Escape hacia la utopía. Julián Schvindlerman

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Escape hacia la utopía - Julián Schvindlerman

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reinos, El margen del agua y Viaje a Occidente. De adolescente leyó sobre Napoleón, Pedro el Grande, el duque de Wellington, Abraham Lincoln y George Washington. Como joven adulto incursionó en El espíritu de las leyes de Montesquieu, El contrato social de Jean-Jacques Rousseau, La riqueza de las naciones de Adam Smith, El origen de las especies de Charles Darwin, así como en textos de John Stuart Mill, Herbert Spencer y Thomas Huxley, traducidos del inglés por académicos chinos que estudiaron en Inglaterra o tomados de traducciones japonesas. Un ejemplar de la biblioteca de Mao que sobrevivió con sus anotaciones fue la traducción al chino de Un sistema de ética del filósofo Friedrich Paulsen. Una de sus notas dice: “Dejad que la destrucción juegue el papel de una madre que da vida a un nuevo país”. De manera que Mao tuvo contacto con las ideas occidentales sobre la democracia, la libertad, el individuo, la economía de libre mercado, la legalidad y la relación entre gobierno y gobernados. Pero él se dejó seducir por el marxismo, y a temprana edad ya proponía aplicar en China el “comunismo extremo” con sus “métodos de dictadura de clases”.

      En 1920, Mao inauguró su propia librería cultural en la ciudad de Changsha, en la provincia de Hunan, que vendía textos izquierdistas, socialistas y marxistas, como una introducción a El capital, un estudio sobre la Nueva Rusia, El sistema soviético y China, así como la revista china Mundo de los Trabajadores. El negocio prosperó y llegó a tener una decena de vendedores. Al año siguiente, con veintisiete años, cofundó el Partido Comunista Chino (PCCH). De ahí en más, el destino de China cambiará por completo. Durante las siguientes tres décadas aproximadamente, Mao luchó en las guerras civiles de su país, lidió con Iósif Stalin, corrió de lado a sus adversarios, combatió contra los japoneses, formó varias familias, superó desafíos personales e impuso el gobierno comunista en algunas localidades chinas. Todo esto, como notó un historiador, fue antes de hacerse con el poder en su país. Una vez que tomó el control de China, el Gran Timonel sometió a sus cientos de millones de súbditos a una enteramente evitable hambruna masiva, una revolución cultural desquiciada, un exaltado culto a su personalidad, experimentos socioeconómicos fallidos y caprichos personales varios durante casi tres décadas que dejaron a la población paranoica, aterrada y exhausta.

      El líder chino estuvo dispuesto a ocasionar una gran devastación humana a una escala inconcebible con tal de alcanzar sus objetivos económicos y realizar sus fantasías políticas. Su receta del Gran Salto Adelante y su Revolución Cultural provocaron la muerte a entre 45 y 60 millones de personas; superando así el número de víctimas civiles provocado por Adolf Hitler e Iósif Stalin en el siglo XX. “Bien pudiera ser que tuviera que morir la mitad de la China”, acotó Mao, indiferente al sufrimiento colosal que estaba ocasionando. El sinólogo belga Simon Leys ejemplificó a la China del período maoísta como un barco en altamar al mando de un capitán caprichoso e inestable que con cada giro brusco del timón echaba al agua a la mitad de la tripulación. Su desprecio por la vida (ajena) quedó expresado en esta frase suya singularmente elocuente: “Cuando los teólogos hablan del día del Juicio Final, son pesimistas y aterran a la gente. Nosotros decimos que el fin de la humanidad es algo que producirá algo más avanzado que la humanidad. La humanidad se halla todavía en su infancia”. En la milenaria historia de China, solo el emperador Qin Shi Huang (221-210 a.e.c.) podría competir con Mao en padecimiento popular infligido. Qin fue quien comenzó a construir la Gran Muralla –en la que se dice que cada ladrillo costó una vida– y “dado que la población era mucho más pequeña entonces, es probable que Mao lo haya superado en números absolutos” subrayó The Economist.

