Las Iglesias ante la violencia en América Latina. Andrew Johnson

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Las Iglesias ante la violencia en América Latina - Andrew  Johnson

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las ideas generales e incipientes sobre los derechos y su defensa se convierten en una práctica sistemática y sostenida? ¿Cómo se identifican y desarrollan las estrategias, se agrupan los recursos y el personal? ¿Cómo actúan los individuos y los casos particulares pasan a ser parte de un movimiento con identidad propia? En todos los casos examinados aquí hay un suceso o grupo de sucesos de cierta naturaleza que encienden la chispa que convierte las nuevas ideas sobre derechos en acción duradera. Los sucesos desencadenantes que pueden transformar las viejas presiones o problemas generales en reacciones específicas incluyen respuestas locales a la guerra o la represión estatal, la búsqueda individual de desaparecidos por sus familiares, los esfuerzos de las comunidades por protegerse de la violencia, y otros. Desde estos comienzos, a veces a través del ensayo y error, y de las conexiones crecientes con redes locales, regionales, nacionales y transnacionales, los involucrados toman el lenguaje de las organizaciones transnacionales de los derechos humanos, lo que significa cómo utilizar las estadísticas, o como Tate (2007) lo plantea, “contando los muertos” mediante formas que dejan eco en la comunidad transnacional de derechos.

      Una forma paralela de aprendizaje se relaciona con la expansión del concepto de los derechos que va desde los que tienen su foco central y urgente en la defensa de la vida y la lucha contra la tortura, hasta la inclusión de una gama más amplia de problemas sociales, económicos y culturales. No es fácil desentrañar las ideas de la práctica aquí, pero lo que parece que ocurre es que el encuentro del que hablamos antes, lleva a la formación de una serie de coaliciones entre los individuos o grupos con inspiración o vínculos religiosos con la mediación de la Iglesia institucional y sus líderes, que conduce a iniciativas sobre problemas específicos que pueden consolidar y ampliar. Las Iglesias proporcionan recursos críticos, tanto materiales como morales. Cuando esos recursos y su legitimación son negados o retirados, puede que se mantenga el impulso religioso, pero es posible que se busquen otros canales de acción. En efecto, muchos exclérigos son organizadores de movimientos no religiosos por los derechos.

      Ya habíamos mencionado que la transición invisible hacia los derechos con frecuencia se dispara por un suceso catalizador: una invasión de tierras (como en el caso del grupo de campesinos brasileños arriba citado), un golpe militar (Chile), o reacciones simultáneas contra el abuso oficial en diferentes partes de Perú o Chiapas, o una combinación de incidentes locales con nuevas ideas y recursos provenientes del obispo y el clero de una diócesis; en este caso, con la oposición del nuncio papal. Lo que las Iglesias pueden hacer por excelencia en estos casos es vincular comunidades y sucesos aislados entre sí para darles un sentido de solidaridad, de que nadie está solo. Esto legitima a los activistas locales y les ofrece acceso a redes más amplias de recursos, conexiones y promoción. El cambio epistemológico de las Iglesias al que me refería anteriormente, crea una mayor apertura a los problemas de los derechos, coloca al pueblo de la Iglesia en lugares donde están más expuestos a casos acuciantes, y estimula las iniciativas para ir más allá de ayudar a las víctimas, para trabajar en prevenir o al menos contener los abusos. Surge una identificación con las víctimas, si bien es más que eso. El cambio epistemológico se relaciona con lo que Tate (2006) llama “el paradigma del testimonio transformador”. Una idea con varias dimensiones que se debe considerar por separado. En primer lugar, arroja luz sobre cómo la experiencia de la acción en busca de la defensa de los derechos transforma a los que la desarrollan, llevándolos más allá de sus posiciones iniciales. ¿Qué se produce en principio, las ideas o la experiencia? ¿La violencia conduce a la identificación con las víctimas o es el cambio teológico que lleva a la identificación con las víctimas lo que invita a la violencia estatal? Como cuestión empírica es difícil decirlo. Ambos evolucionan juntos, son parte de un proceso común.[16] Además, se entiende como algo positivo en sí mismo, la cuestión del testimonio de este tipo, testimonio a través de la acción. En el lenguaje legal, el testigo dice la verdad de lo que él/ella han visto. La comprensión religiosa del testimonio trasciende esta visión. Se da testimonio de la veracidad de los valores cuando se vive en concordancia con ellos. Y se da testimonio de su valor poniéndolos en práctica (cf. Stokes, 1995).

