Macarras interseculares. Iñaki Domínguez
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Pero esto no ocurría solo con el cine americano. Establecimientos como el Covacha también proyectaban películas españolas de «cine quinqui», algo así como el Blaxploitation español. Los jóvenes veían en dichos cines películas como Perros callejeros (1977), Navajeros (1980) o Los últimos golpes del Torete (1980), una narrativa audiovisual en la que muchos chavales no solo hallaban modelos a imitar, sino que veían representados en la pantalla aspectos de la vida callejera que conocían bien: las peleas, el consumo de estupefacientes, la asistencia a conciertos multitudinarios, los hurtos.13
A pesar de los excesos de la época, Domi defiende que las cosas han cambiado mucho desde que él era un adolescente. «Nosotros no escandalizábamos en las calles… Cuando yo tenía dieciocho años, colega, cualquiera podía venir por la calle, cualquiera, verte dar una voz y decirte “¡Que te calles! ¡Que te calles! ¡Y te callas ahora mismo! ¡Que estás molestando a la gente!”. Y tú cogías y tenías respeto a esa persona mayor y te callabas. Por muy macarra que fueras. ¿A tus mayores? Todo el respeto del mundo... Y eso es lo que se ha perdido ahora». «Si alguien faltaba al respeto a una persona mayor, tenía problemas con todos los presentes, conocidos o desconocidos. Si una persona mayor te abroncaba por algo, ¡te callabas como un puta! ¡Te callabas como un puta! Porque si no, el señor o la señora en cuestión paraba a una pareja de guardias, y los guardias te curtían… te curtían, ¡pero bien!». En palabras de un taxista de la vieja escuela: «Si te emborrachabas y perdías los papeles, llegaba un sereno y te ponía en tu sitio.14 Si le llevabas la contraria, a lo mejor te metía dos hostias, y, si seguías en tus trece, llegaba la policía y te metía otras tantas hostias». Estas jerarquías antaño tan evidentes eran fruto de un sistema en el que la autoridad era ejercida primero por los padres, luego por los profesores y, finalmente, por la policía. Una persona mayor se sentía legitimada no solo para dar órdenes a sus propios hijos sino también a los de los demás. Se puede hablar de la sociedad de entonces como de una gran familia —sin duda, autoritaria, pero de una familia al fin y al cabo. Digamos que a día de hoy dichas jerarquías se han difuminado por completo y, en muchos casos, incluso han quedado invertidas. En la teoría psicoanalítica el superego, o el asiento de los mandamientos morales, viene representado simbólicamente por el padre o incluso por la policía. Durante el franquismo —y algunos años subsiguientes— ese superego tenía ojos en todas partes, y estaba encarnado principalmente por personas mayores. El cuestionamiento de su autoridad podía tener efectos verdaderamente nocivos para el infractor. Siguiendo el discurso del filósofo Michel Foucault, podemos decir que el poder se reproduce y ejerce —como ocurre en toda gran empresa u organización— desde las esferas más altas hasta los estratos más bajos de lo social, de modo colectivo, con vistas a reafirmar una determinada realidad o estado de cosas. Dicha familiaridad tenía su lado malo, pero también su lado bueno. En esos años daba la impresión de que Madrid era un gran pueblo. Otro taxista me dice que en aquellos años uno podía confiar en la gente. Si alguien no tenía dinero para pagarte en ese momento, podías confiar en que lo haría más adelante.
Según Domi, «los valores morales se han perdido, se ha perdido la convivencia… mi vecino de abajo era mi amigo; la madre de mi vecino de abajo era [como si fuese] mi madre. Mi madre amamantó a dos críos del vecindario con la misma leche que a mí. Porque su madre no tenía leche, colega. Mi madre tenía unas tetas así de grandes [gesticula con las manos] llenas de leche, y de leche buena, tío. Y yo mamaba de ahí. Pero estas criaturitas, la madre no tenía qué darles. No tenía dinero para comprar leche artificial. La leche artificial en aquel momento valía una pasta. Te estoy hablando del sesenta y dos. Y bebimos de aquella teta tres años. Yo y mi vecino, mi hermano de leche, que en en paz descanse, y Rosa, su hermana. Eran mellizos…».
