Lo que la mafia ha unido, que no lo rompa el Gonorrea. Angy Skay
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—Y yo —lo secundó el Pulga.
—No tienes necesidad de todo esto, la verdad. Él te ofrece ayuda y tú eres una cabezota que no la aceptas. Sois pareja, Angelines, siempre habrá uno que tire un poco del otro cuando la cosa se tambalee —opinó nuestro militar.
—Las parejas también se apoyan —le contestó la Apisonadora con recelo a Kenrick, visiblemente dolida por el desplante de Patrick al retirarse de la mesa.
—Yo apoyo a Angelines —dijo Alejandro, aunque nadie le había preguntado.
Mira el colombiano, qué listo era. Sin poder guardarme el comentario, le solté:
—Claro, con la pasta que puedes ganar con ese combate ¿qué vas a decir tú?
—¿Has dicho algo? Desde aquí arriba no te escucho.
—Vete a la mierda —le espeté—. Por tu morro torcido, deduzco que eso lo has escuchado perfectamente.
—Y tú, Anaelia, ¿qué opinas? —me preguntó Ma, interrumpiendo la pequeña disputa entre Hulk y yo.
Respiré hondo, me tragué una patata y enfoqué con la mirada varios rostros cargados de expectación. Angelines me miró de reojo, pero continuó comiendo como si mi opinión le importara tan poco como las demás.
—Yo estoy de acuerdo con ella —expuse—. También pienso que Patrick está preocupado y que le ofrece todo lo que tiene, como lo haríamos cualquiera de nosotros.
—En caso de tener —apuntilló Ma.
—Pero si ella no quiere aceptar su dinero y valerse por sí misma, sea peleando o cascándosela a un mono, está en su derecho de elegir, y él debería apoyarla.
Todos bufaron, pusieron los ojos en blanco y comenzaron a hacer comentarios por lo bajo —que escuché a la perfección— sobre mi tontería con el feminismo. Yo me comí otra patata.
—Yo estoy contigou. —El Pulga alzó la lata de refresco en mi dirección y sonrió.
Kenrick giró la cabeza, lo miró con las cejas alzadas y le preguntó:
—¿Tú no estabas con todos nosotros?
—Estaba. Pero dos tetas tiran más que dos carretas —opinó Angelines.
—A ver. —Ma se levantó, mostrando su enorme barriga, que crecía por días. Y todavía quedaban los meses de esponje—. Mañana nos vamos a Escocia y pasado me caso; gorda, con un kebab mixto de salsa de yogur completo entre pecho y espalda —especificó— y con las hormonas regular.
—Regular tirando para una puta mierda —añadí.
—Por eso. No creo que me beneficie mucho saber que encima Patrick y tú estáis enfadados. —Miró a Angelines—. ¿Podéis intentar arreglarlo al menos?
—Eso es chantaje emocional —le dijo Angelines.
—Lo sé. —Ma sonrió.
—Lo intentaré, pero no te prometo nada. Aunque sobre el combate no hay negociación alguna. —Miró a Alejandro de manera cómplice—. Pelearé.
—Eso también lo sé —reconoció la ya no pelirrosa.
Escuché un ruido que me desveló. No estaba dormida completamente, pero sí me rendía ya al silencio cuando escuché los susurros de lo que parecía una discusión. Supuse que el alemán y la Apisonadora habrían comenzado con su intercambio de pareceres, así que cerré los ojos, me di media vuelta e intenté dormir. Un rato después, y sin haber podido conciliar el sueño del todo, oí con claridad una voz que formaba frases sin utilizar ningún verbo y me levanté extrañada. Tenía que ser uno de los escoceses.
Salí al pasillo y asomé la cabeza. Por algún motivo, no me asombró ver a Patrick desnudo, con una simple toalla alrededor de la cintura y con los ojos desorbitados, y al Linterna tocándole las piernas. No me asombró porque en aquella casa pasaban cosas más inverosímiles cada día, y uno normal, sin altercados, era lo verdaderamente raro. El rubio intentaba apartarlo con patadas cortas y secas. Si lo hacía con las manos, se le caería la toalla que con tanta vehemencia sujetaba.
—Eh, ya, ya —susurró con angustia y sin querer gritar para no despertar a los demás.
—Tú piernas duras, tiesas, con venas —habló el Linterna, de rodillas y palmeándole los muslos. Por la distancia desde su cara hasta la porra de Patrick, sospeché que estaba pensando en la del medio. Elevé los ojos al techo y contuve una risotada.
—Sí, sí, vale. Gracias. Buenas noches. —Pero el escocés lo toqueteó un poco más—. ¡Fus, fus!
¿Estaba echándolo como a un gato?
Estaba echándolo como a un gato.
Me mordí el labio, divertida.
—Yo quiero probar tela sedoso en tu cuerpo.
—Yo ya tengo traje, no hace falta. —Lanzó otra patada que el Linterna esquivó sin dificultad. No hablaba bien, pero se le habían desarrollado los reflejos.
Viendo que no era capaz de quitárselo de encima, decidí intervenir. Al verme aparecer por el pasillo, los ojos claros del alemán brillaron con lo que me pareció un halo de esperanza.
—¿Qué pasa aquí? —pregunté en voz baja.
—Este, que quiere hacerme un traje.
—Sí, de saliva. Anda, levanta. —Cogí al Linterna de un brazo y lo insté a incorporarse—. ¿Un traje? Patrick ya tiene traje para la boda.
—Otro —insistió el modisto, que desde que había montado el pequeño taller en el sótano se empeñaba en coserle a todo el mundo. A Azucena le había hecho un diminuto vestido rojo de lunares blancos con un pequeño volante. En mi honor, decía. Sevilla olé, olé.
—Que no, que ya tengo muchos. Un montón. Los que no soy capaz de ponerme. ¡De todos los colores! Grises, azules, negros…
—Bueno, ¿qué más te da? —le dije—. Pobrecito, encima que se ofrece… Además, tiene que ensayar para mejorar. No le hagas el feo.
Patrick torció el morro —qué morro, omá— y me miró.
—Vale, vale. Otro día.
—No. Ahora.
—Ahora no, Andy, que es tarde.
—Ahora. Yo cojo medidas. Estoy inspirado. Solo medidas, de true, muy rápido.
—Ha dicho dos verbos, está esforzándose —comenté, poniéndole ojitos al alemán. Este suspiró, lo miró, me miró y volvió a suspirar.
—Vaaale. Me pongo algo y bajo.
—No, no. No pongas algo. Así good.
—En