      Los derechos, la reconciliación y la posviolencia

      En Latinoamérica, al igual que en lugares como Sudáfrica o Europa del Este, los grupos de inspiración religiosa (ocasionalmente con la participación de líderes de las Iglesias institucionales) que surgieron para articular y defender los derechos, han desempeñado también un papel como agentes en el fin de las dictaduras, mediando treguas, negociando el fin de guerras civiles, preparando y legitimando las comisiones de verdad y reconciliación.[17] Hay que tener cuidado cuando se habla del papel de la “posviolencia”, por ejemplo, en la coordinación de la reconciliación. Aunque las guerras civiles y la violencia política represiva a escala industrial ya no sean parte del escenario, esto no significa que no haya violencia. La violencia de todo tipo perdura y las Iglesias (y sus conceptos operacionales de derechos) han desempeñado diferentes roles en su enfrentamiento. Aunque más fragmentadamente, algunas Iglesias han asumido posiciones basadas en los derechos durante los brotes de violencia relacionados con los conflictos por la tierra (sobre Brasil y Chile, Carter, 2003; French, 2007; Rodríguez, 2009), abuso policial en las ciudades, las drogas y la violencia entre pandillas, problemas de viviendas, particularmente en las ciudades (cf. Stokes, 1995), y la violencia asociada a la migración ilegal (véanse Oscar Martínez, 2013, y el capítulo de Frank-Vitale en este volumen).

      Muchas Iglesias institucionales (si no todas) han desempeñado un importante papel en apoyar, aportar personal y legitimar las comisiones de la verdad, y en los esfuerzos por la reconciliación, lo que incluye el pago de reparaciones y ayuda concreta a las víctimas, a sus familiares y a los sobrevivientes, así como en la recuperación de la memoria (Chapman, 2001; Wilde, 2013). Esto ha sucedido en Chile, Guatemala y Perú, aunque, por supuesto, no en Argentina donde las comisiones de la verdad y sus informes fueron refutados e incluso ignorados por la jerarquía. Los que se oponen al apoyo de la Iglesia argumentan a menudo que tales esfuerzos solo revuelven el pasado y algunos —como los obispos católicos de Argentina— reclaman una “historia equilibrada”, donde se legitime a las instituciones militares y policiales en su combate de la subversión (Mallimaci, 2005). No obstante, en general el lenguaje y las organizaciones religiosas han desplegado sus esfuerzos como apoyo.

      Cuando Gustavo Gutiérrez escribe acerca del Informe sobre la Comisión Peruana sobre Verdad y Reconciliación, insiste en que ignorar el pasado significa rehusarse a enfrentar un presente que tiene profundas raíces en ese mismo pasado, que bien podría repetirse. Gutiérrez no utiliza el lenguaje de la justicia restaurativa al que dio fama el arzobispo Tutu en la Comisión de Verdad y Reconciliación de África del Sur, pero insiste en que el perdón (acto totalmente libre tomado desde la perspectiva de la fe) debe distinguirse de la sanción justa por los crímenes cometidos. Citando un mandamiento bíblico (Mateo 5,4): “Bienaventurados los que lloran, los que sienten compasión, los que sufren como propios los dolores de otros”, continúa:

      Se trata de un gesto que el profeta Isaías presenta con términos bellos y estremecedores: “El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros y alejará de la tierra entera el oprobio de su pueblo. Bienaventurados, felices, los que proceden así.” Al estilo de Lucas, y para una mejor comprensión del texto profético, podemos decir: “¡Ay de aquellos que un día se presentan ante el Dios de la justicia y la misericordia con los ojos secos!”, porque no supieron compartir su tiempo, su preocupación y sus sentimientos con los que veían pisoteada su dignidad de seres humanos y de hijas e hijos de Dios, con aquellos que han sufrido en el silencio y en el olvido. La Biblia llama a este gesto, consolar. Pero, precisemos, en ella consolar tiene el sentido no sólo de acoger y escuchar, sino también, y sobre todo, de liberar todo lo que provoca una situación inhumana… A esto estamos convidados hoy. Desterrando la verdad del país a partir de la verdad de esas dos horrendas décadas, la comisión nos revela los males frente a los que hemos persistido cerrar los ojos y nos propone mirar lejos para ver mejor, en perspectiva, el camino que tenemos hoy por recorrer… ¿Dejaremos pasar de largo la oportunidad que nos ofrece? De esta reconciliación hablamos. No permitamos que la verdad permanezca

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