Escape hacia la utopía. Julián Schvindlerman

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el cual una clase derroca a otra”. Interesantemente, Lenin no es citado y el marxismo es mencionado hacia el final. Fue traducido al inglés y publicado ese mismo año en la revista Communist International, globalizando así a Mao y sus ideas en círculos marxistas.

      Una sola chispa puede incendiar la pradera es una antigua frase china que Mao incorpora en una carta enviada en 1930 a su colega comunista Lin Biao (el mismo que décadas después creará Citas del presidente Mao) y terminará siendo el título de su nuevo ensayo. Aquí Mao pretende romper con el pesimismo que reina en el PCCH. Alega que las fuerzas revolucionarias pueden no estar organizadas, pero, señala, tampoco lo están los enemigos del pueblo. “Los camaradas que padecen el mal de la precipitación revolucionaria sobreestiman las fuerzas subjetivas de la revolución”, asegura, empleando el término “subjetivas” como sinónimo de “organizadas”. Propone crear un ejército popular y esparcir el ánimo revolucionario en contra de los caudillos militares, los imperialistas y los terratenientes. “Toda China está llena de leña seca, que arderá pronto en una gran llamarada”, vaticina. “El proverbio «una sola chispa puede incendiar la pradera» es una descripción apropiada de cómo se desarrollará la situación actual.” Su aporte más práctico en este ensayo será el más perdurable: sobre cómo llevar adelante una guerra de guerrillas. Dice Mao:

      Las nuestras son tácticas guerrilleras, que consisten en los siguientes puntos: dividir las fuerzas para movilizar a las masas y concentrarlas para hacer frente al enemigo. Cuando el enemigo avanza, retrocedemos; cuando acampa, lo hostigamos; cuando se fatiga, lo atacamos; cuando se retira, lo perseguimos. Para ampliar las bases de apoyo estable, adoptamos la táctica de avanzar en oleadas. Cuando nos persigue un enemigo poderoso, adoptamos la táctica de dar rodeos. Movilizar a la mayor cantidad de masas en el menor tiempo posible y con los mejores métodos a nuestro alcance. Estas tácticas son como manejar una red; debemos ser capaces de tenderla o recogerla en cualquier momento. La tendemos para ganarnos a las masas, y la recogemos para hacer frente al enemigo.

      Su llamado a centrarse en el armado de un movimiento guerrillero popular y los modos de acción sugeridos tuvieron gran influencia en China y fuera de ella. Mao concluye este trabajo con una meditación sobre la inevitabilidad revolucionaria:

      Los marxistas no son adivinos. Deben y pueden señalar solo el rumbo general del desarrollo futuro y los cambios venideros; no deben ni pueden fijar en forma mecánica el día y la hora. Sin embargo, cuando digo que surgirá pronto un auge revolucionario en China, de ningún modo me refiero a algo que, según dicen algunos, “tiene la posibilidad de surgir”, algo ilusorio, inalcanzable y absolutamente desprovisto de significado práctico.

      Luego adopta un tono poético para ilustrar el punto:

      El auge revolucionario es como un barco en el mar, del cual se divisa ya desde la costa la punta del mástil; es como el sol naciente, cuyos rayos luminosos se ven a lo lejos en el oriente desde la cumbre de una alta montaña; es como una criatura que va a nacer y se agita impaciente en el vientre de la madre.

      Tras la publicación de este texto, el comunismo ruso anunció que Mao había muerto de tuberculosis y publicó un obituario. Desde ya, el agitador chino estaba vivito y coleando. Y escribiendo. Cuatro meses después de su ensayo previo, Mao produjo Oponeos a la veneración de los libros, que constituye básicamente un ataque conceptual al modo de proceder de los comunistas teóricos rusos y de los comunistas chinos conformistas. “Si no habéis investigado un problema, os veréis privados de vuestro derecho a hablar sobre él”, postula. “¿No es eso demasiado duro? En absoluto. Si no habéis ahondado en un problema, en los hechos presentes y en su historia pasada, y no sabéis nada de lo que en él resulta esencial, todo lo que digáis sobre él carecerá indudablemente de sentido.” Mao no tenía instrucción soviética, no leía ruso ni alemán –las lenguas de Lenin y Marx– y sostenía que el marxismo era fantástico pero que al aplicarlo al contexto chino debía considerarse la realidad china, no la rusa. Esto no caía bien entre los comunistas soviéticos, quienes iniciaron un programa de adoctrinamiento de ideólogos chinos con la intención de que estos comandaran el PCCH. Mao los cuestionará con dureza en su ensayo. “¿Cómo puede un comunista tener los ojos cerrados y decir cosas sin sentido?… Únicamente un imbécil se devana los sesos solo o en grupo para «encontrar una solución» o «desarrollar una idea» sin primero hacer una investigación”. Los enviados chinos de Moscú acusaron a Mao de ser un “faccionalista”, una caracterización grave que en la jerga significaba no atenerse a la línea partidaria. “Por supuesto que debemos estudiar los libros marxistas”, dirá Mao, “pero este estudio debe integrarse en las condiciones reales de nuestro país”.

