Hacer ciencia en el siglo XXI. Claudia Liliana Perlo
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Camino: franja de tierra por la que se va a pie. La carretera se diferencia del camino no sólo porque por ella se va en carro, sino porque no es más que una línea que une un punto con otro. La carretera no tiene sentido en sí misma; el sentido sólo lo tienen los dos puntos que une. El camino es un elogio del espacio. Cada tramo del camino tiene sentido en sí mismo y nos invita a detenernos. La carretera es la victoriosa desvalorización del espacio, que gracias a ella no es hoy más que un simple obstáculo para el movimiento humano y una pérdida de tiempo.
Antes de que los caminos desaparecieran del paisaje, desaparecieron del alma humana; el hombre perdió el deseo de andar, de caminar con sus propias piernas y disfrutar de ello. Ya ni siquiera veía su vida como un camino, sino como una carretera: una línea que va de un punto a otro, del grado de capitán al grado de general; de la función de esposa a la función de viuda. El tiempo de la vida se convirtió para él en un simple obstáculo que hay que superar a velocidades cada vez mayores. El camino y la carretera son también dos concepciones diferentes de la belleza. Cuando alguien dice que en tal o cual lugar hay un paisaje hermoso, eso significa: si paras el carro verás un hermoso castillo del siglo xv y junto a él un parque; o: hay allí un lago y, por su brillante superficie, que se extiende a lo lejos, navegan los cisnes. En el mundo de las carreteras un paisaje hermoso significa: una isla de belleza unida por una larga línea a otras islas de belleza. En el mundo de los caminos la belleza es ininterrumpida y constantemente cambiante; a cada paso nos dice: ¡detente! (Kundera 1988:298)
Del camino a la autopista
Quizás la velocidad de la producción de conocimientos científicos- tecnológicos, generados en el espacio de la autopista, no nos ha dado tiempo, a casi un siglo, para detenernos a contemplar y reflexionar sobre la belleza de los hallazgos científicos, generados por las paradójicamente llamadas “ciencias duras” y también por las llamadas “ciencias blandas”. (3) Numerosos epistemólogos, físicos, filósofos, biólogos, sociólogos, químicos, psicólogos, pensadores sin fronteras disciplinarias, desobedientes del camino establecido, (algunos de ellos citaremos más adelante en esta obra) han producido profusos materiales científicos para difundir los nuevos hallazgos.
Es en este sentido, que consideramos relevante reconocer, esto es valorar el metá-hodos, que hemos recorrido. Apreciar la necesidad histórica que hemos tenido de recorrer un sendero uniforme, con la certeza de la ruta y el anhelo de las veloces autopistas.
Ahora bien, ante los desarrollos ontológicos y epistemológicos del siglo pasado, necesitamos detenernos en esta autopista, para reflexionar profundamente en el camino, acerca de cómo seguir. Los caminos se bifurcan y también se terminan. Hoy, inmersos en un contexto marcado por la incertidumbre, sin tierra firme bajo nuestros pies, nos resulta más adecuado acuñar la metáfora poliforme y permanentemente cambiante del cauce de un río que fluye.
De la autopista al cauce del río
Su naturaleza tiene más que ver con el flujo del agua, que con la solidez de la tierra, la que la cultura citadina endureció aún más con el asfalto. Tiene más que ver con el cambio permanente que nos propuso Heráclito de Efeso, que con las leyes del método que erigió René Descartes.
De eso mismo se trata la investigación, de un fluir de significados, que tiene más la energía de la corriente del agua, que la sustancia que proporcionan las nociones, categorías, hipótesis, fórmulas y conceptos. Este es el sentido de la metáfora del camino utilizada en este libro, que producirá a lo largo de la obra, que los senderos recorridos se transformen, cual partícula en onda, en afluentes de un caudaloso río.
Por este rumbo, la belleza y el amor no quedan por fuera, nos guiarán por un campo de conocimiento, donde vibraremos en un pulso vital, en sincronización con esta naturaleza, que se despliega ante nuestros pies descalzos, con más preguntas al andar que respuestas.
La necesidad de esta travesía, surge de los interrogantes sin respuesta que hemos encontrado a la manera tradicional de investigar y que desplegaremos en las próximas páginas.
Proponemos un viaje de recursividad, un retorno espiralado al río de Heráclito.
Navegar por este río, a diferencia de correr por la autopista, requiere “Atención antes que eficiencia, fluir suave antes que velocidad” (Kazuaki, 1990: 198)
Con este trabajo esperamos contribuir a la indispensable transformación que hoy requiere nuestra labor científica, deseamos que esta escritura sirva de puente y facilite el pasaje.
Finalmente y a riesgo de ser osada, tengo el deseo profundo de que este viaje sea útil para vivir, tal como a mí me ha sucedido.
2. Refiere a el tema musical “El tiempo es veloz” de David Lebon, interpretado por Mercedes Sosa, cantante popular argentina.
3. Retomaremos más adelante de manera “rigurosa” esta clasificación de las “propie-dades materiales de los conocimientos científicos”.
Preguntas y aproximaciones
Ciencia es el arte de crear ilusiones convenientes, que el necio acepta o disputa, pero de cuyo ingenio goza el estudioso, sin cegarse ante el hecho de que tales ilusiones son otros tantos velos para ocultar las profundas tinieblas de lo insondable.
Carl Gustav Jung
Correr velos y sumergirnos en lo insondable
Porque nos seduce lo insondable y nos aburre lo conveniente, es que en este apartado queremos compartir con el lector, preguntas que ya hace varios años inquietan nuestra tarea de investigación.
¿A qué se llama ciencia en el siglo XXI?
¿Para qué se investiga y cómo se involucran los investigadores con lo investigado?
¿Cómo se producen estos conocimientos? ¿Quiénes y cómo los validan?
¿En qué medida los nuevos descubrimientos ontológicos y epistemológicos del siglo XX han penetrado en la práctica de la investigación científica actual?
¿Qué conocimientos generados por la humanidad quedan por fuera del marco científico acreditado?
¿Qué relación guardan los conocimientos científicos con otros saberes que la humanidad produce fuera de este ámbito?
¿Quiénes y cómo se validan esos “otros” saberes?
¿Qué entendemos nosotros por ciencia en el siglo XXI?
¿En qué medida deberíamos preocuparnos por la cientificidad de los conocimientos producidos, cuando en algunos casos, otros saberes sociales también resultan igualmente válidos para comprender y transformar nuestro vivir?
Y más aún de manera arriesgada, me pregunto junto a mi amigo Jorge, ¿Y si este mundo no fuera para ser explicado sino para ser sentido y vivido? ¿Cuál sería la forma de entrar allí?
¿Cuál es el rumbo a tomar para quienes deseamos explorar con una cabeza que siente y un corazón que piensa en el siglo XXI?
Somos conscientes de la