Las Iglesias ante la violencia en América Latina. Andrew Johnson

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Las Iglesias ante la violencia en América Latina - Andrew  Johnson

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tanto que cristianos este se basa fundamentalmente en el Dios de nuestra fe. Es una opción teocéntrica y profética que hunde sus raíces en la gratuidad del amor de Dios, y es exigida por ella […] En otras palabras, el pobre es preferido no porque sea necesariamente moral o religiosamente mejor que otros, sino porque Dios es Dios. Esta aseveración choca con nuestra frecuente y estrecha manera de entender la justicia, pero precisamente esta preferencia nos recuerda que los caminos de Dios no son nuestros caminos (Gutiérrez, 2004: 571).

      Gutiérrez reconoce que muchos se han cuestionado si la Iglesia puede estar perdiendo su identidad religiosa con semejante inmersión en la política. Otros, observa el autor, han ido más allá. “Desde posiciones de poder han violado de manera descubierta los derechos humanos defendidos en los documentos de la iglesia y asestado duros golpes contra los cristianos que han expresado su solidaridad con los pobres y oprimidos”. Haciendo eco del arzobispo Romero, continúa: “La correcta inserción en el mundo de los pobres no distorsiona la misión de la iglesia. La realidad es que es aquí donde la iglesia encuentra su plena identidad como señal del Reino de Dios al que todo hemos sido llamados y en el cual los pobres y los oprimidos tienen un lugar privilegiado. La iglesia no pierde su identidad en la solidaridad con los pobres, sino que la fortalece” (Gutiérrez, 2004: 592).

      Ampliando el alcance de los derechos

      El análisis anterior apunta hacia las bases evolutivas de lo que podríamos llamar una visión integral expandida de los derechos en el catolicismo latinoamericano. La visión integral u holista considera que los derechos económicos, sociales, legales y políticos están interconectados de manera correcta y necesaria y que se enriquecen mutuamente. La visión holista adquiere fuerza moral y práctica a partir de un vocabulario enraizado en lo religioso que legitima la organización y la acción en defensa de esos derechos como expresión de fe auténtica. El compromiso con el Dios de la Vida y las demandas de solidaridad y acompañamiento hacen que la Iglesia vaya más allá de trabajar por los pobres para acompañar a los pobres y poner sus instituciones y recursos a la disposición de estos últimos. También amplía el alcance del concepto, yendo más allá de la defensa netamente legal de sus derechos para incluir derechos tales como la educación, la tierra, el trabajo, la salud y la libertad de movimiento, entre otros aspectos. A partir de sus postulados, se produce una transición que va de los derechos legales al apoyo abierto a los movimientos de los campesinos sin tierras, los ocupantes ilegales en las áreas urbanas, los prisioneros políticos, los desempleados y a grupos similares. En Perú o El Salvador las coaliciones ecuménicas de base trabajaron en defensa de sus derechos, mientras que en Brasil, Perú y Chile la Iglesia católica con el apoyo de otros y el acceso a importantes redes trasnacionales puso sus recursos al servicio de la defensa de los derechos humanos y las víctimas de la represión (Brysk, 2004; Burdick, 2004; Carter, 2010; Chapman, 2012; Fitzpatrick-Behrens, 2011; Kovic, 2005; Sikkink, 1993, 2011; Wechsler, 1990; Youngers, 2003).

      Exponer las cosas de este modo no significa menospreciar la importancia de los derechos legales, y de la defensa de los derechos civiles clásicos. Está claro que estos son esenciales para la capacidad de ejercer cualquier derecho, y medulares en el esfuerzo por defender la vida de las víctimas del abuso oficial y ayudar a sus familias. Con frecuencia la defensa de los derechos humanos clásicos (la oposición a la tortura y el abuso, la protección de la integridad del cuerpo, la promoción al derecho de la libre expresión, de la prensa y de reunión) se asocia con el esfuerzo por promover los derechos en otras áreas, lo que incluye las personas que no tienen poder de acceso a las instituciones y a ser capaces de articular sus necesidades de manera eficaz. Los casos legales también son importantes en sí mismos, además del papel que han desempeñado en tantos casos abogados individuales, asociaciones legales y consejos de juristas. El caso de Emilio Mignone es ejemplar (Del Carril, 2011; Mignone, 1988, 1991). Mignone era un prominente laico católico en Argentina, abogado y figura política con antecedentes políticos conservadores. Su hija Mónica fue secuestrada y desaparecida por “las fuerzas de seguridad” poco después del golpe militar de 1976. Nunca fue encontrada. El delito de la joven era su compromiso con la opción preferencial por los pobres, lo que la llevó (como a muchos jóvenes argentinos que también fueron secuestrados, torturados y desaparecidos) a trabajar en los barrios pobres, esfuerzo que fue visto como profundamente subversivo por las dictaduras militares (Catoggio, 2006, 2008; Morello, 2012; Mallimaci, 2009; Mallimaci, Cucchetti, y Donatello, 2006). Su hijo Augusto también desapareció más tarde en ese mismo año. Al no encontrar ayuda a través de los canales típicos (amigos o contactos en la Iglesia o el gobierno) Mignone se volcó en la acción legal e institucional.[14] Se unió a la Asamblea de los Derechos Humanos y más tarde fue fundador del Centro de Estudios Legales y Sociales (cels) que se convertiría en un grupo clave en el esfuerzo por documentar el abuso y en establecer conexiones nacionales y transnacionales para la comunidad de derechos humanos.

