Representación gráfica de espacios y territorios. Ruth Zárate

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Representación gráfica de espacios y territorios - Ruth Zárate

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esa misma línea, David Harvey (1977), mediante el análisis marxista, estableció la idea de comprender el espacio y el territorio como una lucha de clases. En ese contexto se da otra nueva forma de entender la geografía y la cartografía que dará un papel preponderante a las mayorías y minorías excluidas. Uno de los objetivos fue contribuir desde la geografía a formar una sociedad más equitativa y justa. Por ejemplo, en Urbanismo y desigualdad social (1977), Harvey consideró la justicia social y la moral como temas preponderantes al momento de implementar políticas urbanas o de desarrollo en las ciudades. A esta concepción le imprimió la crítica marxista en búsqueda de acciones prácticas para la transformación de la desigualdad mundial. El autor generó una remoción de los cimientos de las bases geográficas, donde los intereses de arriba primaban por encima de los intereses de abajo al momento de edificar la geografía (física, humana, cuantitativa, entre otras) y, asimismo, elaborar la cartografía.

      De esta manera, en Europa y como parte de este movimiento populista radical, se planteó una línea de trabajo con geógrafos como Morill y Folke, que van a encontrar la trascendencia del espacio y su representación a través de los mapas y todo el ámbito de la geografía mediante el contexto de una lucha social revolucionaria. El cambio social se escenificaba a partir de la creación del marco teórico, del estudio y del trabajo que había resultado de la transformación de la geografía y la cartografía. Hay una relación directa entre la renovación de postulados teóricos y la participación de David Harvey en el desarrollo de la geografía radical. Por ejemplo, en Francia se combatió la geografía posibilista mediante la presentación, a través de autores como Lacoste, de la importancia del análisis del espacio no como una cuestión de las élites académicas y políticas, sino como un problema de todos y todas (Luna, 2010).

      Por otro lado, John Harley (2005) aboga por el método deconstructivo, idea filosófica nacida en Heidegger, pero utilizada por Michel Foucault y Jaques Derrida. Estos intelectuales franceses también reflexionaron sobre el conocimiento construido desde arriba, mediante la implementación de críticas de contextos donde se generaba el conocimiento, así como mediante críticas sobre el poder como factor de creación de teorías y paradigmas. El método de la deconstrucción se concibió a partir de la observación, la crítica, la reflexión y el análisis histórico. En cuanto al espacio y los entornos, este método propuso establecer la deconstrucción en los mapas, lo que llevaría a separar la realidad de su representación y al descubrimiento de silencios, olvidos y contradicciones que afectan el carácter supuestamente objetivo de los mapas. La deconstrucción del texto cartográfico buscó resituar significados, eventos y objetos en marcos generales y estructurales. Los mapas considerados de tipo científico son transmisores de valores y de control político y social, son otra forma de texto que logra la identificación de la población con la representación del mundo (Capdevila, 2002a).

      En ese sentido, Harley (2001) se distancia del pensamiento positivista, racionalista y objetivista; como resultado logra un cambio en la perspectiva convencional que permeaba la epistemología y reconoce los mapas como construcciones sociales. De tal manera, el cartógrafo es un sujeto social que pertenece a unos entramados políticos y económicos que instrumentalizan su conocimiento y permean sus intereses. Explica que en la cartografía existe un poder externo y uno interno. El externo se refiere al poder político que ejercen los centros de poder y los intereses que tienen en la representación del espacio, en la identificación que la población establece con este, así como en la creación de control territorial representado en el poder jurídico que crea fronteras, disciplina y norma. Por otro lado, el poder interno es el que está inmerso en el texto cartográfico y pertenece a cualquier texto como medio de comunicación (Capdevila, 2002b).

      Según Capdevila (2002b), Harley realizó un aporte a la metodología del análisis de los mapas y llegó a obtener una profunda interpretación mediante el conocimiento del contexto histórico y de los objetivos de cartógrafos, instituciones y de la sociedad para realizar las representaciones. Consideró al mapa como descriptor del mundo, en términos de prácticas culturales y relaciones de poder, preferencias y prioridades; en ese sentido, se puede tratar el mapa más allá de una imagen especular de la realidad, que puede ser decodificado de la misma forma que otros sistemas de signos no verbales. La representación del mundo en cartografía se elabora a partir de signos convencionales o no convencionales, metáforas e imágenes retóricas.

