Lo que la mafia ha unido, que no lo rompa el Gonorrea. Angy Skay
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Sé que puede sonar muy poco entendible que alguien como el alemán quisiese estar pasando nuestras penurias, pero ya sabéis que cuando uno está enamorado se vuelve gilipollas. Sin embargo, lo peor llegó unas semanas después. Patrick había tenido unas pérdidas millonarias en una de las partidas de productos eróticos, supuestamente, por un virus que todavía no habían identificado y que procedía de China.
—¡Levanta! ¡Levanta! —gritó Hulk, golpeando el suelo del ring con impotencia.
Escuchar aquel vozarrón en medio de todo el caos de gente me hizo salir de mis pensamientos. Y allí estaba. Tan alto, tan guapo, tan moreno y con esas manazas tan gigantescas que parecían un jodido catálogo de nabos. La cuestión es que yo sabía que no podía enamorarme. Que no quería. Pero no iba a negar que el hombretón me ponía un poquito. Sobre todo, después de descubrir que fue él quien me tocó con maestría aquella noche, en el cuarto oscuro. Aquel que deslizó su mano por mi espalda, llegó hasta mi trasero, lo sujetó con una sola mano para obligarme a rodear su cintura con las piernas y… ¡Ya!
Gemí de manera inconsciente al ver cómo Alejandro, el entrenador de Angelines, golpeaba con fuerza la colchoneta para que esta se levantase después de lo que, supuse, había sido un buen porrazo que ocasionó que cayese de espaldas. Un jadeo ahogado por parte de Ma me alarmó.
—¿No estarás de parto? —le pregunté alertada al ver que se llevaba las manos a la boca y abría tanto los ojos que parecía que iban a salírsele de las órbitas.
—¡Ay! ¡Ay! —No me contestó, pero sí zarandeó el brazo de Kenrick y le clavó las uñas—. ¿Qué te apuestas a que viene a la boda sin dientes? —La miró con horror—. ¡Angelines, por tu madre Merche la Zapatera, cuidado con la boca! ¡Cuidado con los dientes, que luego te los arreglan y se te caen las piezas!
Otro drama. A Angelines se le habían caído las esquinitas de las paletas inferiores, y después de pagar a dos dentistas distintos, el tercero había conseguido arreglárselo sin que volvieran a romperse. Habíamos osado llamarla Pepa Tona dos veces, y le preguntamos cómo era vivir con las paletas ausentes, pero nos dijo que a la tercera iba la vencida, que no lo preguntáramos más porque lo comprobaríamos por nosotras mismas. Y como ella era de cumplir sus promesas y nosotras mujeres de fe, no volvimos a hacer la bromita.
A todo esto, había que sumarle que el Linterna había reservado un local en el centro de Almería para comenzar con su trabajo como modisto. Modisto que se quedó a medio camino, pues invirtió todos sus ahorros en dejarle la reserva a aquel cabrón que no habíamos vuelto a encontrar. Dos días después de entregarle casi la mitad de lo que costaba el local, el propietario desapareció del mapa y Andy se quedó sin pan y sin perro, además de con la cartilla del banco más pelada que el chocho de una Nancy. Al final, y con lástima por todo lo que le había ocurrido, Angelines lo dejó empezar su carrera en el sótano de la casa y, poco a poco, comenzó a hacer algunos arreglillos. Y el Pulga… El Pulga no tenía ni mierda en las tripas. O sea, que su ayuda y aportación en casa era cero. Para más inri, no tenía los papeles en regla, y cada día que pasaba era un suplicio pensando que iban a deportarlo como lo cogiese la policía.
El pobre y bueno de Kenrick había echado unas horas de en la misma discoteca —nuestra Deluxe— en la que trabajaba Alejandro para poder comprar las cosas del bebé, cosa que a Ma no le hacía ni pizca de gracia, y de ahí sus nuevas paranoias con que estaba engañándola. A eso le añadíamos que su coche se había roto y tenía una reparación que no le compensaba, así que estaban buscándose la vida para poder comprarse un coche en condiciones antes del nacimiento del pequeño.
