El ministerio de la bondad. Elena Gould de White

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El ministerio de la bondad - Elena Gould de White Biblioteca del hogar cristiano

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Cristo han sido redimidos para servir. Nuestro Señor enseña que el verdadero objeto de la vida es el ministerio. Cristo mismo fue obrero, y a todos sus seguidores les presenta la ley del servicio, el servicio a Dios y a sus semejantes.

       Aquí Cristo presenta al mundo un concepto más elevado acerca de la vida de lo que jamás ellos habían conocido. Mediante una vida de servicio en favor de otros, el hombre se pone en íntima relación con Cristo. La ley del servicio viene a ser el eslabón que nos une a Dios y a nuestros semejantes.

       Cristo confía “sus bienes” a sus siervos: algo que puedan usar para él. Da “a cada uno conforme a su capacidad” [Mat. 25:14, 15]. Cada uno tiene su lugar en el plan eterno del cielo. Cada uno ha de trabajar en cooperación con Cristo para la salvación de las almas. Tan ciertamente como hay un lugar preparado para nosotros en las mansiones celestiales, hay un lugar designado en la tierra donde hemos de trabajar para Dios (PVGM 262).

      CAPÍTULO

      Nuestro Ejemplo en la obra de asistencia social

      “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir” (Mar. 10:45).

      Cristo está delante de nosotros como el gran Modelo. Hagan de la obra de Cristo su ejemplo. Él iba haciendo el bien constantemente: alimentando al hambriento y curando al enfermo. Ninguno que se allegó a él en busca de simpatía se sintió chasqueado. El Príncipe de las cortes celestiales se hizo carne y habitó entre nosotros, y su vida de trabajo es un ejemplo de la obra que nosotros debemos realizar. Su tierno, misericordioso amor censura nuestro egoísmo e indiferencia (Manuscrito 55, 1901).

      Cristo se colocó a la cabeza de la humanidad con el ropaje de la humanidad. Su actitud era tan llena de simpatía y amor, que hasta el más pobre no temía aproximársele. Era bondadoso para con todos y fácilmente accesible para los más humildes. Iba de casa en casa, sanando a los enfermos, alimentando a los hambrientos, consolando a los dolientes, aliviando a los afligidos, hablando paz a los acongojados. Estaba dispuesto a humillarse a sí mismo, negarse a sí mismo. No procuraba destacar su persona. Era el siervo de todos. Su comida y su bebida eran el ser un alivio y un consuelo para otros, alegrar a los tristes y cargados con quienes diariamente se relacionaba.

      Cristo está delante de nosotros como un Hombre modelo, el gran Médico misionero; un ejemplo para todos los que vendrían después. Su amor, puro y santo, bendecía a todos los que llegaban dentro de la esfera de su influencia. Su carácter fue absolutamente perfecto, libre de la más leve mancha de pecado. Él vino como una expresión del perfecto amor de Dios, no para aplastar, no para juzgar y condenar, sino para sanar todo débil, defectuoso carácter, para salvar a hombres y a mujeres del poder de Satanás. Él es el Creador, Redentor y Sustentador de la raza humana. Da a todos la invitación: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” [Mat. 11:28, 29].

      Entonces, ¿cuál es el ejemplo que nosotros debemos presentar al mundo? Hemos de hacer la misma obra que el gran Médico misionero emprendió en nuestro beneficio. Hemos de seguir el sendero del sacrificio desinteresado que Cristo transitó (SpT “B”, Nº 8, pp. 31, 32).

       Cristo fue movido por la compasión. Cuando Cristo vio las multitudes que se habían reunido alrededor de él, “tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” [Mat. 9:36]. Cristo vio la enfermedad, la tristeza, la necesidad y la degradación de las multitudes que se agolpaban a su paso. Le fueron presentadas las necesidades y desgracias de la humanidad de todo el mundo. En los encumbrados y los humildes, en los más honrados y los más degradados, veía a almas que anhelaban las mismas bendiciones que él había venido a traer...

      Hoy existe la misma necesidad. Hacen falta en el mundo obreros que trabajen como Cristo trabajó por los dolientes y pecaminosos. Hay, a la verdad, una multitud que alcanzar. El mundo está lleno de enfermedad, sufrimiento, angustia y pecado. Está lleno de personas que necesitan que se las atienda: los débiles, impotentes, ignorantes, degradados (JT 2:492).

