El ministerio de la bondad. Elena Gould de White

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El ministerio de la bondad - Elena Gould de White Biblioteca del hogar cristiano

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tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto; e irá tu justicia delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia” [vers. 8] (JT 2:503, 505).

      CAPÍTULO

      La religión verdadera

      Definición de religión verdadera. ¿Qué es la religión verdadera? Cristo nos ha dicho que la religión verdadera es el ejercicio de la compasión, la simpatía y el amor en el hogar, en la iglesia y en el mundo. Esta es la clase de religión para enseñar a los hijos y es lo genuino. Enséñenles que no concentren sus pensamientos en sí mismos, sino que por doquier hay seres humanos necesitados y dolientes, un campo para la obra misionera (RH, 12-11-1895).

      La religión verdadera, libre de toda mancha delante del Padre, es ésta: “Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” [Sant. 1:27]. Las buenas obras son los frutos que Cristo quiere que produzcamos: palabras amables, actos de misericordia, de tierna solicitud para con los pobres, los necesitados, los afligidos. Cuando los corazones simpatizan con otros corazones agobiados por el desánimo y el pesar; cuando la mano reparte a los necesitados; cuando se viste a los desnudos; cuando los extraños son bienvenidos a vuestra casa y tienen un lugar en vuestro corazón, los ángeles se acercan y resuena un acorde como respuesta en el Cielo (TI 2:24).

      La prueba de Dios de nuestra religión. Se me han mostrado algunas cosas referentes a nuestro deber para con los desvalidos, que siento que es mi deber escribir ahora (T 3:511).

      Vi que, en la providencia de Dios, viudas y huérfanos, ciegos, mudos, cojos y personas afligidas de varias maneras han sido colocados en estrecha relación cristiana con su iglesia; es para probar a su pueblo y desarrollar su verdadero carácter. Los ángeles de Dios vigilan para ver cómo tratamos a estas personas que necesitan nuestra simpatía, amor y benevolencia desinteresada. Esta es la forma en que Dios prueba nuestro carácter. Si tenemos la verdadera religión de la Biblia, sentiremos que es un deber de amor, bondad e interés el que hemos de cumplir para Cristo en favor de sus hermanos; y no podemos hacer nada menos que mostrar nuestra gratitud, por su incomparable amor manifestado hacia nosotros mientras éramos pecadores indignos de su gracia, revelando un profundo interés y un amor abnegado por quienes son nuestros hermanos, y que son menos afortunados que nosotros (SC 239).

      ¿Cómo brilla vuestra luz? Quienes debieran haber sido la luz del mundo, tan sólo han dejado lucir débiles y tenues rayos. ¿Qué es [esa] luz? Es piedad, bondad, verdad, misericordia, amor; es la revelación de la verdad en el carácter y la vida. El evangelio depende de la piedad personal de sus creyentes para su poder agresivo, y Dios ha hecho provisión, mediante la muerte de su Hijo amado, para que cada alma sea plenamente preparada para toda buena obra (RH, 24-3-1891).

      La simpatía práctica es la prueba de la pureza. Satanás está jugando el juego de la vida para apoderarse de cada alma. Sabe que la simpatía práctica es una prueba de la pureza y de la abnegación del corazón, y hará todo esfuerzo posible para cerrar nuestro corazón a las necesidades ajenas y lograr que al fin no nos conmueva la visión del dolor. Introducirá muchas cosas para impedir la impresión del amor y la simpatía. Así fue como arruinó a Judas. Éste se dedicaba constantemente a hacer planes para beneficiarse a sí mismo. En esto representa a una gran clase de quienes profesan ser cristianos hoy. Por lo tanto, necesitamos estudiar su caso. Estamos tan cerca de Cristo como él lo estaba. Sin embargo, si, como sucedió con Judas, la asociación con Cristo no nos hace uno con él, si no cultivamos dentro de nuestro corazón una simpatía sincera hacia aquellos por quienes Cristo dio su vida, corremos como Judas el peligro de quedar separados de Cristo y de ser objeto de las tentaciones de Satanás.

