Macarras interseculares. Iñaki Domínguez

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Macarras interseculares - Iñaki Domínguez General

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cofradía del puño cerrado» por su tacañería, fumaba porros en la vivienda familiar, un hábito que adquirió en los años cincuenta. En la calle Conde Duque había por entonces un cuartel de la guardia personal de Franco compuesta por marroquíes. Muchos miembros de dicha guardia vendían kifi o pólen de primera calidad.3 Dice Domi que el kifi era una especie de dormidera, «más cercano, en sus efectos, al opio que al hachís o a la marihuana». Ya entonces había gente que lo consumía, pero nadie se daba cuenta de que te estabas fumando un porro porque, como dice Domi, «había mucha ignorancia».4 Con la democracia todo cambió. Con la Transición llegó de todo, incluso la información «a borbotones», algo que supuso una pega para muchos que, como el padre de Domi, habían adoptado ciertas costumbres que, desde entonces, serían consideradas ilegales e ilegítimas. El hermano mayor de Domi, Roberto, le sacaba nueve años. Ambos tenían una buena relación. Rober ejercía de protector, pero también de modelo a imitar. Según Domi, su hermano se torció en torno a 1968, cuando muchos elementos contraculturales extranjeros comenzaron a hacer su aparición en España, especialmente entre miembros de las clases más bajas. A los doce años de edad Rober tuvo su primer encontronazo con la policía, al robar en una juguetería de la calle Encomienda con sus colegas, entre otras cosas, para regalarle un juguete a Domi.

      Por lo visto, rompieron la cristalera del negocio para llevarse todo lo que contenía. Por entonces, la solidaridad entre vecinos se expresaba también en el «chivateo»: un testigo dio a la policía los nombres de los infractores. Luego, a mediados de los años setenta, se creó una gran alarma social por la nueva delincuencia emergente. Los tirones de bolsos se multiplicaron en los barrios, junto con otros muchos delitos contra la propiedad privada.

      Corrala de Lavapiés en los años setenta.

      A pesar de que la referida ola de criminalidad fue in crescendo, estas bandas ya operaban antes de la muerte de Franco. Lo curioso es que, previamente al fin del régimen dictatorial, la policía estaba a otras cosas. Por entonces, las grandes amenazas al bienestar social, a ojos de las autoridades, eran «los comunistas y los maricones». Los gays sufrían un rechazo total. Se sabía quiénes eran, pues «estaban fichados» y de vez en cuando «les daban un repaso». Se les llevaba a la comisaría para «recordarles que eran ilegales». Domi no duda en enfatizar la injusticia que suponía dicha situación para los homosexuales: se les castigaba y se les vejaba.

      No obstante, aunque rechaza la etiqueta de homófobo, sí que tiene una cosa clara: «Yo no tengo nada contra los homosexuales, pero… [haciendo un gesto con la mano] ¡Que corra el aire! ¡Que corra el aire!», dando a entender que es siempre mejor mantener una distancia prudencial con respecto a ellos. «Yo no soy homófobo, yo mantengo las distancias… El movimiento gay que hay ahora en España es una puta patraña y es un postureo. Los gays que ahora tienen ochenta años sí que han sufrido. Les han vejado, torturado, violado». Lo mismo pasaba con las prostitutas: «Cuando los guardias tenían ganas de follar, iban a la calle de la Montera, se llevaban a las putas, se las follaban por la cara y las dejaban. O sea… había una impunidad total».

      Todo esto se mantuvo así hasta el 78. Entonces «la cosa empieza a cortarse un poco». Sin embargo, «la impunidad policial tarda mucho tiempo en acabarse». Digamos que los miembros de la vieja policía tenían costumbres muy arraigadas de las que les resultó difícil prescindir. La cosa cambió sustancialmente, sin embargo, con el primer gobierno de Felipe González. Es en ese momento cuando «una generación de policías acaba, y empieza otra».

      En los años setenta, famosos delincuentes como Santiago Corella «El Nani» eran asiduos visitantes del barrio de Lavapiés. De hecho, El Nani fue detenido por un atraco a una joyería de la calle Tribulete —también en el barrio—, del que en realidad no era responsable. Lamentablemente, en dicho incidente murió asesinado el propietario del negocio, y, poco después, se cree que El Nani perdió también la vida a manos de la policía.

      El hermano de Domi realizó algún que otro «trabajo» con El Nani. Además de atracador, Rober fue toxicómano y murió de sida a la edad de 38 años. De su corta vida pasó doce o trece años entre rejas. En los años sesenta y setenta la gente se iniciaba en el mundo de la droga, como siempre, primero consumiendo alcohol, para luego pasar a fumar porros y tomar tripis. Sin embargo, la cocaína no era común entre los más desfavorecidos y se pasaba directamente a la heroína, algo que podía ser devastador. Rober, entre otras cosas, movía kilos de droga y organizaba atracos a bancos.

      La venta de drogas en esos años se hacía en los propios locales del barrio, algo no tan común a día de hoy. Como dice Domi, «los propios establecimientos respetaban a esa gente, y esa gente respetaba los establecimientos», es decir, que los camellos operaban desde ciertos bares que, generalmente, no participaban del negocio, aunque sí estaban interesados en la llegada de posibles clientes, y ello a pesar de que fuese la heroína el principal reclamo. Algunos bares del barrio eran el centro de operaciones de algunos de estos traficantes de drogas extranjeros, generalmente del norte de África y

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