       El Modelo que debemos copiar. El verdadero espíritu misionero es el espíritu de Cristo. El Redentor del mundo fue el gran Modelo misionero. Muchos de quienes le siguen han trabajado fervorosa y abnegadamente en la causa de la salvación de los seres humanos; pero no ha habido hombre cuya labor pueda compararse con la abnegación, el sacrificio y la benevolencia de nuestro Dechado.

      El amor que Cristo manifestó por nosotros es sin parangón. ¡Con cuánto fervor trabajó él! Con cuánta frecuencia estaba solo orando fervientemente, sobre la ladera de la montaña o en el retraimiento del huerto, exhalando sus súplicas con lloro y lágrimas. ¡Con cuánta perseverancia insistió en sus peticiones en favor de los pecadores! Aun en la cruz se olvidó de sus propios sufrimientos en su profundo amor por aquellos a quienes vino a salvar. ¡Cuán frío es nuestro amor, cuán débil nuestro interés, cuando se comparan con el amor y el interés manifestados por nuestro Salvador! Jesús se dio a sí mismo para redimir nuestra especie; y sin embargo, cuán fácilmente nos excusamos de dar a Jesús todo lo que tenemos. Nuestro Salvador se sometió a trabajos cansadores, ignominia y sufrimiento. Fue repelido, escarnecido, vilipendiado, mientras se dedicaba a la gran obra que había venido a hacer en la tierra.

      ¿Preguntan, hermanos y hermanas, qué modelo copiaremos? No les indico a hombres grandes y buenos, sino al Redentor del mundo. Si quieren tener el verdadero espíritu misionero, deben ser dominados por el amor de Cristo; deben mirar al Autor y Consumador de nuestra fe, estudiar su carácter, cultivar su espíritu de mansedumbre y humildad y andar en sus pisadas.

      Muchos suponen que el espíritu misionero y las cualidades para el trabajo misionero constituyen un don especial que se otorga a los ministros y a unos pocos miembros de iglesia, y que todos los demás han de ser meros espectadores. Nunca ha habido mayor error. Todo verdadero cristiano ha de poseer un espíritu misionero, porque el ser cristiano es ser como Cristo. Nadie vive para sí, “y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” [Rom. 8:9]. Todo aquel que haya gustado las potestades del mundo venidero, sea joven o anciano, sabio o ignorante, será movido por el espíritu que animaba a Cristo. El primer impulso del corazón renovado consiste en traer a otros también al Salvador. Quienes no poseen ese deseo dan muestras de que han perdido su primer amor; deben examinar detenidamente su propio corazón a la luz de la Palabra de Dios y buscar fervientemente un nuevo bautismo del Espíritu; deben orar por una comprensión más profunda de aquel admirable amor que Jesús manifestó por nosotros al dejar el reino de gloria, y al venir a un mundo caído para salvar a los que perecían (JT 2:126, 127).

      La interpretación que da Cristo del evangelio. El divino mandato no necesita reforma. La senda de Cristo de la verdad presente no necesita mejorarse. El Salvador dio a sus discípulos lecciones prácticas, enseñándoles cómo trabajar de modo que las almas se gocen en la verdad. Simpatizó con los cansados, agobiados y oprimidos. Alimentó a los hambrientos y sanó a los enfermos. Anduvo constantemente haciendo bienes. Mediante el bien que hacía, con sus palabras amables y actos bondadosos, interpretaba el evangelio a los hombres.

      Aunque fue breve el período de su ministerio público, cumplió la obra que vino a realizar. ¡Cuán solemnes eran las verdades que enseñaba! ¡Cuán completa la obra de su vida! ¡Qué alimento espiritual impartía diariamente cuando presentaba el pan de vida a millares de almas hambrientas! Su vida fue un ministerio viviente de la palabra. Nunca prometió algo que no cumpliera.

      Las palabras de vida fueron presentadas con tal sencillez que un niño podía entenderlas. Hombres, mujeres y niños estaban tan impresionados con su manera de explicar las Escrituras que ellos podían captar la misma entonación de su voz, emplear el mismo énfasis en sus palabras e imitar

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