      Necesitamos protegernos contra la primera desviación de la justicia; una transgresión, una negligencia en cuanto a manifestar el espíritu de Cristo, abren el camino a otra y aun otra, hasta que la mente queda dominada por los principios del enemigo. Si se cultiva un espíritu de egoísmo, llega a ser una pasión devoradora que nada sino el poder de Cristo puede subyugar (JT 2:502, 503).

       La religión pura es realizar obras de misericordia y amor. La verdadera piedad se mide por la obra que se hace. La profesión no es nada; la posición no es nada; un carácter como el de Cristo es la evidencia que hemos de mostrar de que Dios ha enviado a su Hijo al mundo. Quienes profesan ser cristianos y sin embargo no proceden como lo haría Cristo si estuviera en su lugar, dañan grandemente la causa de Dios. Representan falsamente a su Salvador y están bajo una falsa bandera...

      La religión pura y sin mácula no es un sentimiento, sino la realización de obras de misericordia y amor. Esta religión es necesaria para la salud y la felicidad. Entra en el templo contaminado del alma y con un látigo echa a los intrusos pecaminosos. Ocupando el trono, consagra todo con su presencia, iluminando el corazón con los brillantes rayos del Sol de justicia. Abre las ventanas del alma hacia el cielo, permitiendo entrar la luz del sol del amor de Dios. Con ella entran la serenidad y la compostura. Aumentan el poder físico, mental y moral, porque la atmósfera del cielo, como un agente viviente y activo, llena el alma. Cristo es formado en lo íntimo, la esperanza de gloria (RH, 15-10-1901).

      Convertirse en un obrero que persevera pacientemente en este bienhacer que implica labores abnegadas, es una tarea gloriosa sobre la cual sonríe el Cielo. El trabajo fiel es más aceptable por parte de Dios que el culto más celoso y considerado más santo. El verdadero culto es trabajar juntamente con Cristo. Las oraciones, las exhortaciones y los discursos son frutos baratos que con frecuencia están vinculados entre sí; pero los frutos que se manifiestan mediante buenas obras, en la atención de los necesitados, los huérfanos y las viudas, son frutos genuinos y crecen naturalmente en un buen árbol (TI 2:23, 24).

      ¿Somos los hijos de Dios? No es el servicio caprichoso lo que Dios acepta; no son los espasmos emotivos de piedad los que nos hacen hijos de Dios. Él demanda que trabajemos movidos por principios verdaderos, firmes y permanentes. Si Cristo se forma en lo íntimo, la esperanza de gloria, él se revelará en el carácter, que será semejante a Cristo. Hemos de representar a Cristo al mundo, como Cristo representó al Padre (RH, 11-1-1898).

      Debemos mostrar el calor y la cordialidad cristianos no como si estuviéramos haciendo algo maravilloso, sino tan sólo lo que esperaríamos que hiciera cualquier cristiano verdadero en nuestro caso si estuviera colocado en circunstancias similares (Carta 68, 1898).

      No nos cansemos en el bien hacer. Muchas veces nuestros esfuerzos por otros pueden no ser tomados en cuenta e indudablemente se pierden, Pero esto no debiera ser una excusa para que lleguemos a cansarnos de hacer el bien. ¡Con cuánta frecuencia ha venido Jesús a buscar fruto en las plantas que él cuida y no ha encontrado sino hojas! Quizá nos desanimemos por los resultados de nuestros mejores esfuerzos, pero esto no debiera inducirnos a ser indiferentes ante los ayes de otros y no hacer nada. “Maldecid a Meroz, dijo el ángel de Jehová; maldecid severamente a sus moradores, porque no vinieron al socorro de Jehová, al socorro de Jehová contra los fuertes” [Juec. 5:23] (T 3:525).

      Al hacer por otros estamos haciendo por Cristo. De acuerdo con lo que se me ha mostrado, los observadores del sábado se vuelven más egoístas a medida que aumentan sus riquezas. Su amor por Cristo y su pueblo disminuyen. No ven las necesidades de los pobres, ni sienten sus sufrimientos ni sus pesares. No se dan cuenta

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