Macarras interseculares. Iñaki Domínguez
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J.: «El Abuelo —al que llamaban así por parecer mucho más mayor de lo que era— murió de una sobredosis, y cuando murió fue santificado, por decirlo de alguna manera. En realidad, es imposible tratar con un yonqui. Muchos de ellos enloquecen. Uno del grupo se cagó en el portal de la casa de mi familia. Iba a pedir dinero, y como no le dieron nada, se cagó en el portal. Hay gente que se salvó por los pelos. A otro le pilló la Guardia Civil de Málaga. Llegó una multa a casa de su familia, y dejó que la multa llegase a Madrid. Su padre la pilló. Con terror en los ojos, preguntó a uno de los hermanos si se pinchaba. “No”, dijo él, “pero tiene muchos problemas” [en esa época solo fumaba la heroína]. Dejar que la multa llegase a su casa era un modo de pedir ayuda. Volvió a casa de sus padres y, finalmente, se fue a la casa de su familia en el pueblo para desintoxicarse».
Pero no todo eran drogas en el callejón. A finales de los setenta las artes marciales causan furor en España —de la mano de Bruce Lee—, como en tantos otros países, y los chavales se vuelven locos. J.: «Cuando esta gente de Cuatroca eran chavales se convirtieron en fanáticos de Bruce Lee. Los cines de la calle de Bravo Murillo, que eran cines baratos de reestreno, no hacían más que poner películas de artes marciales. Se llamaba sesión continua. Las películas (que proyectaban de dos en dos) empezaban a las cuatro, la segunda era a las siete y la tercera era a las diez. La gente veía dos películas seguidas. Los cines más modernillos (por ejemplo, el cine Espronceda en Alonso Cano) por la tarde ponían películas de Herbie el coche, La bruja novata (1971), y a las diez La naranja mecánica (1971), The Wall (1982). La película de Stanley Kubrick era de 1971, pero estuvo prohibida en España hasta 1975. Tras ver una película “ultraviolenta” como La naranja mecánica, no era raro que algunos de los espectadores saliesen de la sala con ganas de dar hostias».15 El ya mencionado Domi también fue testigo de la nueva fiebre de las artes marciales: «En la calle Sombrerería había un gimnasio que se llamaba Dojo. En 1977 comienza a publicarse una revista de artes marciales del mismo nombre que cerraría sus puertas finalmente en 2007».16 Las películas de Bruce Lee propiciaron el surgimiento de innumerables gimnasios de Karate.17
Cartel de Furia oriental (1974).
R.: «Nuestro ídolo en aquella época era Bruce Lee… porque daba unas hostias como panes». Entre 1976 y 1978, Bruce Lee fue toda una eminencia entre los macarras madrileños. «Íbamos todos al Bangkok Gym. Charlie era uno de los porteros del Rock-Ola. Este montó un gimnasio en la Dehesa de la Villa. Charlie ahora es millonario. Es el fundador de la marca Charlie de guantes de boxeo, pantalones y complementos [que inició su andadura en 1987]. Era de la zona. Hasta ese momento no había ninguna marca española que distribuyera material para deportes de lucha. Era un entrenador de artes marciales que ponía su nombre al material que traía de sus viajes por Tailandia para proteger los puños de sus alumnos. Le gustaba el muay thai. Tradicionalmente lo practicaban chicos con pocos recursos, pero con la proliferación de gimnasios de lujo, cada vez se enganchan más personas con un nivel adquisitivo elevado. Traía lo mejorcito que había en “Thai Boxing”. El muay thai era el arte marcial de moda entre personajes callejeros, ya en los ochenta. F. [amigo del grupo] competía y era muy bueno».18
J.: «Iban todos a un gimnasio de Alonso Cano donde había mucho macarrismo. F. se ponía [consumía], pero nunca dejó de hacer ejercicio. Era un tío muy agresivo, es un cabrón. Le gustaba pelearse. Porque sabe que gana. Te daba seguridad ir con él. Era un “palero” [que daba palos]. Se decía que te daba a elegir entre pinchazo o pellizco. Te pinchaban con el bardeo o te pellizcaba con unos alicates en pezón. Eso era más un mito. Pero lo cierto es que F., si robaba a alguien, además, le metía una hostia. Lo hacían mucho en los bajos de azca. Había muchos pijos en [esa] zona a principios de los ochenta».19 «Un día, averiguaron que un empresario iba a llevar consigo mucho dinero en efectivo. Cruzando la Castellana, por una isleta al lado del Bernabéu, el señor llevaba su maletín con el dinero. Ciertas personas del grupo le obligaron a parar y no le dejaron cruzar. Llegó un coche, y se llevaron el maletín. Eso fue un “vuelco” [robo] en toda regla».