      En ese sentido, los mapas no están libres de valores por cuanto exponen un discurso con significación política, una carga simbólica utilizada por parte de intereses de poderes que se benefician y son una forma de conocimiento, es decir, una forma de poder. Estos ejemplos pueden observarse en la escenificación del imperialismo, en el manejo de la tecnología y en el establecimiento de los derechos de propiedad y recaudación de impuestos. Los mapas destacan lo que interesa y ocultan también lo que interesa a los cartógrafos, quienes trabajan bajo intereses económicos y políticos; de esta manera se generan silencios y olvidos de otras voces periféricas (Capdevila, 2002a).

      Por otro lado, según De Souza (1991), los mapas no pueden ni deben reflejar la realidad como se presenta, ya que no serían prácticos. Por tal razón, se da una distorsión de la realidad a través de tres mecanismos como son la escala, la proyección y la simbolización. Se habla de la existencia de sesgos, abusos, distorsiones y desviaciones que cuentan con unas implicaciones políticas al tiempo que hay distorsiones inconscientes producidas por los valores de la sociedad productora del mapa.

      En este sentido, si el cartógrafo está influenciado por intereses, ¿cómo se hace para que quienes construyen los mapas den un viraje hacia intereses sociales? Se hace imprescindible que las formas de conocimiento del espacio se desarrollen a través de cartografías alternativas, idea que queda emparentada con los estudios de la geografía radical, y por tal razón se quiere abogar por una cartografía social. Esta disciplina no excluye los intereses, voces silencios y olvidos propios de la literatura de los mapas, ni siquiera el interés político, el cual se transforma en un interés democrático participativo. Si la tan popularizada democracia no se reproduce en todos los espacios, esta forma que en teoría le da el poder al pueblo queda meramente nominal. La cartografía social da un poder social a la comunidad y se transforma en una legitimación política que contrasta con los discursos positivistas, academicistas y tecnocráticos que favorecen a minorías con poder económico y político. Las proyecciones que hacen los mapas o el establecimiento de centros representativos son una forma de etnocentrismo, en la que generalmente la cultura que hace el mapa se considera superior y por lo tanto prevalece alguna información sobre otra. Estos silencios son informaciones filtradas de manera tácita: no se desea que aparezcan o no son consideradas relevantes.

      En ese sentido, Harley (2005) expone la presencia de dos tipos de silencios: en primer lugar, los intencionados o estratégicos, que están relacionados con la actividad militar y el control de la información que se transforma en políticas de Estado para que la información de su territorio no se disemine; y en segundo lugar, los no intencionados de tipo comercial, que permiten monopolizar el conocimiento y lograr que las rutas no queden al alcance de todos; un discurso político y social que privilegió un tipo de verdad sobre las otras. El rechazo del imaginario de los otros y de las denominaciones que se les dan a los lugares se presenta porque el grupo dominador quiere representar su propio mundo con el fin de contribuir a la generación de identificaciones con su grupo (Capdevila, 2002 a). Por tal razón, la geografía radical abogaría para que la cartografía esté basada en una teoría social y no en el positivismo científico, que vuelve excesivamente tecnicista el conocimiento (Harley, 2005).

      Los mapas son productos culturales de conocimiento y poder; más que imágenes, se deben entender como un texto de envío de mensajes y un discurso sobre espacios construidos por los seres humanos. Se puede afirmar que los mapas tradicionales son una imagen-documento que funciona como correlato de la historia de una realidad que es edificada por las élites que quieren dominar un espacio en un determinado tiempo (De Souza, 1991). Como otra herramienta más de la comunicación entre sujetos y grupos sociales, las cartografías tienen su propio lenguaje, ligado al poder-saber, así como son fuente invaluable del conocimiento.

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