Saber estar en las organizaciones. Claudia Liliana Perlo

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Saber estar en las organizaciones - Claudia Liliana Perlo Proyectos de investigación

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30. N. Andry. La ortopedia o el arte de prevenir y de corregir en los niños las deformidades corporales, 1749.

      Foucault (1976) habla de un cerco político del cuerpo. El cuerpo es útil cuando es productivo y sometido, estos sometimientos no se obtienen solo por la violencia. El sometimiento adquiere su mayor efectividad cuando existe una organización externa del cuerpo, cómo, cuándo y dónde pararse, cómo, cuándo y cómo sentarse. Hacia qué dirección mirar y a quién. El sistema educativo ha organizado detalladamente el tiempo y el espacio escolar para forjar cuerpos exteriormente enyesados e interiormente dóciles. La disposición espacial en las aulas de bancos amurados y en línea desvanecieron la presencia plena de sí misma y del otro. De este modo las organizaciones, en especial las educativas, han diseñado en términos de Foucault una “tecnología política del cuerpo”.

      Al igual que se fabrica el cuerpo de un soldado que puede reconocerse según Foucault, en su marcha vigorosa, gesto grave y caminar altivo, cabeza alta y derecha, se fabrica el cuerpo de un alumno. Sentados en los bancos, intimados a la quietud, cuya expresión se halla a la espera de la solicitud del adulto, va adquiriendo “el automatismo de los hábitos” que poco a poco habrá expulsado al niño libre, salvaje, instintivo, sintiente. De este modo el cuerpo se manipula y va tomando forma, actitud y aptitud para responder y obedecer. La docilidad lo vuelve más hábil a las respuestas que se espera de él.

      Foucault señala dos registros sobre el que se configura el “hombre-máquina:

      Uno de ellos es el anatomo-metafísico, del que Descartes había compuesto las primeras páginas y que los médicos y los filósofos continuaron, y el otro es el técnico-político, que estuvo constituido por todo un conjunto de reglamentos militares, escolares, hospitalarios, y por procedimientos empíricos y reflexivos para controlar o corregir las operaciones del cuerpo. Dos registros muy distintos ya que se trataba aquí de sumisión y de utilización, allá de funcionamiento y de explicación: cuerpo útil, cuerpo inteligible. (Foucault, 1976:132).

      Nos encontramos ante una reducción materialista del ser y una teoría general de la educación, en las cuales domina la noción de “docilidad” que une al cuerpo analizable con el cuerpo manipulable. Sobre ese cuerpo analizable se erige la disciplina, como un tipo de poder, una anatomía política que fundará las bases del currículum.

      El Modelo disciplinario como fundamento del currículum

      A estos métodos que permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan la sujeción constante de sus fuerzas y les imponen una relación de docilidad-utilidad, es a lo que se puede llamar las “disciplinas”.

      Foucault, 1976

      Sobre las bases del modelo disciplinario se fundó el curriculum escolar, el cual encontró un fuerte anclaje en la construcción del estado moderno al que recursivamente le dio sustento. Entendemos este modelo disciplinario en su doble acepción, la que Foucault ha analizado en términos de docilidad-utilidad y la que íntimamente emparentada con ésta, refiere a la organización-orden del conocimiento, plasmado en el currículum.

      Bien sabemos que la modernidad de la mano del positivismo exploró, organizó y ordenó el mundo externo físico-natural y también el escurridizo mundo social. Su obra fue grande, se abocó al reconocimiento y catalogación de la realidad haciendo del universo extensas e intrincadas taxonomías que clasificaron: minerales, vegetales, animales, relieves, mares, climas, y hasta la conducta humana. Así creó, reinos, tipos, géneros, especies, categorías, subcategorías y metacategorías. Muchas de estas variedades encasilladas en dos grandes clases: lo normal y lo anormal (Perlo, 2014).

