Eso no puede pasar aquí. Sinclair Lewis

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Eso no puede pasar aquí - Sinclair Lewis A. Machado

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Windrip les garantizaría y quizá les aumentaría la bonificación.

      Los predicadores populares de Myrtle Boulevard o Elm Avenue que, animados por los ejemplos del obispo Prang y el padre Coughlin, creían que podían obtener una valiosa publicidad si apoyaban un programa algo raro que prometía la prosperidad sin que nadie tuviera que trabajar para conseguirla.

      Los vestigios del Ku Klux Klan y los líderes de la Federación Laboral Americana, que sentían que los políticos tradicionales no les habían prometido ni cortejado adecuadamente, así como los trabajadores comunes no sindicados que sentían que no habían sido cortejados adecuadamente por la misma Federación Laboral Americana.

      Los abogados clandestinos que todavía no se habían agenciado puestos de trabajo en el Gobierno.

      La legión perdida de la Liga Anti-Saloon, pues se sabía que, aunque bebía mucho, el senador Windrip también elogiaba mucho la abstinencia, mientras que su rival Walt Trowbridge, aunque bebía muy poco, no decía nada a favor de los mesías de la Ley Seca. Últimamente, a estos mesías la moralidad profesional ya no les parecía rentable, pues los Rockefeller y Wanamaker ya no rezaban con ellos ni les pagaban.

      Además de estos necesitados demandantes, un número bastante considerable de burgueses que, aunque eran millonarios, sostenían que los diabólicos banqueros habían frenado en gran medida su prosperidad al limitar sus créditos.

      Estos eran los seguidores que esperaban que Berzelius Windrip desempeñara el papel de iniciado divino y les alimentara con generosidad cuando fuera elegido presidente. De entre ellos surgirían la mayoría de los fervientes oradores que hicieron campaña a su favor en septiembre y octubre.

      Colándose entre esta turba de exagerados seguidores que identificaban la virtud política con el dinero para el alquiler, llegó en bandada una brigada que no padecía hambre, sino que se veía afectada por demasiado idealismo: intelectuales, reformistas e incluso individualistas inquebrantables que, a pesar de su carácter fraudulento y bufonesco, veían en Windrip un vigor atrevido que prometía un rejuvenecimiento del tullido y senil sistema capitalista.

      Upton Sinclair escribió sobre Buzz y habló a su favor, al igual que en 1917 había defendido la entrada incondicional de Estados Unidos en la Gran Guerra (aunque fuera un pacifista inflexible), pues preveía que acabaría, sin lugar a dudas, con el militarismo alemán y, por tanto, con todas las guerras para siempre. Aunque la mayoría de los empresarios piratas se estremecían un poco al tener que relacionarse con Upton Sinclair, también entendían que, independientemente de los ingresos que tuvieran que sacrificar, solo Windrip podía iniciar la recuperación de los negocios. El obispo Manning, de la ciudad de Nueva York, resaltó que Windrip siempre hablaba de la Iglesia y sus pastores con veneración, mientras que Walt Trowbridge salía a pasear a caballo todos los domingos por la mañana y no se conocía ninguna ocasión en que hubiera telegrafiado a un familiar del sexo femenino en el Día de la Madre.

      Por otra parte, el Saturday Evening Post enfureció a los pequeños comerciantes tras tildar a Windrip de demagogo y el Times neoyorquino, en su día demócrata independiente, era claramente anti-Windrip. Aun así, casi todas las publicaciones religiosas afirmaban que, con un santo como el obispo Prang como partidario, Windrip debía haber sido inspirado por Dios.

      Incluso Europa participó en el espectáculo.

