Interculturalidad, arte y saberes tradicionales. Bertha Yolanda Quintero Maciel

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Interculturalidad, arte y saberes tradicionales - Bertha Yolanda Quintero Maciel

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aquel conjunto de objetos, actos y significaciones culturales anónimas que tienden a permanecer como patrimonio comunitario durante múltiples generaciones y repetirse en sus rasgos más distintivos, procurando la mayor continuidad de su sentido y la menor variación de sus componentes.

      Elitismo del significado de las manifestaciones folclóricas

      Por definición, el folclor es excluyente. No pertenece en principio a todas las comunidades sino a la que sustenta su significación. Tampoco puede basarse en lo individual, puesto que nadie puede otorgarse a sí mismo en su actualidad una tradición. Así, lo que es exclusivo de una comunidad se cierra para las demás. En tanto es una configuración distintiva, el folclor distingue a su comunidad depositaria tanto como a las élites de la sensibilidad las distingue la apropiación de la invención continua del sentido. Entonces, una paradoja se hace visible en el folclor: es necesariamente elitista, es decir, sólo puede darse con autenticidad en el interior de la comunidad que lo ha creado o adoptado con todas sus implicaciones de anonimato y pervivencia. Las manifestaciones folclóricas sólo pertenecen a ciertas comunidades, en las demás es notoria la exterioridad y el desarraigo, o incluso la imposición de aquello que no le confiere identidad a su tradición. Sin embargo, no obsta para que en el futuro esa exterioridad se interiorice, constituyendo una fórmula válida del folclor propio de esa comunidad; pero en cualquier actualidad, la calidad de algo folclórico se opone al resto de condiciones folclóricas de otras comunidades y, en términos generales, se opone también a la cultura de masas. Aducimos como ejemplos las músicas centenarias en cada país: la música abajeña mexicana difiere de la música tradicional yucateca, o las fórmulas de la marinera en la costa de Perú se distinguen de la música folclórica de las comunidades andinas. La identidad creada por esa diferencia señala hacia la comunidad que la crea o mantiene para sí, actitud que niega la autenticidad de toda expresión fuera de la comunidad. Esa exclusividad de la identidad apunta hacia un elitismo, cifrado inicialmente en la cantidad de usuarios del significado en cuestión.

      Y es que las comunidades cuentan con sus expresiones autóctonas como una riqueza. Propiamente, se produce la creación de un capital cultural folclórico del cual las comunidades disponen para varios efectos, tales como la cohesión intergeneracional, la unidad ante el relato del pasado, el lazo social o el resguardo frente a manifestaciones culturales externas, entre otros. Por su carácter, el folclor es un capital que únicamente sirve para fines internos de cada comunidad; al expresarse hacia afuera de ellas, diverge su potencial y se devalúa en autenticidad cultural y en uso social. En otras palabras, quien expresa su tradición folclórica fuera de la comunidad de usuarios originales no establece con su nuevo público nexos como los que suceden al efectuarse la manifestación cultural dentro del grupo originario. Tintes de falsedad cultural acompañan la exteriorización folclórica. De allí su rasgo elitista, excluyente y privado a pesar de tratarse de un indudable valor colectivo.

      El ascenso de la cultura de masas

      El folclor, por su ser mismo, resiste los intentos de exportación y niega la patente de origen a quienes pretendan extraerlo de las comunidades que lo resguardan, eso garantiza la base de capital cultural que representa. No obstante, el último siglo ha visto nacer en toda su expansión la cultura de masas, fórmula de manifestación privilegiada por la sociedad mundializada, la cual, como se estableció en un apartado previo, impulsa en particular a ciertos actores sociales nominales para producir significados a ser consumidos por el resto del grupo, ascendiendo en importancia durante un lapso breve y desapareciendo del panorama general en un tiempo igualmente fugaz. Este significado popular, que está vinculado a la moda y a la transnacionalización, tiene sus propios recursos de imposición, contrapuestos a los del folclor.

