Bajo la piel. Susana Rodríguez Lezaun

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Bajo la piel - Susana Rodríguez Lezaun страница 16

Bajo la piel - Susana Rodríguez Lezaun HarperCollins

Скачать книгу

quedamente con los nudillos y entró en el despacho de Andreu. El comisario la esperaba de pie junto a la misma ventana desde la que la había visto llegar.

      —Jefe —saludó. César Andreu se volvió despacio y le dedicó una breve sonrisa antes de dirigirse a su mesa y sentarse. Marcela permaneció de pie.

      —Inspectora Pieldelobo, siéntese, por favor. —Guardó silencio mientras ella ocupaba una de las sillas del otro lado del escritorio—. Quiero que sepa cuánto siento la muerte de su madre. Sé que llevaba tiempo enferma, pero uno nunca está preparado para una pérdida como esa.

      —Gracias —musitó, sorprendida.

      —Los psicólogos del cuerpo están a su disposición. Si necesita hablar con alguien, no lo dude. Las hijas están especialmente unidas a su madre, es algo que veo incluso en mi propia casa. Los chicos son otra cosa, pero las chicas… —Dejó escapar un suspiro mientras Marcela se esforzaba por mantenerse seria y serena. No sabía si indignarse o echarse a reír, así que optó por el punto intermedio: la impasibilidad.

      —Gracias —repitió—, pero no creo que sea necesario. En cualquier caso, lo tendré en cuenta. Jefe —continuó—, necesito presentar una solicitud. Voy a cursar una orden de busca y quiero desplegar cuanto antes todos los efectivos que sea posible.

      El comisario se enderezó en la silla y apoyó los brazos sobre la mesa.

      —¿A quién busca?

      —A Victoria García de Eunate. El domingo nos llegó el aviso de que habían encontrado un coche accidentado cerca del depósito de aguas. Había sangre y marcas de frenadas de al menos dos vehículos, pero ni rastro del conductor, ni vivo, ni muerto, ni herido. —Andreu la escuchaba con atención, así que continuó—. Encontramos una pequeña maleta con ropa infantil en el maletero. El lunes, una agente me informó de que unos operarios de la depuradora cercana habían encontrado un bebé abandonado en el aparcamiento trasero de las instalaciones, y ese mismo día conseguimos identificar a la persona que había alquilado el coche siniestrado: Victoria García de Eunate. A partir de aquí todo es muy confuso. Hemos acudido a su domicilio, sin resultados, y en la empresa para la que trabaja, AS Corporación, afirman que no tiene hijos. Pero la mujer sigue sin aparecer, por eso quisiera desplegar el operativo de búsqueda y…

      —¿Ha estado en su casa y en su trabajo? ¿Tiene una orden?

      Marcela no pestañeó. El tono de Andreu se había vuelto duro, áspero. Había pinchado en vena y la sangre empezaba a fluir.

      —El subinspector Bonachera y yo estuvimos en la empresa cuando todavía desconocíamos quién había alquilado el vehículo. El gerente nos lo dijo. No fue necesario pedir una orden, cooperaron de buena voluntad. Luego fuimos a casa de la señora García de Eunate para comprobar si estaba allí y si se encontraba bien. No entramos, nos limitamos a mirar a través de las ventanas cuando nadie nos contestó.

      —Me ha llamado el vicepresidente de AS Corporación —reconoció por fin el comisario. Se habían acabado los rodeos y los paños calientes—. Le sorprendió que dos de mis efectivos se presentaran en sus oficinas centrales sin previo aviso.

      —No solemos avisar cuando buscamos a una persona de interés en el curso de una investigación —se defendió Pieldelobo.

      —Como en todo en la vida, hay excepciones. Hay charcos que no conviene pisar si no quieres llenarte de barro, y personas, instituciones y organismos con los que hay que utilizar guante de seda si se pretende obtener resultados.

      —¿Los resultados que nosotros queremos o los que quieren ellos? —De acuerdo, sin paños calientes.

      —No puede ir por ahí avasallando, inspectora.

      —No creo que la persona que nos atendió en la empresa en cuestión se sintiera en absoluto intimidada. Le explicamos la situación, él la comprendió y accedió a darnos el dato que necesitábamos.

      —¿No utilizó un tono demasiado alto, unas palabras un poco más gruesas de la cuenta o unas frases cuyo contenido pudiera dar lugar a equívoco? Que sonaran a amenaza, por ejemplo, o que dieran a entender que tenía en su poder una orden inexistente.

      —En absoluto.

      —Bien. —El silencio se alargó y estranguló el ambiente. El comisario no apartaba la mirada de Marcela, buscando algo, una excusa, o quizá una razón, para lo que fuera que le rondara la cabeza.

      —Si me disculpa, tengo que poner en marcha el operativo de búsqueda.

      Estaba casi de pie cuando el comisario volvió a hablar y tuvo que sentarse de nuevo.

      —A partir de ahora, todo lo relacionado con AS Corporación pasará antes por esta mesa, y yo decidiré si es pertinente o no. Entrevistas, visitas, órdenes, incluso llamadas de teléfono. ¿De acuerdo?

      Marcela apretó los labios y aferró con fuerza los brazos de la silla.

      —No lo entiendo. Esa empresa no está vinculada con ningún delito, al menos de momento. Buscamos a una persona desaparecida, al parecer implicada en un accidente que pudo no haberlo sido. Debería ordenarles a ellos que nos ayuden, y no a mí que me frene.

      —Avanzaremos sobre seguro.

      —¿Sobre seguro? ¿Seguro para quién, jefe? ¿Y si quien sacó a esa mujer de la carretera trabaja en la misma compañía? ¿De dónde ha salido ese niño? Voy a pedir ahora mismo una orden para registrar su casa.

      —Está rozando la insubordinación, inspectora. Le he dado una orden clara y no espero que la comparta, y mucho menos que la discuta. Quiero que la acate. Punto. Usted y sus prejuicios, sus ideas preconcebidas, pueden dañar la reputación del cuerpo si se presenta como un elefante en una cacharrería en el lugar menos indicado y con las personas menos oportunas.

      Marcela se puso de pie, sacudió la cabeza a modo de brusca despedida y salió.

      —¡Pieldelobo! —oyó gritar al comisario. A pesar del respingo que dio el auxiliar en su silla, ella fingió no haberlo oído y se dirigió a las escaleras.

      Encontró a Bonachera en su mesa, concentrado en el teclado del ordenador. Sus ojos seguían el vaivén de sus dedos sobre las letras para no equivocarse al pulsar.

      —Estoy con el operativo de búsqueda —le dijo sin mirarla—, enseguida te lo paso para que lo firmes y me pongo con la orden de registro y las pruebas de ADN.

      —Que se lo suban al comisario, él lo firmará. O no, no lo sé.

      Miguel dejó los dedos en suspenso.

      —¿Andreu?

      —¿Hay otro comisario?

      —¿Qué ha pasado?

      —Los de AS se han quejado de nuestra presencia sin previo aviso y, al parecer, hay llamadas que escuecen.

      —No creo… —empezó el subinspector.

      —Pues créetelo. Que le suban los requerimientos. Avísame cuando los firme, si lo hace. Tengo que salir.

      —¿Te acompaño? Esto puede rellenarlo cualquiera…

      Marcela

Скачать книгу