Macarras interseculares. Iñaki Domínguez
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No contento con esto, el destino le iba a jugar todavía otra mala pasada. Tres meses después de su accidente, su hijo Rober fue diagnosticado de sida. En la recta final de su vida, Domi se hizo cargo de él, llevándoselo a su casa, donde pasó sus últimos años. Dice Domi que, una vez su hermano fue ingresado en el hospital ya en estado crítico, ciertos médicos experimentaron con él, como le ocurrió a muchos enfermos de sida de la época. Pasó cuatro meses en el Hospital Clínico San Carlos, donde este tipo de enfermos ocupaban la planta norte, aislados del resto de pacientes. Para Domi los yonquis son gente que «vive con permiso del enterrador», nada más. «La vida del heroinómano severo, sencillamente, no es vida».
A finales de los setenta y principios de los ochenta, las discotecas de Madrid eran lugares en los que la violencia podía estallar en cualquier momento. Una discoteca madrileña mítica de aquella época fue El Consulado, en la calle Atocha: «Era una discoteca donde iban los martes las chachas, las criadas, a ligar… entonces [mi hermano y sus amigos] iban a ligar con las chachas porque eran unas paletillas, eran muy cortadillas, y eso les daba morbo, ¿sabes cómo te digo?». «De hecho, mi hermano se casó con una criadilla, Marijose... Claro, luego arrastró toda la vida aquello». En esa época las discotecas estaban integradas en los cines: cine Consulado, discoteca Consulado; cines Canciller, discoteca Canciller; y un largo etcétera. La sala del cine solía contar con una entrada amplia, y a un lado había una puerta pequeña que daba acceso a la «sala de fiestas». Eso era una herencia del Pasapoga de la Gran Vía.
Antiguo cine y discoteca Canciller.
Todos estos cines-discoteca pertenecían, generalmente, a la misma cadena. Las discotecas abrían hasta las seis de la mañana aunque por entonces, «había cosas en Madrid hasta las tantas… estaba el Drugstore, que abría las veinticuatro horas. Había uno en la calle Fuencarral y otro en Velázquez».9 El Drugstore era «donde más peleas y más muertes había en Madrid». No es de extrañar esta observación, pues, como cualquiera puede corroborar de primera mano, los locales madrileños como «bares de viejos» que abren a primera hora, junto con los afters, generalmente atraen a todo tipo de indeseables beodos, y son foco de agresiones, reyertas y peleas de todo tipo. «En el Drugstore podías contratar putas, podías comprar droga, ahí podías comprar de todo… ahí podías hacer tu vida normal». Los Drugstores representaron lugares emblemáticos para la contracultura madrileña, aunque iba «todo tipo de gente, de todo», taxistas incluidos. Según otro informante, un día cualquiera llegaba un furgón de los grises a la puerta y un agente llamaba a los clientes del bar con el dedo: «Te metían varios palos, para empezar, y si tenías mala suerte te llevaban preso… Los Drugstores eran lugares donde tener localizados a todos los personajes contestatarios y contraculturales del momento».
Como after los madrileños de los ochenta contaban también con el Warhol’s, en la calle Luchana. Abría una sesión a las seis de la mañana, e iban, según dice Domi, «todos los desechos, buah, todo lo depravado… era el descaro número uno, la gente se metía las rayas encima de las mesas». Estaba lleno a rebosar, puesto que abría desde los cierres de las demás discotecas hasta las diez de la mañana. Un horario exclusivo. «Luego estaba la discoteca de los yonquis por excelencia, que era el Alex», en Costanilla de los Desamparados [Callao] —a todas luces una calle de nombre muy apropiado: «[Era] un tugurio. Era donde más drogas se movían, donde más heroína se movía… Y el sitio donde, se decía, paraban los ladrones. Iban atracadores de Orcasitas, de Carabanchel, de Lavapiés».