      Esta mirada condujo a concebir un universo como una máquina perfecta, causal y determinada, que de manera exacta podría reducirse a ecuaciones. Se necesitaba descubrir también cómo funcionaba y cómo se comportaba, es decir establecer las leyes que lo regían y para esta tarea no faltaron muchos grandes hombres. Tantos que no podríamos enumerar acá; guiados por dos principales líderes, René Descartes e Isaac Newton. De este modo se procedió a describir el comportamiento de todas las cosas: astros, mares, vientos, lluvias, animales, todo lo que podía observarse externamente de la vida en general. Se trató, (¡de allí tantos tratados! y enciclopedias) de un trabajo magno que observó minuciosamente la materia, la ordenó y la bautizó, llamando a cada cosa por su nombre y organizándose en rigurosas disciplinas (Perlo, 2014). En congruencia en educación, configuraron el currículum las ciencias naturales y humanas cada vez más especializadas. El curriculum quedó preso de esta diferenciación y atomización en saberes parcelados. De este modo la física, química, matemáticas, zoología, botánica, anatomía, geografía, historia, filosofía, lengua, literatura, idiomas extranjeros, tecnología, artes plásticas, música y educación física constituyeron las asignaturas del currículum básico común. Las últimas tres referidas al arte y al cuerpo, tampoco pudieron escaparse de los alcances de las ciencias y se alinearon al disciplinamiento que exigía la incorporación de una cultura ilustrada y domesticada.

      Los métodos de aprendizaje han privilegiado el valor del ejercicio en su doble función, aprendizaje y castigo. En este sentido los exámenes constituyen un aspecto nodal en el proceso de enseñanza-aprendizaje, aún más, el proceso de evaluación escindida del proceso de aprendizaje se erige con hegemonía y jerarquía ante este último. La evaluación, entendida de manera restringida como acreditación de saberes, constituye un indicador privilegiado para comprender el peso de la mirada disciplinaria (Foucault, 1976) del currículum: “El examen combina las técnicas de la jerarquía que vigile y las de la sanción que normaliza. Es una mirada normalizadora, una vigilancia que permite calificar, clasificar y castigar” (Foucault, 1976:171). Los premios, castigos, privilegios y recompensas se constituyen en poderosas herramientas de este proceso de disciplinamiento y normalización.

      En nuestro contexto histórico, a comienzos del siglo XX, este ordenamiento fue encomendado al proyecto normalista, delineando una educación estandarizada que fue desplazando al maestro-sabio-idóneo-artesano de la comunidad, por el profesional-especialista de la enseñanza formado en el marco de la sociedad productiva-industrial.

      Paulatinamente, durante la segunda mitad del siglo XX, la formación docente se fue organizando en torno al orden disciplinar. Muchas han sido las reformas y transformaciones educativas que han procurado atenuar dichas fragmentaciones del conocimiento, sin embargo, el modelo del disciplinamiento es tan fuerte, que somos capaces de sostener discursos renovados sobre la misma plataforma normalizadora. Es que esta organización disciplinar del currículum no se trata de un “mero orden”, se trata de un proceso progresivo decisivo que configuró nuestros modos de conocer, fragmentando gravemente el conocimiento de la vida misma (Maturana y Varela, 1984).

      De este modo la organización disciplinaria del currículum nos ha llevado por el camino de encierro, del repliegue del ser, donde la monotonía poco a poco acabó sepultando los instintos.

      La apuesta de nuestro trabajo desde la perspectiva de la educación biocéntrica se focaliza en recuperar el conocimiento centrado en la vida, superando el disciplinamiento normativo, basado en la represión y el control que ha provocado la perspectiva antropocéntrica de la educación.

      Entre los siglos XVI y XVII la visión del universo como algo orgánico, vivo y la comunicación del hombre con el cosmos, encontraron la construcción de un mundo configurado como una máquina. En este universo, se pasó de un ser humano “ecológico-natural” hacia un ser humano “tecnificado-mecanizado”. Este estado de situación fue conduciendo al ser humano a un pensamiento disyuntor (Morin, 1996) basado en la razón (cultura) que niega la emoción y los instintos (biología) pone distancia y fragmenta. Ello gestó un ambiente propicio para el desarrollo de una inteligencia ciega (Morin, 1998); generando un empobrecido y fragmentado

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