      Merece ser citado el propio análisis de Mignone sobre su evolución. Insistía en que sus puntos de vista siempre habían sido consistentes, inspirados en el Evangelio, y por su mandamiento a amarse los unos a los otros y a respetar y valorar la vida, sin distinciones, ya fueran políticas o de otra índole. En una carta a otra hija (Isabel) escribió: “Es incorrecta esa apreciación tuya sobre mi supuesto paso del catolicismo conservador al progresista. No he sido ni soy ni uno ni el otro… [La verdad es que] me adelanté en veinte años al proponer decisiones que adoptó luego el Concilio Vaticano II y ahora simplemente formula otras que adoptara el Concilio Universal del Siglo xxi, que tal vez se haga en Jerusalén y no en Roma”. En cartas anteriores citadas por su biógrafo, Mignone ancla sus creencias en el sagrado valor de la vida.

      Es una verdad que nada tiene que ver con el tiempo en que se vive y a quien le afecta. Esto no es cuestión de una época o de otra. No es antiguo ni moderno. Es eterno. Si se viola, todo viene abajo y de ahí provienen las desgracias. Se acepta el principio que el matar es lícito o no según la persona o la ideología de la víctima, se abre una brecha terrible y se comienza una cadena de dolores, de injusticias espantosas, porque se ha roto un valor sagrado, no humano. Esta doctrina es difícil de practicar, pero es la única verdadera (citado en Del Carril, 2011: 354-56).

      En publicaciones, en el trabajo organizativo y en su infatigable activismo a escala nacional y transnacional, Mignone dejó al descubierto la colaboración de la jerarquía argentina con los militares y la complicidad de muchos líderes de la Iglesia con los crímenes del régimen (Mignone, 1988, 1991). Sus acciones fortalecieron los lazos nacionales y transnacionales para todos los grupos de derechos en Argentina incluyendo, pero no limitándolos, a los de inspiración religiosa. Muchos grupos de derechos humanos en Argentina se unieron a los esfuerzos de Mignone, incluyendo los movimientos de las familias de los sobrevivientes y los familiares de los detenidos y los desaparecidos, grupos religiosos y por la no violencia como el Servicio Paz y Justicia (serpaj) cuyo director, Adolfo Pérez Esquivel ganó el Premio Nobel de la Paz en 1980, así como grupos judíos y ecuménicos, y por supuesto el bien conocido ejemplo de las Madres de la Plaza de Mayo (Madres, y más tarde también Abuelas de la Plaza de Mayo) (Brysk, 1994).

      La experiencia del serpaj y de las Madres asimismo habla de ambos aspectos, la inspiración religiosa y el impacto de los contactos transnacionales. El serpaj surgió como parte de la ayuda cuáquera a través de la Fraternidad de Reconciliación (for, por sus siglas en inglés) que buscaba promover grupos y métodos no violentos (Pagnucco, y McCarthy, 1992). Las Madres recibieron un apoyo temprano del serpaj y ambos trabajaron basados en sus principios religiosos frente a la hostilidad de la misma Iglesia católica. Brysk (1994: 42) escribió sobre las Madres y grupos relacionados que “se volcaron en las protestas porque sus familias y comunidades habían sido destruidas, sus barrios permanecían en silencio y su propio gobierno negaba su existencia. Sus demostraciones públicas de angustia personal y de enfrentamiento quijotesco al implacable ejercicio de poder estatal apenas sí fue registrado por su propia sociedad, pero en la arena internacional fue apoyado y amplificado.” El compromiso de las Madres, como el del serpaj, o de individuos como Emilio Mignone, tenía sus raíces en la comprensión de los principios cristianos, comprensión que fue rechazada por el liderazgo de la

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