      Como se señaló anteriormente, el folclor resiste ser llevado hacia ámbitos extracomunitarios, lo cual garantiza la supervivencia dentro de su núcleo: ese capital cultural no corre riesgos al salir, pues su riqueza está garantizada por la gente que se identifica como perteneciente al grupo. Sin embargo, la cultura de masas, que por eso mismo no se opone directamente al folclor, produce un efecto de fondo operante en contra de éste.

      El procedimiento –que bien podemos llamar disolución del capital cultural folclórico– resuelve los significados sin combatir el sentido de las comunidades originarias, lo hace otorgando valores diversos a los individuos que las componen. En ese entendido, el folclor sigue garantizado por quienes se identifican con esa comunidad; el fenómeno acontecido es que los individuos dejan de identificarse con esa comunidad y, por lo tanto, dejan de aportarle la indispensable pertenencia. El resultado es un debilitamiento del folclor causado por el debilitamiento del lazo comunitario, esto es, la cultura de masas no ataca directamente al folclor sino que socava la base comunitaria dentro de la que obligadamente éste había vivido y la cual necesita para subsistir. Al resquebrajarse las comunidades tradicionales, el folclor deja de tener el suministro de usuarios que mantenían su sentido a lo largo del tiempo.

      Nuevas modas y usos comienzan dividiendo las identidades comunitarias hasta desfigurarlas, y junto con ello las integran en una comunidad mundializada de consumo de significados efímeros. Hemos sido testigos de comunidades rurales de raigambre autóctona invadidas por el retorno de quienes migraron hacia Estados Unidos. Allí las mujeres, que permanecieron en espera de los hombres que fueron a buscar fortuna “al norte”, mantienen una indumentaria ancestral, con faldas sedosas de colores muy intensos, significando los colores y cintas un estatus específico (vida, soltera, casada, casadera, etcétera); en cambio los hombres portan indumentarias de estilo marginal urbano de California, así como tatuajes, corte de pelo, lentes, aparatos de música y otros apósitos culturales que muestran con claridad la escisión de las identidades dentro del grupo. Como notamos, la cultura de masas no ataca al folclor específico de esa comunidad, sino que atrae individuos para que dejen de pertenecer a su núcleo originario y se integren a una comunidad internacional de consumidores de lo mismo en lapsos de transformación dirigidos y muy breves. Tal como sucede en la economía, la descapitalización de los pueblos hace insostenible su modo de vida tradicional. Entonces, el significado folclórico culmina su presencia histórica al disolverse su capital cultural por falta de partícipes sociales que lo sustenten.

      El rescate del folclor por la alta cultura

      La cultura de masas representa un reto para el folclor, pues ésta lo absorbe todo para convertirlo en algo mediado y, por último, descartable. La cualidad desechable de la cultura de masas opera en contra del folclor, el cual se fundamenta precisamente en lo opuesto: la perduración. Por otra parte, para la alta cultura, el folclor es un objeto valioso que, como todo lo sobreviviente en la historia, cuenta con posibilidades de devenir exquisito. Además, la investigación académica, consciente del peligro de desaparición que enfrenta esa forma comunitaria y tradicional, asume la labor de registrar y analizar con vistas a su rescate. Sin embargo, la captura de las formas folclóricas por la alta cultura —y su brazo crestomático, la academia— no abona a aumentar la continuidad histórica de éstas, pues procede en modo análogo al de la cultura de masas, separando comunidad y expresión. La cultura de masas mina la identidad de los grupos y los separa de sus tradiciones, la alta cultura extrae las tradiciones y las conserva en una latencia ajena a la comunidad originaria. En ambos casos el resultado es una tradición sin comunidad que la viva como propia.

      Así, el folclor padece un doble socavamiento y erosión de su base comunitaria, tanto por la cultura de masas, que deshace los vínculos históricos y los actualiza en moda, como por la apropiación por parte de la alta cultura, que lo obliga a sobrevivirse a sí mismo cuando ya no tiene cimentación poblacional. En ambos casos sucede la creación de comunidades artificiales, ya sea para diluir el significado de la tradición o para hacerlo residir fuera de la vivencia de origen. Tanto en un caso como en el otro la significación auténtica es improbable porque ya no está dirigida a consolidar el lazo social.

      El rescate del folclor, incluso cuando se dé por intervención del estado en favor

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