      Ni siquiera el reino animal escapó a su varita destructiva. Insólitamente, Mao acusó a los gorriones de estar devorando los granos que podían alimentar a los niños chinos e incitó a los granjeros a atacarlos. La China rural vivió así una masiva cruzada antigorriones que se implementó por medio de una guerra de sonidos. Los campesinos golpeaban sus cacerolas ruidosamente para mantener a las aves asustadas en el aire mientras sus hijos rompían los nidos en los árboles. El resultado de esta campaña nacional fue exitoso: millones de gorriones cayeron a la tierra muertos de cansancio. Esta cacería absurda trajo una consecuencia no anticipada por el Gran Timonel. Ante la ausencia de gorriones, los insectos que dañaban las cosechas tuvieron el camino libre para diezmarlas, y con las cosechas arruinadas los campesinos padecieron hambre a tal extremo que ocasionalmente emergió el canibalismo.

      El pueblo podía estar muriendo de hambre, pero el pensador Mao podía divagar filosóficamente sobre el destino animal:

      En el futuro los animales continuarán desarrollándose. No creo que solo los hombres sean capaces de tener dos manos. ¿No pueden evolucionar los caballos, las vacas, las ovejas? ¿Solo los monos pueden evolucionar?… Dentro de un millón de años, diez millones de años, ¿serán los caballos, las vacas y las ovejas lo mismo que ahora? Yo creo que no dejarán de cambiar. Los caballos, las vacas, las ovejas y los insectos, todos cambiarán.

      Mientras el reino animal y la raza humana padecían las consecuencias de sus políticas en China, Mao se hizo el tiempo para escribir. De hecho, sería perfectamente razonable aducir que, de no haber entrado a la política, podría haber sido un ensayista y un poeta de envergadura. Mao escribió desde joven, reflejando por medio de la pluma sus muchas experiencias políticas y personales. Tras los combates, escribió; tras las separaciones de sus esposas, escribió; tras sus triunfos partidarios, escribió. Mao fue un ideólogo serio y un creador de frases cautivantes que resonaron en casi todos los confines de la Tierra. Como ha notado el periodista escocés Daniel Kalder, así como el eslogan comercial “Just do It!” es universalmente reconocido hoy en día, muchas de las creaciones lingüísticas de Mao alcanzaron fama mundial en su tiempo, especialmente, pero no exclusivamente, entre sus admiradores. Entre ellas: “La revolución no es un banquete”, “El poder político nace del cañón de un arma”, “Una sola chispa puede incendiar la pradera”, “Todos los reaccionarios son tigres de papel”, “Los marxistas no son adivinadores” y “Las balas recubiertas de azúcar de la burguesía”.

      Tal fue la cantidad de latiguillos, reflexiones, poemas, artículos y discursos redactados y pronunciados por Mao, que a mediados de la década de 1960 el gobierno chino decidió reunirlos en un compendio oficial único. Se lo conoció indistintamente como Citas del presidente Mao, El Pequeño Libro Rojo o El Libro del Tesoro Rojo. Con Mao aun en vida en esos años, solamente en China se imprimieron más de mil millones de ejemplares, guarismo que superaba a la población local de la época (750 millones). Al poco tiempo, el régimen comunista chino inició traducciones a idiomas foráneos. Para 1971, la obra literaria cumbre del maoísmo contaba 110 millones de ejemplares repartidos en treinta y seis lenguas diferentes. Movimientos guerrilleros, especialmente en Perú, Nepal, Camboya y la India, lanzaron insurrecciones violentas inspirados en sus ideas. Su influencia se hizo notar desde Tanzania hasta Albania, desde Italia hasta Yugoslavia y desde Moscú hasta California. Arrasó ideológicamente al Tercer Mundo y sedujo románticamente a intelectuales como Julia Kristeva, Jean-Paul Sartre, Michel Foucault y Alan Badiou. Se estima que su compendio es el texto más leído en la historia, solo superado por la Biblia.

      La “estética Mao” con los rayos del sol surgiendo detrás de su rostro sonriente se reprodujo en serie y toda China quedó cubierta de afiches con su imagen radiante. Estatuas doradas que lo corporizan fueron ubicadas en las calles, plazas y universidades de las ciudades. Su rostro fue impreso en miles de millones de pins para que los chinos pudieran clavarlos en sus ropas, próximos a sus corazones. Billetes nacionales, llaveros, encendedores, yo-yos, relojes y tarjetas en millones de cantidades llevaron su cara grabada en ellos. Talismanes con su imagen colgaron de los espejos en los automóviles de taxistas y su figura apareció en altares hogareños. Las biografías de Mao han sido extremadamente populares y vendieron grandes cantidades de ejemplares.

      Su Libro Rojo y el mercadeo de su figura parecen haber sido un exitoso negocio capitalista. Nada mal para un comunista.

      El paraíso del idealista

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