      Él hace hincapié en analizar empíricamente la situación en el terreno con el fin de alcanzar una evaluación correcta y formular tácticas correctas para la lucha de clases; de lo contrario, solo existirá una percepción idealista del cuadro. Propone hacer una investigación sobre las clases sociales, a las que enumera: el proletariado industrial, los trabajadores manuales, los jornaleros agrícolas, los campesinos pobres, los pobres urbanos, el lumpenproletariat, los maestros artesanos, los pequeños comerciantes, los comerciantes medianos, los campesinos ricos, los terratenientes, la burguesía comercial y la burguesía industrial. Alega que la victoria de la lucha revolucionaria dependerá de la comprensión de las condiciones chinas por parte de los camaradas chinos. Se irrita ante aquellos que invocan la santidad de la palabra escrita por sobre una indagación empírica real. “Si se dice en un libro, es cierto: esa sigue siendo la mentalidad de los campesinos chinos atrasados. De manera bastante extraña, en el Partido Comunista hay también personas que en el curso de un debate siempre dicen: «Muéstrame el libro en que eso está escrito»”. Mao busca sacudir de su letargo a los burócratas vagos que “comen hasta hartarse y dormitan en las butacas de sus oficinas todo el día sin nunca dar un paso al frente y salir a investigar entre las masas”. Para despertarlos, les grita: “¡Cambiad sin demora vuestras ideas conservadoras! ¡Sustituidlas por ideas comunistas progresivas y combativas! ¡Sumaos a la lucha! ¡Introducíos entre las masas e investigad los hechos!”.

      Al igual que en su tratado anterior, regala una analogía poética, por así decir: “La investigación se puede comparar a los largos meses de embarazo, y la solución del problema, al día del parto. Investigar un problema es, en realidad, resolverlo”.

      Pasarán siete años hasta que Mao ofrezca un nuevo tratado de su autoría, pero cuando lo haga, en julio de 1937, lo hará ya como un teórico del marxismo. O al menos a eso apuntó. Mao era consciente de que adolecía de una carencia teórica, algo crítico para ser respetado en los círculos marxistas, y en sus dos ensayos siguientes buscó presentarse y consolidarse como un pensador teórico serio. Aunque el primero de ellos se titula Sobre la práctica: sobre la relación entre el conocimiento y la práctica, entre el saber y el hacer, muy bien podría haberse titulado Sobre la teoría. Aquí Mao adopta una terminología estricta y grandiosa, por momentos ambigua y confusa, que contribuye poco a un discernimiento cabal de sus proposiciones, pero le sirve para ganarse el respeto intelectual e ideológico de los adeptos marxistas. En sus páginas, criticará “los errores subjetivistas de dogmatismo y de empirismo” así como “el idealismo y el materialismo mecanicista, el oportunismo y el aventurerismo”, y ofrecerá párrafos como este: “El criterio de la verdad no puede ser otro que la práctica social. El punto de vista de la práctica es el punto de vista primero y fundamental de la teoría materialista dialéctica del conocimiento”. Se ocupa de mencionar varias veces a Marx, Engels, Lenin y Stalin, y a este último incluso lo cita: “La teoría revolucionaria deja de tener objeto cuando no se halla vinculada a la práctica revolucionaria, exactamente del mismo modo que la práctica es ciega si la teoría revolucionaria no alumbra su camino”.

      Mao hará honor al título de su ensayo al subrayar el imperativo práctico de actuar: “Detener el movimiento materialista dialéctico del conocimiento en el conocimiento racional sería tocar solo la mitad del problema y, más aún,

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