Macarras interseculares. Iñaki Domínguez
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«La gente se ponía hasta las pestañas, y había muchas timbas. La gente se jugaba mucho dinero. Aunque en realidad no eran los taxistas, ya que estos, generalmente, jugaban a “la peseta”. Las timbas de verdad eran las nuestras». «Los chavales del barrio llegamos a tener mucho dinero. Vendíamos de todo: jamaro, nieve, hachís, anfetas, tripis... marihuana había poca. El hachís, al principio, lo traían los legionarios. Como estábamos en la Conti, los que venían de abajo traían hachís. En el barrio nos conocíamos absolutamente todos, algo que difícilmente ocurriría a día de hoy».
R., La Carrá, el O., C. (alias Planchas), el Abuelo, el Rata, F., el Cegato eran algunos de los nombres que formaban parte de la pandilla, que llamaremos del Callejón.4 Algunos eran punkis, hijos de militares, otros camellos, también había adictos, y algunos eran expertos en artes marciales. Su centro de operaciones era un callejón que había en la calle Robledillo, cerca de la Conti. En realidad no era un callejón, sino un camino con dos salidas. Si veías a la policía venir por una de ambas entradas siempre podías escapar por la otra.
Carlos [nombre falso], otro informante, me dice: «La Conti era punto de trapicheo. En esa zona vivía mucha gente que consumía, y se juntaban ahí. Había, además, varios bares en la zona». «Yo paraba en el callejón que me comentas [esquina de la calle Robledillo, que era el lugar de encuentro del O. y sus amigos]. Desgraciadamente, todos mis amigos de esa época están muertos. Yo, gracias a Dios, me considero afortunado. Aquí cuando llegó la heroína se pinchaba todo el mundo. Yo tengo los anticuerpos y llevo veinte años con el tratamiento. No he tenido ningún problema. Mi hermano, sin embargo, murió de sida en 1988, sin haber conocido apenas la droga. Fue entonces cuando empezaron a inventar los primeros tratamientos y, como no estaban bien desarrollados todavía, lo que hacían era matar a la gente. El azt… Mi hermano se negó a tomarlo. Yo follé durante años con mi pareja y no la contagié. Y nunca me ponía preservativo.5 De todas maneras, hoy en día de sida no se muere nadie. De hecho, tengo una salud de hierro. Siempre tengo ganas de follar. Yo soy hetero, ni bisexual ni gay, ni nada de eso».
La pandilla del callejón comenzó a trapichear a finales de los años setenta. Como señala R.: «Empezamos yendo a Vallecas, porque nos daban unas barras de hachís de mil pesetas… Nos metíamos donde los gitanos y al volver a Cuatro Caminos sacábamos pues cuatro veces lo que nos había costado». Con dieciséis años, en 1980, «si comprabas a quinientas y vendías a dos mil, pues eras el puto amo». «Con los gitanos no había problema, porque ya te conocían, y hacían negocio. Estaban como locos por verte».
«En Cuatro Caminos había gente muy chunga. El barrio era un bloque de militares.6 Entonces teníamos un chollo genial. Cuando la policía nos perseguía, nos metíamos en las viviendas de los militares, porque ahí no podía entrar la policía. Solo podía entrar la policía militar. Además, cada vez que nos pillaba la policía, venía el padre de alguno de los colegas, que era militar o policía, y nos sacaba del asunto».
«Nosotros teníamos una suerte que te cagas, porque en nuestro barrio había un sitio que se llamaba “los hotelillos” donde ahora hay un edificio que se llama “Géminis”.7 Eran dos manzanas que pillamos en la época que se iban cayendo las casas y lo derribaron. Y aquello era un campo de batalla. O sea, nosotros nos pegábamos. Nos pegábamos unas pedradas que te cagas... Entre nosotros mismos... Era un deporte pegarnos entre nosotros mismos… Por ejemplo, yo estaba en la oje (Organización Juvenil Española de Falange) y mi amigo Chema estaba en los Boy Scouts, y estábamos todo el día pegándonos. Y luego no éramos rencorosos si nos encontrábamos con alguien con el que nos hubiésemos pegado. El barrio era un ecosistema violento».
Viviendas del Patronato de Casas Militares (1943)
en la calle María de Guzmán.