Naturalmente, esa solidaridad vecinal, hoy ajena a nuestras ciudades, era fruto de la pobreza de las clases trabajadoras, cuyos miembros se necesitaban unos a otros para sobrevivir. La realidad material de las familias se traducía en unas relaciones sociales concretas que servían de base a una conciencia, valores morales, costumbres y modos de conducirse en la vida. De ahí que, habiendo mutado la realidad económica, se hayan perdido esos «valores morales» de los que habla nuestro protagonista. En sus propias palabras: «Esa familia vivía en una guardilla con dos habitaciones, vivían diez personas… La sensación de pobreza era muy grande… Yo hasta los catorce años no me fui de vacaciones [a un pueblo de Ávila]». La familia de Domi vivía en tales condiciones que en 1983 las autoridades declararon su corrala de Mesón de Paredes en ruinas y fueron dotados de otra vivienda. Domi, a día de hoy, vive principalmente de alquilar una de las habitaciones del piso en el que vive. Las viviendas del barrio, antes consideradas de segundo orden, son ahora muy codiciadas por extranjeros y jóvenes modernos de provincias. Digamos que el valor de dichas viviendas, que en el fondo siguen siendo las mismas, ha sido transfigurado en la mente del consumidor, que ahora está dispuesto a pagar cantidades por ellas otrora inimaginables.
Domi en la radio (2018).
Una de mis fuentes femeninas me ofrece una buena cronología del barrio de Lavapiés: «Hace treinta años no entraba nadie en Lavapiés que no fuese del barrio, porque le robaban. Ahora va la gente de cañas». «Primero estaban los quinquilleros [años setenta], luego los yonquis [años ochenta] y luego ya empezaron a venir los moros [años noventa]. Los primeros moros que vinieron [a España] se fueron a Lavapiés. Luego empezaron a entrar los chinos, que vendían rosas. Empezaron a montar sus tiendas de todo a cien. Había una guerra campal seria entre chinos y moros en Lavapiés [años dos mil]. Los moros entraban a robar a los chinos, hasta que hubo un caso en el que un chino mató a un moro de un hachazo». A partir de 2007, aproximadamente, comenzaron a llegar más «perroflautas» de clase media, que iniciaron —muy a su pesar— el proceso de gentrificación que ahora padece el barrio.
1. El nombre Manolo parece que siempre ha servido para hacer referencia a la masculinidad más castiza y española. Recordemos que se usa además para denomi- nar, en tono de sorna, a los transexuales españoles, conocidos informalmente como «Manolos».
2. José María Ezquiaga, «La formación histórica del Paseo de la Castellana», Revista de arquitectura, 10 de enero de 2019, págs. 2, 5.
3. Se trata del cuartel del Conde-Duque, base de la Guardia Mora, que operó de 1939 a 1957. La guardia estaba constituida por soldados marroquíes que Franco trajo consigo del norte de África cuando dio su golpe de Estado del 18 de julio de 1936. En 1957 estalló la guerra de Ifni entre España y Marruecos y el caudillo hubo de prescindir de sus servicios, muy a su pesar, pues era inaceptable contar con una guardia cuyos integrantes provenían de un país enemigo.
4. Alberto García-Alix me comenta que las piperas de la Puerta del Sol —aquellas que vendían pipas y tabaco—, en esos años, vendían también grifa, que es un polvo sacado del cáñamo que contiene thc, el principio psicoactivo de la marihuana.
5. Años después los rockers emplearían para golpear las hebillas con forma de águila.
6. En los años noventa, la chirla vendría ya a denominar la propia navaja empleada en ese tipo de crímenes.
7. La palabra «yonqui» proviene del «junkie» americano. Junkie, a su vez, es aquel que consume basura o porquería («junk»), es decir, heroína.