Lo que la mafia ha unido, que no lo rompa el Gonorrea. Angy Skay

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Lo que la mafia ha unido, que no lo rompa el Gonorrea - Angy Skay страница 3

Автор:
Серия:
Издательство:
Lo que la mafia ha unido, que no lo rompa el Gonorrea - Angy Skay Mafia de tres

Скачать книгу

Sois el motor de nuestro vehículo. Si seguís aquí, nosotras conduciremos sin parar para llevaros al destino de las risas.

      A mi familia, que son mi pilar, mi empuje, mi todo. No solo me permitís robaros un tiempo que nunca volverá, sino que además me animáis a hacerlo para que mis sueños vayan cumpliéndose. Gracias, porque apoyarme para hacer lo que amo me ha dado las experiencias más gratificantes de mi vida.

      A ti, que tienes este libro en las manos. Gracias por darle la oportunidad a nuestras horas de trabajo.

      Noelia Medina

      Agobio a la vista

      Anaelia

      La campanilla del ring volvió a sonar con insistencia, y los fuertes pisotones del público, seguidos de los aplausos y vítores, provocaron que me temblase el corazón. Si aquello no se caía, era de puro milagro.

      Miré de reojo a mi derecha y vi cómo Patrick se abría otro botón más de la camisa; si seguía así, se quedaría sin la parte de arriba en menos que canta un gallo. Resoplaba, bufaba y se pasaba la mano por una barbita rubia que daban ganas de rechupetearla.

      —¡Reviéééntalaaa, Angelines!

      Ma gritó como una verdadera camionera y se ganó una mirada de reproche por parte de su futuro esposo. No entendía por qué Kenrick seguía asombrándose, cuando sabía de sobra que nosotras éramos así. Sonreí al ver que el Pulga y el Linterna la imitaban y aclamaban en alto con las servilletas de los bocadillos de jamón que acabábamos de comernos. Un trozo de jamón, pegado con anterioridad a la servilleta del Linterna, cayó sobre la mejilla de Patrick, quien lo aniquiló con los ojos.

      El ambiente estaba muy tenso.

      —¡Oh! Amigou alemán, don´t worry, yo chupar tu cara y limpio.

      Los pulmones del aludido se llenaron tanto que pensé que iba a explotar como un puñetero pavo. Levantó su manaza, despegó el trozo de carne de su mejilla sin quitarle los ojos de encima al Linterna y lo tiró antes de soltar un último comentario sarcástico:

      —No, gracias. Ya lo hago yo.

      El Linterna elevó sus cejas y lo miró con cara lasciva. De hecho, se relamió los labios sin importarle que el resto estuviéramos delante. Aguanté la risa como pude, pero Ma, que se encontraba a mi lado, no consiguió contenerla.

      —Andy, ¿estás viendo a la moza que hay ahí abajo dándole golpes en las costillas a su rival? —Señaló el ring y todos miramos hacia allí; algunos más histéricos que otros. El Linterna asintió con media sonrisa—. Pues como te escuche intentar ligar con su alemán buenorro, va a sacarte la piel a tiras y no quedará de ti ni la pelleja, fíjate.

      Al Linterna se le cortó la risa del tirón. El Pulga lo observó y le trasmitió con sus ojos un claro «Estás colándote», y después centró su foco de atención en mí. Intenté esquivar su mirada cuando ya me hacía morritos, y para romper completamente el contacto visual, voceé mientras miraba hacia el cuadrilátero:

      —¡Vamos, Angelines, que ya no nos queda tabaco ni anís!

      Dábamos pena. Pero pena de pena. Más que yo cantando en el karaoke.

      Estábamos pasando los peores meses de nuestras vidas. Angelines casi había dejado las peleas ilegales, pues en aquellas luchas no solo combatía con mujeres, sino también con hombres, por lo que, en más de una ocasión, Patrick asaltó el cuadrilátero y se enzarzó a palos con su contrincante. Ahora solo luchaba en los combates legales.

      Ma… A Ma no había quien le tosiese. El embarazo estaba sentándole fatal. Todo lo veía oscuro y a todo le sacaba puntilla. Con decir que incluso creía que Kenrick tenía una amante y había pensado en contratar a un detective para que lo vigilase. Por suerte para el pobre escocés, no tenía dinero para pagarlo.

