Eso no puede pasar aquí. Sinclair Lewis

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Eso no puede pasar aquí - Sinclair Lewis A. Machado

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él... Cuando llevaba un año de senador, su maquinaria era tan completa, funcionaba tan bien y estaba tan escondida de los pasajeros comunes como las máquinas de un transatlántico.

      En las camas de cualquiera de sus suites reposaban, al mismo tiempo, tres chisteras, dos sombreros de oficinista, un objeto verde con una pluma, un bombín marrón, una gorra de taxista y nueve gorros de fieltro normales, de color marrón monacal.

      Una vez, en el espacio de veintisiete minutos, habló por teléfono desde Chicago con Palo Alto, Washington, Buenos Aires, Wilmette y Oklahoma City. Otra, en media hora, recibió dieciséis llamadas de clérigos pidiéndole que condenara una sucia obra burlesca y siete de empresarios teatrales y propietarios de inmuebles pidiéndole que la elogiara. A los clérigos les llamaba “doctor”, “hermano” o ambos; a los empresarios, “amigo” y “compadre”; a los dos les ofrecía promesas igual de altisonantes; y, por lealtad, no hacía absolutamente nada por ninguno de ellos.

      Normalmente, no hubiera pensado en cultivar alianzas con países extranjeros, aunque nunca dudó de que, algún día, cuando fuera presidente, sería el líder de la orquesta mundial. Lee Sarason se empeñaba en que Buzz estudiara algunos rudimentos del mundo exterior, como la relación entre la libra esterlina y la lira, el modo apropiado de dirigirse a un baronet2 y las po sibilidades del archiduque Otto, así como los restaurantes londinenses de ostras y los burdeles cerca del parisino Boulevard de Sebastopol, perfectos para recomendárselos a los diputados juerguistas.

      Sin embargo, el verdadero cultivo de las relaciones con los diplomáticos extranjeros residentes en Washington se lo dejaba a Sarason, que les agasajaba con tortuga de río y pato de cabeza roja, con jalea de grosella negra, en su apartamento, bastante más tapizado que las propias dependencias de Buzz en Washington, ostentosamente sencillas... Aun así, en casa de Sarason siempre había una habitación reservada para Buzz, que albergaba una gran cama doble, estilo imperio, con doseles de seda.

      Fue Sarason quien convenció a Windrip para que le dejara escribir La hora cero (basándose en las notas dictadas por el propio Windrip) y quien engatusó a millones de personas para que leyeran (e incluso a miles de ellas para que compraran) aquella biblia de la justicia económica; Sarason, quien se había percatado de que existía tal avalancha actual de publicaciones políticas privadas mensuales y semanales, que se consideraba un honor no publicar una; y Sarason, quien tuvo la genial idea de que Buzz pronunciara un discurso radiofónico urgente a las tres de la madrugada cuando el Tribunal Supremo declaró inconstitucional al programa de la Administración Nacional de Recuperación (N.R.A.) en mayo de 1935... Aunque muchos partidarios, incluso el propio Buzz, no estaban seguros de si estaba contento o decepcionado y aunque en realidad pocos escucharon la emisión en sí, todos los habitantes del país, excepto los pastores y el profesor Albert Einstein, habían oído hablar de ello y estaban impresionados.

      Sin embargo, fue Buzz quien pensó, él solito, primero, en ofender al duque de York negándose a aparecer en la cena que organizó la embajada en su honor, en diciembre de 1935 (ganándose así una espléndida reputación de adalid de la democracia popular en todas las cocinas, parroquias y bares rurales), y, más tarde, en aplacar a Su Alteza visitándole y llevándole un conmovedor ramillete casero de geranios (procedentes del invernadero del embajador japonés), lo cual le granjeó el cariño, si no necesariamente de la realeza, sin duda de la D.A.R., la Unión de Habla Inglesa y de todos los corazones maternales que consideraron el voluminoso ramillete un detalle demasiado mono como para ignorarlo.