J.: «Antes del Rock-Ola, la sala de fiestas más famosa que había en Madrid era La Carolina, en Bravo Murillo 202. Nicholas Ray tenía un garito en la calle María de Molina que se llamaba Rayas. Nicca’s era también un local anterior, de los años setenta [casi esquina de avenida de América con Cartagena]. Avenida América seguía siendo, por entonces, María de Molina».
R.: «Más mayores, trabajábamos en todos lados. Trapicheábamos. En la Vía Láctea, en el Rock-Ola. En Rock-Ola lo que molaba era que había niños con pasta por un tubo. El Rock-Ola era una movida de pijos, ¿sabes? La Movida madrileña era todo… los que tenían dinero eran pijos. Y los que vendíamos éramos pobres, porque no teníamos una puta cala». «En el Rock-Ola había unas peleas muy buenas, pero muy buenas. Me acuerdo una vez que rodearon a un colega, el Figurín, cerraron la puerta, y al loro para sacarle de allí. Que no quería pagar y se lió con los siete porteros que había en el Rock-Ola, con dos cojones. Se lió con siete matones que había en la discoteca y les metió a todos. Pero bueno, estábamos todo el día de peleas, todo el día peleándonos».
«¿Por qué crees que se llamaba la Movida [madrileña]? ¿Tú cuando vas de movida qué crees que es lo que pasa? Movida es… de ir a pillar. De ir a pillar, a ponernos ciegos. Pillar anfetas… Te cuento el rollo de las anfetas...». «Primero empezamos con el rollo de la farmacia militar. En el barrio había una farmacia militar que la llevaban reclutas, quintos; llamados a filas, de reemplazo, que estaban haciendo la mili. Cada dos por tres, los cambiaban y metían a otros nuevos. Íbamos a por las dexedrinas, a por las centraminas… Los tíos que te atendían dormían dentro de la farmacia. Entonces, teníamos anfetaminas por la patilla o a muy buen precio. Imagínate con eso en el Rock-Ola. Íbamos al Rock-Ola a ponernos y a venderlas. La anfeta lo que tiene es que hablas… bla, bla, bla… Y hablas, y hablas, y hablas, hasta que te vuelves loco, y a todos los demás. Pero bueno, como íbamos todos de lo mismo…» «En esa época no se decía lo de “comer techo”.8 Se decía “vaya movida que tuvimos anoche”… “vaya movida, que llevo tres días”. ¿La Movida madrileña qué era? Pues el pedazo de pedo que teníamos todos».
«Y luego, cuando se dieron cuenta de que la farmacia militar estaba triturada, que ya no nos vendían… de los hermanos mayores de O., que estudiaban medicina, también sacábamos algo». «Robar, no robábamos. Si acaso, cuando éramos más pequeños. Había cabinas de teléfono. Recuerdo un viaje a Palma de Mallorca, que íbamos todos los colegas. Y a los dos o tres días, nos dieron un palo, porque queríamos comprar hachís en Mallorca, y nos dieron Avecrem, y nos quedamos sin un duro al tercer día. Entonces, ¿qué hicimos? Pues cabinas… La cabina se hacía con una taladradora, un berbiquí, que eran manuales y se compraban en Galerías Preciados… Era importante, también, tener un destornillador, que se doblara la punta para, después de hacer el agujero, darle el giro para levantar el pestillo. Pero el destornillador no lo vendían en Galerías Preciados… Entonces tuvimos que ponernos a hacer coches... Pero abrir coches solo para encontrar un dichoso destornillador [dentro]. El coche lo abrías con una piedra, o con una percha, era fácil. Pero bueno, que nos hicimos veinte coches hasta que encontramos el destornillador. Y entonces empezamos a hacer cabinas, y de una de ellas, nos llevamos la cabina, nos llevamos el teléfono entero... Y lo abrimos luego a martillazos». «Podías sacar dos mil pesetas por cabina. En aquella época dos mil pesetas era una cifra. En Mallorca, además, la cabina era el único modo que tenían los extranjeros para llamar a sus respectivos países. Imagínate…».
«La gente de Chamberí no atravesaba nunca el río (Ríos Rosas) porque eso ya era Cuatro Caminos. Pero en realidad, eso sigue siendo el distrito de Chamberí. Nosotros estábamos entre Raimundo Fernández Villaverde y Ríos Rosas. De Cuatro Caminos para arriba, detrás de la Cruz Roja, siempre ha sido un barrio muy guerrero, desde hace cien años. Era un barrio obrero, de gente que venía de provincias a vivir en una choza. Un barrio muy comprometido políticamente. El Cuartel de la Remonta