      Y yo… Bueno, yo acepté un pequeño regalo por parte del alemán —antes de que todo se fuese a la mierda de verdad— y me saqué un curso de Corrección Literaria. La literatura me apasionaba, y poder corregir libros de personas que fuesen capaces de lanzarse al mercado para publicar me llenaba de satisfacción.

      Con lo que Angelines ganaba de sus peleas —ya legales— y lo que yo conseguía con algunas correcciones que me salían al mes, podíamos sobrevivir a base de bocadillos de chóped y chorizo. Es broma. Algunos meses comíamos mejor que otros, nos apañábamos mejor que otros, pero a fin de cuentas nos costaba en exceso. Nada extraño en nosotras, pues tampoco llevábamos tan mal eso de poder hacer barbacoas con chuletones de buey de medio kilo, salir de fiesta a todas horas, emborracharnos hasta que no pudiéramos más y gastar dinero sin miramientos. No es que escatimáramos mucho en gastos, pero algún caprichito tonto… Como vestir a mi Azucena con conjuntos de Gucci y su brillante y llamativo collar de Swarovski —que tuve que dejar en la casa de empeño—. Ahora, mi bonita mascota vestía de Kike en vez de Nike y llevaba conjuntos de bolillo que la Manoli, mi madre, le hacía en los huecos libres.

      No, pero que nosotras lo llevábamos muy bien, ¿eh? Véase la ironía.

      Habíamos tenido que adaptarnos a una nueva vida: de no tener nada a tenerlo todo, y después vuelta a empezar de cero, con menos de cincuenta euros para pasar el mes, la nevera más pelada que la que tenía Ma cuando estaba soltera y no nos conocía, el tabaco justo para pasar la semana y los caprichos, que se reducían a cero patatero. Parecía que nos habíamos subido a la noria y habíamos ido hacia atrás y a toda mecha en lugar de hacia delante. Éramos unas puñeteras desgraciadas con patas, porque la mala suerte siempre llama a la mala suerte y no había día que no nos ocurriese algo. Visto lo visto, y con la que teníamos nosotras, seguro que encontrábamos un trabajo decente y el mundo se sumía en un caos por cualquier cosa con el fin de echarnos la soga al cuello.

      Durante muchos meses había estado insistiéndole a Angelines para que tratase de escribir una novela. Total, ahora todo el mundo podía hacerlo, ¿no? Que tampoco estaba tan mal, así yo me ganaba mi dinerito corrigiendo las barbaridades que me llegaban. Una vez le enseñé a Patrick un manuscrito escrito en alemán. Él me dijo que eso no era alemán, sino analfabeto. Y tenía razón. Tras mucho leer entre todos, deduciendo palabras, conseguimos averiguar que era una novela en castellano. Así que intenté convencerla —sin resultado— de que tal vez, con su novela y con lo que yo intentaba buscarme con trabajillos extras, podríamos sobrevivir mejor, porque todos los meses teníamos agujeros que tapar. De hecho, no quería ni recordar lo que me costó arreglar a mi pobre Muti, que era la que nos llevaba a todas partes y estaba muy harta de vivir.

      Patrick se había ofrecido a ayudarnos mil y una veces, pero su pareja, tan cabezota como de costumbre, se había negado, y después llegaron los problemas de verdad. Ma, sin embargo, se había hecho un nudo en el estómago, había guardado su orgullo y, a espaldas de Angelines, había solventado muchos de los problemas que teníamos. Por ejemplo y sin ir más lejos, el de la vecina con la placa número trece. ¿La recordáis? Esa que Angelines y yo robamos con la alargadera y el taladro en medio de la calle. La placa, no la vecina. Bien, pues la muy capulla siguió con la guerra del numerito y cogió a Angelines en uno de esos días que se levantó con el pantalón de rayas y cuadros a partes iguales, lo que ocasionó que mi amiga perdiera la paciencia y la vecina, cuatro dientes. Angelines todavía no entendía que lo de las peleas no podía usarlo al pie de la letra en la calle. Y encima ya no le llegaba para ir a su psicóloga tampoco.

      Obviamente, la denunció.

Скачать книгу