rey–. ¡Solo las brujas pueden hacer encantamientos!
–No, Su Majestad, eso no es verdad.
–¡Es una bruja y ha embrujado a todos en este castillo con su magia! ¡Pagará por esto!
–Ya veo que escuchar no es su mejor cualidad –dijo Madame Weatherberry–. A mí me sirve repetirme el mensaje tres veces para digerirlo por completo. Me parece una herramienta muy útil para los principiantes. Aquí vamos. No soy una bruja. No soy una bruja. No soy una…
–¿SI NO ES UNA BRUJA ENTONCES QUÉ ES?
No importaba cuán fuerte el rey gritara o cuán enfadado se pusiera; los modales de Madame Weatherberry nunca desaparecían.
–De hecho, Su Majestad, ese es uno de los temas que me gustaría discutir con usted esta noche –dijo–. Ahora bien, no deseamos tomarle más tiempo del necesario. ¿No le molestaría sentarse para que comencemos?
Como si hubiera sido empujada por una mano invisible, la silla que se encontraba detrás del escritorio del rey se movió sola y Madame Weatherberry le hizo un gesto para que se sentara en ella. Champion no estaba seguro de poder hacer algo, por lo que tomó asiento y miró nerviosamente a sus visitas de arriba abajo. Las niñas se sentaron en el sofá y juntaron las manos con prolijidad sobre sus piernas. Madame Weatherberry se sentó entre sus aprendices y se levantó el velo para poder mirar al soberano directo a los ojos.
–Primero, quiero agradecerle, Su Majestad –comenzó Madame Weatherberry–. Usted ha sido el único gobernante de la historia en mostrarle a la comunidad mágica algo de piedad, aunque lo entiendo, para algunos el encarcelamiento de por vida con trabajo forzoso es peor que la muerte, pero es solo un paso en la dirección correcta. Y tengo la confianza de que podemos convertir estos pasos en zancadas si simplemente… Su Majestad, ¿algo anda mal? No parece estar prestando mucha atención.