      Después de que Doremus Jessup hubiera dejado de escuchar frenéticamente, los periodistas le atribuyeron a Buzz el haber insistido en la candidatura de Perley Beecroft para la vicepresidencia en la convención demócrata. Beecroft era un hacendado y comerciante tabacalero del sur, así como un exgobernador de su estado, casado con una antigua maestra de escuela procedente de Maine, que desprendía el suficiente aroma a mar salada y flores de patata como para ganarse a cualquier norteño. Sin embargo, no era su superioridad geográfica lo que hacía del Sr. Beecroft el compañero de candidatura perfecto para Buzz Windrip, sino el hecho de que tenía una piel amarillenta, a causa de la malaria, y un bigote descuidado, mientras que la cara caballuna de Buzz era rubicunda y suave; asimismo, la oratoria de Beecroft era insustancial y enunciaba una cantidad de tonterías, con tal lentitud y profundidad, que conseguía seducir a los solemnes diáconos, a quienes sacaba de quicio la catarata de palabras en jerga de Buzz.

      Sarason tampoco habría podido convencer a los ricos de que, cuanto más les denunciara Buzz y más prometiera distribuir sus millones entre los pobres, más podrían confiar en su “sentido común” y financiar su campaña. Sin embargo, con una insinuación, una sonrisa, un guiño o un apretón de manos, Buzz pudo convencerles, y ya no dejaban de llegar cientos de miles de contribuciones, a menudo disfrazadas como evaluaciones de asociaciones comerciales imaginarias.

      Gracias a su peculiar carácter, Berzelius Windrip no había esperado hasta ser elegido candidato para este o aquel cargo y pronto empezó a embarcar por la fuerza a su banda de piratas. Llevaba convenciendo a seguidores desde el día en que, con cuatro años de edad, cautivó a un compañero del barrio dándole una pistola llena de amoníaco que, más tarde, como buen ahorrador, recuperó robándosela del bolsillo. Puede que Buzz no aprendiera mucho (quizá no hubiera podido) de los sociólogos Charles Beard y John Dewey pero, sin duda, ellos habrían aprendido cantidad de cosas de Buzz.

      Y el golpe maestro de Buzz, no de Sarason, consistió en defender con vehemencia que todo el mundo se enriquecería solo con votar para enriquecerse, así como en denunciar, al mismo tiempo, todo tipo de “fascismo” y “nazismo”, de tal manera que pudieran votarle la mayoría de los republicanos que tenían miedo al fascismo demócrata y todos los demócratas que temían al fascismo republicano.

      Notas al pie

      1 Referencia irónica a Micky Mouse, el famoso ratoncito de los dibujos animados y a Wotan-Odin, dios nórdico que creó el mundo. La leyenda dice que Wotan se sacrificó durante nueve días y nueve noches colgándose del árbol Ygdrasil, situación durante la cual alcanzó la iluminación e inventó las runas. Wotan es simultáneamente un dios amable y bueno, pero también cruel, ya que representa la naturaleza humana. N.T.

      2 Título hereditario concedido por la corona británica. No tiene ninguna equivalencia fuera del territorio británico, no comporta nobleza ni tiene categoría de par. N.T.

       10

      Aunque odio llenar mis páginas de confusos tecnicismos científicos e incluso de neologismos, me siento obligado a afirmar aquí, que si cualquier estudiante inteligente analizara por encima la Economía de la Abundancia, quedaría convencido de que los falsos profetas que denigran el tan necesario incremento en la liquidez de la “inflación” de nuestra circulación monetaria, basando erróneamente su paralelismo en las desgracias inflacionarias de varias naciones europeas durante el período 1919-1923, no consiguen comprender (para engañar, y quizá de modo imperdonable) la situación monetaria tan diferente que existe en Estados Unidos, debido a nuestra reserva de recursos naturales, muchísimo más extensa.

      La hora cero, Berzelius Windrip.

      LA MAYORÍA de los agricultores hipotecados.

      La mayoría de los trabajadores no manuales que llevaban desempleados estos últimos tres, cuatro y hasta cinco años.

      La mayoría de la gente que recibía ayudas del Estado y quería más.

      La mayoría de los habitantes de los suburbios que no podían pagar los plazos de

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