Interculturalidad, arte y saberes tradicionales. Bertha Yolanda Quintero Maciel

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Interculturalidad, arte y saberes tradicionales - Bertha Yolanda Quintero Maciel

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leen actualmente El Quijote. Quienes leen esa novela hoy constituyen su público y son, dentro del cuerpo social, depositarios de una tradición de siglos. Por eso mismo, en la base de la segunda esfera se deberá comprender todo aquello relativo a la recepción de la novela: su disponibilidad en la circulación cultural, el conocimiento del idioma, la persistencia en el universo imaginario propio del relato que presenta, y así sucesivamente.

      Dado que las coordenadas de lo histórico y lo social enmarcan la diacronía y sincronía del acontecimiento en cuestión, vemos la relevancia de la acumulación temporal de sus variaciones de significación. En el caso de la novela que mencionamos, el tiempo cero, en tanto corte vertical de su contexto, su creador y su plasmación técnica, corresponde a un momento en que la novela, antes inexistente, surge en la disponibilidad social de significaciones estéticas. El autor es un soldado con ciertas vinculaciones en el medio literario. La obra es una novela bufa en torno a la ubicación real de un personaje que quiere ser análogo a los increíbles caballeros andantes. Los sucesivos tiempos de lectura consignados en subsecuentes ediciones, estudios, ensayos o traducciones nos demuestran un ascenso social e histórico de la significación de la novela respecto del contexto original: la mofa escrita por un soldado se ha convertido en la obra maestra creada por el genio de Cervantes, es decir, si se lee esa novela en nuestro tiempo es porque ha ganado valor de significación cultural como un texto clásico, y no, desde luego, sólo por ser una historia cómica inventada por un soldado de otro siglo. Lo que representa en términos culturales esa novela se explica por la sumatoria de las muchas variaciones que la sucesiva recepción ha incorporado, de tal modo que el valor que tenía en su tiempo de origen ha quedado imbuido en el actual tiempo enésimo en el que leemos la novela como un corpus complejamente imbricado, a pesar de que la configuren exactamente las mismas palabras que en el instante de su escritura.

      Pues bien, esas coordenadas y esferas nos conducen a tres órdenes de significación, que es lo que nos interesa al final. Continuando la aplicación a las artes, diríamos que el primero de ellos se compone de actos y objetos cuyo significado pervive dentro de la comunidad, y en ella se reproduce y mantiene en un tiempo de larga duración. Por lo mismo, su origen es difuso y tiende a conservarse anónimo en cada instancia que lo actualiza. Su significación persiste en procura de cambiar lo menos posible. Las artes folclóricas son representantes adecuadas de este tipo de significación cultural: las coreografías autóctonas, por ejemplo, siguen presentándose en festividades religiosas o conmemorativas con las mismas figuras y grupos con que lo hicieron hace muchas décadas o incluso siglos, transmitidos de una generación a otra, sin que alguien en particular se arrogue el mérito de esa creación.

      El segundo orden, en cambio, tiene un origen definido y cercano. Lejos de ser anónimo, insiste en vincular esa creación a un autor específico. Aunque no es producido en el seno de la comunidad, sí es consumida ampliamente por ésta. De ahí que la significación cultural de esos actos u objetos aumente de forma drástica en un lapso breve. Sin embargo, debido a la ausencia de arraigo en la comunidad –a la que ha llegado como formulación externa– esa significación desciende igualmente rápido, de modo que en poco tiempo llega a minimizarse o desaparecer. Ejemplo de esto podría ser la música popular, que se escucha en diversos medios con un posicionamiento creciente hasta verterse en una moda o, al menos, en una referencia social amplia. Así, las canciones de un cierto compositor popular se ven aumentadas en su significado cultural, potenciado por los medios, escuchadas y reiteradas en vastos grupos sociales; pero aun antes de morir la persona, el significado de aquellas composiciones deja de subsistir en la masa que le había dado rango y expansión. De allí que la canción folclórica “Las mañanitas” se siga cantando en cada cumpleaños, mientras las canciones de Agustín Lara, que fueron imprescindibles en la sentimentalidad social de su momento, disminuyen en su frecuencia presencial con tendencia a desaparecer.

      El tercer orden de significación compete a aquellos actos y objetos que son apropiados por una élite ilustrada para el cultivo de su propio estatus. Allí se encuentran las invenciones más vanguardistas de cada época a la par que las supervivencias más exóticas de las culturas del pasado. En su ámbito permite la inserción de cosas tanto anónimas como nominales, o bien procedentes de la tradición ancestral o de la moda más presente. Lo importante en este tercer orden es que la élite se vea reflejada en su propia elección de lo distintivo, de lo que se sustrae a la creación originada por las comunidades o al consumo masivo de lo efímero. Ese distintivo adquiere un carácter de perdurabilidad muy distinto del folclórico, puesto que la significación no tiende a permanecer sino a incrementarse. El ejemplo de ello serían las bellas artes –que se denominan también arte culto–, pues en ellas a los objetos de la invención se añaden invenciones interpretativas de nuevo sentido. En este caso, una composición musical del Barroco o un jarrón Ming mantienen para esa élite un significado cultural muy superior al del contexto en el cual se originaron dichas obras, puesto que al acontecimiento creador del sentido se le dispone un aparato de agregaciones que lo fortalece y amplifica, aunque para un grupo socialmente reducido de receptores.

      La esquematización y el apretado ejemplo novelesco que hemos ofrecido, así como la consideración de los órdenes de la significación, serían útiles para entender la formación de las tradiciones y, para lo que nos ocupa aquí, el lugar de los significados culturales que denominamos bajo el término de folclor.

      Lo que es el folclor

      El folclor, desde luego, es la parte más honda de la tradición, sólo superada por las tendencias pesadas de carácter civilizatorio, las cuales provienen de milenios y son, en el sentido más puntual, el limo que alimenta al folclor. Se podría aducir que el folclor es el sustrato de la cultura y la manifestación particular de la absorción comunitaria de los ejes de la civilización.

      Pongamos por caso, entre los elementos de larga duración que fundan la formulación civilizada, el lenguaje: la expresión y la comunicación idiomáticas se encuentran desarrolladas en todos los sitios y épocas en que se asienta la humanidad, y así como la lengua se extiende y universaliza, el habla confiere el tinte propio a los usos de la lengua según lo aprenden las comunidades, en esa tensión entre preservar las modalidades del decir y acuñarle giros nuevos que responden a experiencias no heredadas. El lenguaje es una tendencia pesada de la civilización; el habla peculiar de regiones o grupos expresa en forma particular cómo han absorbido el eje del lenguaje. Si esa formación peculiar se transmite y perdura a través de varias generaciones, tendremos un auténtico caso de habla folclórica.

      Si bien atendimos al aspecto del lenguaje gracias a su carácter paradigmático y evidente, la proyección de la tradición sobre el presente acontece también en los demás ámbitos del espectro cultural. En un apartado previo se justificó un criterio de significación para ubicar al folclor, ejemplificado con las artes. De lo presentado se desprende que el folclor tiene una raíz comunitaria y anónima con un sentido persistente y reiterativo durante un tiempo extenso.

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