Desde finales de la Transición, Alcalá 20 se convirtió en la discoteca de moda. «Entrabas gratis entre semana, y abría todos los días, hasta que se quemó».10 «En el Alcalá 20 vendía chocolate y tripis con mi amigo Richi [nombre falso], un negro de padre americano y madre española… íbamos todos los días a Alcalá 20». Los tripis los traían de Ámsterdam cada pocos meses. Unos cinco o seis mil. Dicha droga es muy fácil de mover, puesto que se trata de cartones o papeles mojados en lsd que apenas ocupan espacio y se transportaba en libros. A pesar de venderlos, Domi no consumía tripis. Su rechazo de la droga hundía sus raíces en una mala experiencia. En 1977, con quince años, se fue de acampada a Patones para comerse un tripi con sus amigos: «Bueno, pues nos vamos a Patones, tronco. Nos comemos un cuarto de tripi cada uno. Estábamos vacilando de puta madre, colega, riéndonos que te cagas y, de repente, veo que mi colega el Paquito coge carrerilla… ¿Y dónde va? ¿Y dónde va? Y le vemos que va para un barranco... y cuando llega al barranco, tronco, salta… No se me olvidará jamás en la vida. Se tiró... Parece que lo estoy viendo ahora mismo, Iñaki. Automáticamente, tronco, fue como si, como te diría yo… un silencio sepulcral… Veíamos un muñeco. Llamamos a la Guardia Civil… ¿Y quién os ha vendido esto? Decían. ¿Quién os ha vendido esto? A raíz de eso, no volví a comerme un tripi». Los tripis y el chocolate estaban presentes en las calles de Madrid a mediados de los setenta, pero el consumo masivo de sustancias como la cocaína ocurrió después, aproximadamente con la Movida madrileña.
En los años setenta un modo de adoptar las costumbres culturales, los elementos estéticos e identitarios del mundo anglosajón, consistía en ver cine americano en inglés. Ciertos cines de la ciudad proyectaban contenidos típicos de la contracultura: cine erótico, óperas rock, películas sobre grupos musicales, cine de Bruce Lee. Muchas de estas películas estaban clasificadas como «cine s», una categoría creada por el gobierno de Adolfo Suárez en 1977 para aquellas películas de alto contenido erótico o violento. No se sabe bien si la «s» hacía referencia al sexo o a la sensibilidad (quizás a ambas cosas).11 Uno de los templos de este género de películas eran los cines Covadonga (o «Covacha» como lo llamaban) en López de Hoyos 161, en el barrio de la Prosperidad, que previamente, de 1976 a 1979, había sido la sede de la Filmoteca y contaba con 480 butacas. Como vemos, los cines eran focos de la vida cultural de los jóvenes a finales de los setenta y principios de los ochenta, donde estos tenían acceso a todo lo que previamente había estado prohibido, ya se tratase de películas, sustancias o actitudes. Domi: «En el Covacha la gente subía al gallinero y tiraban gapos y litros a los de abajo… Cuando un amigo entraba en el cine con el litro de cerveza escondido en la chupa, [va y] le dice la taquillera: “¿Para qué te lo escondes? Si aquí todo el mundo entra con litros”». En palabras de otro de mis informantes: «Tenía sesión doble y podías beber y fumar. Al principio ahí se juntaban mods, rockers y falangistas sin problemas. Lo mismo que en Rock-Ola. Al menos, al principio».
Sala Rock-Ola.
Había cines de este tipo por toda la ciudad. Uno bien conocido era el cine Olimpia, en Lavapiés.12 La gente solía ponerse en la parte de arriba de dichos cines, porque muchos de los presentes «se pillaban tal pedo, que meaban en la parte de abajo». Otro cine de este estilo era El Ideal, en la zona de Tirso de Molina. Era un teatro grande y los domingos por la mañana iban rockeros al cine y se subían al escenario a bailar. Ahí uno «podía llevarse los canutos y cervezas, y pasaban de ti; no tenía más misterio la cosa». En estos cines se bebía y se fumaba y, muchas veces, la sala era toda una fiesta. Ahí se proyectaban, «una y otra vez, las mismas putas películas». Esos cines servían, en otros casos, para mantener relaciones sexuales, generalmente, de tipo homosexual. Según Miguel Trillo, fotógrafo de la Movida: «Cines como el de Carretas, eran como hoteles, pero hoteles de pie, ¿no? Para masturbarse, para [tener] sexo rápido en los urinarios. Como tenían varios pisos, la gente que veía la película se sentaba abajo. Los que subían lo hacían para pajearse. Las relaciones sexuales entre tíos, lo normal [era] tenerlas ahí».
El cine era, por otra parte, un transmisor cultural de primer orden. Por poner un ejemplo, las películas de Rocky marcaron una época, algo que tuvo unos efectos reales en la vida cultural y económica del país, pues muchos jóvenes se apuntaron a gimnasios para practicar el boxeo. Los Warriors (1979) también representó un hito que modificó muchas conductas. La película, una adaptación de la Anábasis