Lo que la mafia ha unido, que no lo rompa el Gonorrea. Angy Skay
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¿El castillo de qué?
Llegamos.
Por fin nuestros pies tocaron tierra firme y se bajaron del endemoniado avión. No tuve tiempo de reacción cuando nos detuvimos, pues Alejandro se levantó como impulsado por una fuerza mayor y salió sin esperarnos por la puerta de salida. No sabía si tenía algún tipo de alergia a mí o qué, pero su comportamiento estaba empezando a cabrearme.
Eché la vista atrás para comprobar cómo estaba el ambiente y me alegró ver que Kenrick sujetaba con posesión la cintura de Ma mientras ella escondía su rostro en el cuello de su futuro esposo. Suspiré. Por ellos y por nosotros. Que venir hasta Escocia a celebrar una boda y terminar con una separación…, plato de buen gusto no era. Por otro lado, Patrick se situaba detrás de Angelines mientras le susurraba algo en el oído que la hacía sonreír y mirarlo. Enfoqué mis ojos sin motivo hacia la salida y solté todo el aire contenido.
Estaba pensando en el capullo arrogante que no me hablaba ni me miraba. Pero ¿yo qué le había hecho? Es que no lo entendía. No supe cómo, sin embargo, el Pulga llegó a mi lado.
—¿Te cojou maleta, bonita mía?
—No, gracias —le contesté con normalidad.
Le sonreí de manera sincera, aunque él se lo tomó de otra forma muy distinta:
—Si quieres… Baños de aeropuerto en Scotland muy limpios.
Arrugué el entrecejo al darme cuenta de lo que quería decir. Resoplé otra vez.
—No, no. Pulga, te he dado las gracias por amabilidad. —Me miró como si tuviera tres cabezas—. Yo no quiero follar contigo. No quiero nada. Solo amigos —me desesperé.
Él pareció no querer entenderme, a juzgar por su siguiente comentario:
—Ah, no preocupar. En otro momento yes yes.
Lo observé. Tan pequeño, tan sonriente…, tan…, tan… el Pulga.
Tomé una bocanada de aire tan grande que al expulsarlo me vació los pulmones. Continué caminando, ignorando al personajillo que acababa de proponerme echar un polvo en un baño. Ya llegaba a la puerta cuando, de reojo, pude apreciar… ¿una minisonrisa? por parte de Alejandro, que se había enterado de todo. Pasé por su lado casi sin mirarlo, pero sus palabras dirigidas al Pulga, en voz baja, detuvieron mis pies:
—A ella le gustan los hombres grandes, que la manejen bien. ¿No ves que es chiquitita? Tendrás que ponerte unos zancos.
—Oh, idea very buena. Tú ser muy alto y fuerte. —Hizo un gesto con sus manos, como si fuese un tipo musculado. Que lo era.
Nada, que el Pulga no se enteraba, y el comentario de Alejandro me calentó la sangre. Me giré dispuesta a plantarle cara, pero Ma me detuvo antes de lo previsto:
—Nada de malos rollos. Ya hemos tenido suficiente con la que habéis armado en el avión. —¡¿Nosotros?! Abrí la boca para responderle, llena de indignación, pero ella me puso un dedo en los labios—. Voy a casarme. En Escocia. Y todo tiene que ser perfecto. Todos tenemos que estar perfectos, ¿entendido?
Asentí con ganas de estrangularla y vi que Angelines ponía los ojos en blanco, dándome a entender que la dejase por imposible. Cuando a Ma se le metía algo entre ceja y ceja, daba igual las veces que le llevases la contraria, porque ella no daba su brazo a torcer ni muerta.
Un buen rato más tarde, casi cinco horas después, nos encontrábamos en el estrecho puente que se comunicaba con la isla de Eilean Donan y la orilla del lago Duich, al noreste de Escocia. Y allí, en la lejanía, estaba el impresionante castillo de Eilean Donan, lugar con el que Ma siempre había soñado.
—¿Os he dicho alguna vez que mi mote, Ma McRae1, es por este castillo? Aunque en realidad es Macrae, y yo lo he tuneado un poco —murmuró la espléndida novia, sin soltar la cintura de su escocés. Escocés que llevaba a Boli sujeta con una cadena rosa chillón a su lado.
Mi Azucena iba prácticamente escondida debajo de mi sobaco, pues no quería dejarla en el suelo para que se ensuciara las patitas.
—Sí, como unas ochenta veces a lo largo del tiempo que te conocemos.
—De verdad, qué estúpida eres cuando quieres, Angelines. Como seas así follando…
—Más quisieras verme tú a mí follando, chavala.
—Ya sabes, aunque a veces te diga que no te quiero ni en pintura, que eres el prototipo de mujer que buscaría si dejara a mi Kenrick.
—Ah, ¿y no puedo dejarte yo a ti? —le preguntó su futuro marido, deteniendo su paso.
Yo seguía inmersa en los campos, en el lago, en la estructura rocosa de aquel puente, en las piedras que pisábamos y… Y me percaté de que estábamos más solos que la una porque no había un alma en ese puente. Me extrañé y miré el reloj de mi teléfono.
—Oh, venga, cari. Todos sabemos que en esta relación yo soy el alfa. Pero que te quiero igual, mi amor. —Le estrujó los mofletes con tanta fuerza que me dolió incluso a mí. Ma continuó su paso, mirando con verdadero amor hacia el castillo—. El clan de los Macrae todavía vive aquí, que lo sepáis.
Alcancé a Kenrick, que no se había movido del sitio, y enlacé mi brazo con el suyo para continuar nuestro camino. Ma se colocó en medio del Pulga y el Linterna y comenzaron una conversación sobre Escocia y lo que idolatraba su tierra. Después llegaron temas cochinos de los que a Ma siempre le gustaba hablar con aquellos dos, a media lengua.
—No le tomes en cuenta todo lo que dice. Ahora está fatal con las hormonas, pero sabes que ella te ama con todo su corazón, ¿verdad? —Lo miré a los ojos, ansiando obtener una respuesta afirmativa. Lo que vi me enterneció más todavía.
Escuché a Ma contarles a sus dos acompañantes la que montaría en cuanto entrase por la puerta:
—Y ahora les diré que me saquen la mantelería; eso sí, de época. Que me enseñen tooodas las salas donde podemos celebrar la boda y… ¡Oh! Creo que voy a morirme cuando entre y me vea como una verdadera escocesa. Porque vosotros sabéis que, seguramente, debo tener algún familiar en el árbol genealógico que sea escocés, ¿verdad? —Los dos asintieron muy convencidos—. No es normal la pasión que tengo por vuestro país. Y mira que a mi España la tengo aquí y va por delante de todo, que conste. —Se dio dos manotazos en la muñeca a modo patriótico, como de costumbre, indicando que su país le corría no solo por el corazón, sino también por las venas.
Dirigí mis ojos a Kenrick cuando lo oí decir:
—Anaelia, yo… En el avión he dicho las cosas sin pensar. No quería ser tan brusco, aunque a veces es… —Apretó el puño que tenía libre y lo soltó junto con un suspiro—. Es que me pone endemoniado. Aun con esas, no sería capaz de apartarme de su lado.
Una dentadura, perfectamente alineada, apareció en la boca de Kenrick mientras observaba a Ma, que daba pequeños pero firmes