      Con una simpatía de lo más pudorosa, explicando que no deseaban inmiscuirse en la política nacional estadounidense, sino únicamente expresar su admiración personal por Berzelius Windrip (ese gran defensor occidental de la paz y la prosperidad), llegaron representantes de varias potencias extranjeras a dar conferencias por todo el país: el general Balbo, muy popular por haber liderado el vuelo de Italia a Chicago en 1933; el Dr. Ernst (Putzi) Hanfstängl, un erudito que, aunque ahora vivía en Alemania y constituía una fuente de inspiración para todos los líderes patrióticos de la Recuperación Alemana, se había licenciado en la Universidad de Harvard y había sido el pianista más popular de su promoción; y el león de la diplomacia británica, el Gladstone de la década de 1930, el apuesto y refinado lord Lossiemouth, quien, como primer ministro, había sido conocido como el honorable Ramsay MacDonald, miembro del comité asesor del monarca.

      Las esposas de los empresarios les agasajaban a los tres por todo lo alto. Además, consiguieron convencer a numerosos millonarios (quienes, con todo el refinamiento que les otorgaba su riqueza, consideraban vulgar a Buzz) de que, en realidad, constituía la única esperanza en el mundo para un eficaz comercio internacional.

      El padre Coughlin echó una mirada a todos los candidatos y se retiró indignado a su celda.

      La Sra. Adelaide Tarr Gimmitch, que sin duda habría escrito a los amigos que hizo en la cena del Rotary Club de Fort Beulah, si tan solo se acordara del nombre de la localidad, era un personaje bastante importante en la campaña. Se encargaba de explicarles a las votantes lo amable que había sido el senador Windrip al dejarles seguir votando (al menos por ahora); y cantaba “Berzelius Windrip fue a Wash”1 una media de once veces al día.

      Aunque su principal tarea consistía en llegar a millones de personas a través de la radio, el mismísimo Buzz, el obispo Prang, el senador Porkwood (intrépido liberal y amigo de los trabajadores y los agricultores) y el director de un periódico y coronel Osceola Luthorne, también viajaron 27.000 millas en un periplo ferroviario de cuarenta días por todos los estados de la Unión, montados en el aerodinámico Vagón Especial de los Hombres Olvidados (de aluminio y color escarlata y plateado, con paneles de madera de ébano, aire acondicionado y motor diésel, tapizado con seda y acolchado con goma).

      Además, albergaba un bar privado que nadie olvidaba, excepto el obispo.

      Los precios de los billetes fueron el generoso obsequio de la unión de ferrocarriles.

      Se pronunciaron más de seiscientos discursos, que abarcaban desde saludos de ocho minutos ante las multitudes que se congregaban en las estaciones, hasta diatribas de dos horas en auditorios y recintos feriales. Buzz estaba presente en todos, normalmente como protagonista; pero, a veces, padecía tal ronquera que solo podía saludar con la mano y graznar “¿qué tal estáis?” mientras le traducían Prang, Porkwood, el coronel Luthorne y tantos voluntarios (de entre su regimiento de secretarios, asesores y especialistas doctorados en historia y economía, cocineros, camareros y barberos) como pudieran engatusar para que dejaran de jugar a los dados con los periodistas, fotógrafos, ingenieros de sonido y locutores que les acompañaban. Tieffer, de la agencia de noticias United Press, calculó que Buzz apareció así, en persona, ante más de dos millones de personas.

      Mientras tanto, volando casi a diario entre Washington y el lugar donde estuviera Buzz, Lee Sarason supervisaba a docenas de telefonistas y cantidad de taquígrafas que contestaban al día miles de llamadas, cartas, telegramas y cables (y a veces también abrían alguna caja con caramelos envenenados). El mismísimo Buzz estableció como norma que todas estas chicas debían ser guapas y razonables, estar absolutamente cualificadas y relacionadas con gente que tuviera influencia política.

      Cabe destacar que, en este prostíbulo de “relaciones públicas”, Sarason no utilizó ni una sola vez “contactar” como verbo transitivo.

      El honorable Perley Beecroft, candidato a la vicepresidencia, estaba especializado en las convenciones de órdenes fraternales, confesiones religiosas, agentes de seguros y viajantes.

      El coronel Dewey Haik, que había presentado la candidatura de Buzz en Cleveland, tenía una función única en el mundo de las campañas políticas (constituía una de las invenciones más ingeniosas de Sarason). Haik no hablaba a favor de Windrip en los lugares más frecuentados y obvios, sino en marcos tan peculiares que su aparición

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