No obstante, fue el hermano de uno de los miembros del grupo quien se introdujo más profundamente en el mundo de la delincuencia. Se trata del Punkito,20 hermano pequeño del Rata. Este último, miembro original de la pandilla, había muerto de una sobredosis del modo más absurdo. R., alias La Carrá: «El Rata y su novia pillaron caballo. La heroína esa tenía una pureza que te cagas. Pillaron buen “burro” y a la chica le da una sobredosis y el Rata la lleva a la Cruz Roja. Y, entonces, el Rata, mientras esperaba, se metió un pico en el baño del hospital, y murió en el propio hospital».
J.: «Su hermano pequeño, el Punkito, intentó entre otras cosas matar al abogado Rodríguez Menéndez por dinero. Era cocainómano, y pequeñito. Era un hijo puta». R., alias La Carrá: «El Punkito empezó con la coca. Se hizo muy amigo de una gente del gimnasio, que paraba por el barrio y se dedicaba al trapicheo. Punkito le debía una cifra a un tío de esos. Estaba acuciado por las deudas de coca. Por eso se metió en lo de Rodríguez Menéndez».
Según R., alias La Carrá, Punkito fue un producto de su entorno: «La violencia, tío, engendra violencia. Olvídate de rollos. Hay alguien que puede salir gilipollas. Pero la mayoría de las veces es que a uno le han metido más de la cuenta y reacciona con más violencia». En los colegios del barrio, los profesores «nos metían de hostias a mansalva… La educación consistía en ver quién daba más hostias». Es importante resaltar cómo ese tipo de educación te familiariza con la violencia y te quita, así, el miedo a la violencia. De este modo, uno aprende a ser violento desde su más tierna infancia, en el hogar, en el colegio, en la calle. «El ecosistema del barrio era brutal. Porque empezaba todo el tema de drogas y de la movida madrileña, y aquello fue un desfase total». «Estaba en paro el 30 % de la población y la gente no tenía dinero. Entonces, pues, teníamos que buscarnos la vida». El hermano mayor del Punkito, el Rata, «también iba por el lado salvaje de la vida y este [Punkito] se crió en esta onda. Como el hermano mayor, pero más brutal. Lo que pasa es que no tomaba heroína. Tomaba de todo lo demás, menos jamaro. Se ponía de todo… hasta de clembuterol [un anabolizante]. Era chiquitín, pero daba hostias como panes. Estaba todo el día en el gimnasio y con el clembuterol». «Se lió con el tema de los gimnasios. En aquella época de los últimos setenta y primeros ochenta estábamos todo el día pegándonos. Nos lo pasábamos genial pegándonos. Los de Cuatro Caminos íbamos a pegarnos con los del Alvarado o íbamos a pegarnos con los del Parque Móvil».21 «Era muy típico eso de detectar a ver quién entra en mi barrio. Con una mirada la pelea estaba servida. Iñaki, ¿tú has visto Quadrophenia? Pues como Quadrophenia». «La gente del Parque Móvil... Todos eran hijos de policía. Esos eran peligrosos. Le quitaban la pistola a su padre y salían con la pistola. Los hijos de puta siempre tenían un pequeño, un pequeñito cabrón. Salían cuatro o cinco y el pequeñito cabrón iba a tocar los cojones. Y cuando le daban un bofetón al pequeñito, venían los otros cinco. Y venían con la pistola del viejo».
J.: «El Punkito se hizo malo de verdad. Lo que le gustaba era pelearse. Los padres eran dos personas bajitas, buenísimas personas. Su padre era un militar, un “chusquero”, que entra a hacer la mili y se queda y no pasa de cabo. Gente apocada. El Punkito tenía mucha ira, porque su hermano había muerto. Pagó un par de años de trullo, por lo del Rodríguez