En resumidas cuentas, era una detrás de otra y los nervios se palpaban en el ambiente. En algunas ocasiones, la tensión podía cortarse con un cuchillo, y aunque siempre tratábamos de solventarla con algún chascarrillo, la realidad era que necesitábamos una solución para nuestras vidas de mierda cuanto antes.
¿Recordáis nuestro famoso puticlub que se quedó a medias gracias a Christian? Pues bien, los papeles del seguro no los habíamos firmado antes del incendio y, por ende, todas las pérdidas que tuvimos se quedaron en eso: en nada. Qué tiempos tan felices cuando éramos clase media y trabajábamos en una fábrica de penes.
Estábamos tramitando la denuncia contra Christian con el abogado de Patrick, y Pascasio, su asesor, se encontraba buscándonos soluciones para recuperar el dinero que ese capullo nos estafó. Bien era cierto que un millón de euros a cada una nos solucionaba la vida, y gracias a los contactos del alemán podríamos pagar al abogado cuando todo terminase. Esperábamos que para bien nuestro.
—¡Ganadora, Angelines la Apisonadora!
Desvié mis ojos de nuevo hacia el ring y vi a mi amiga con los brazos en alto y con el pantalón, tipo boxeador y en azul eléctrico, que casi se le colaba por el cachete del culo.
Otro suspirito de Patrick llegó a mis oídos. Me acerqué y toqué su brazo con cariño. Le puse ojitos de niña buena para que no descargase su rabia conmigo, pero de poco me sirvió.
—Tranquilo, no va a pasarle nada. Es una campeona, a la vista está.
—¿Que no va a pasarle nada? —Entrecerró sus ojos en mi dirección—. Ahí abajo se dan golpes sin ton ni son. Hace un puto mes se fracturó una costilla. En la mitad de las ocasiones viene con la mandíbula morada, el ojo, el costado… ¿Sigo? —Negué sin abrir la boca—. Pero no pasa nada, ¿eh?, no pasa nada. Y todo por la mierda del dinero.
—Mierda de dinero que no tenemos —intervino Ma sin venir a cuento.
La miré horrorizada, pero estaba claro que nada la pararía para decir lo que pensaba. Desde que se había puesto el pelo rubio, tenía menos filtro que antes. Que ya era decir. ¿No he mencionado que la pelirrosa había cambiado de look? Sí, ahora lo llevaba igual de corto, pero rubio, casi plata, sin haber cometido el asesinato que juró que la haría cambiarse el color de pelo para pasar desapercibida. Nosotras pensábamos que era por llamar la atención de Kenrick. Ella decía que le tocáramos la seta. Intercambio de opiniones.
El alemán se giró hacia mi amiga y Kenrick lo contempló desafiante al ver sus fieros ojos. No pensaba permitir una pelea de gallos, y mucho menos entre mis propios amigos.
—No voy a decirte lo que pienso —terminó Patrick. Se dio medio vuelta y bajó los escalones del estadio de tres en tres, en dirección al cuadrilátero.
—¡Eh! ¡A mí no me dejes con la palabra en la…!
—Ma, por favor, cállate —le pedí.
—No me da la gana. ¿Qué se ha pensado este? —Me observó malhumorada.
—Marisa, lleva razón… —A Kenrick se le ocurrió pronunciarse.
—Tú cállate, que contigo no estoy hablando.
—Ma, no la pagues con él, que no tiene la culpa —lo defendí.
Iba a replicarme con su cara de enfado, pero cerró la boca cuando escuchamos a la gente de alrededor felicitando a Angelines, que ya subía los escalones en nuestra dirección. Miré hacia atrás y casi me choqué con ella.
—¡Ey! ¿A qué vienen esas caras largas? —nos preguntó, alzando