Utopías inglesas del siglo XVIII. Lucas Margarit
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Asimismo, ha sido nuestro objetivo relevar los avances de los discursos científicos, que tendrán su incidencia tanto en el campo sociocultural como en el biopolítico. Estos demarcarán una aproximación diferente, por una parte, con respecto a los conceptos de Naturaleza y Cultura y, por la otra, a la idea de máquina que se propone, aún y fundamentalmente, como extensión gloriosa del cuerpo biológico.
Este último tópico abre una doble tensión con respecto a la representación: por un lado, hallamos la necesidad de una enunciación acerca de lo nuevo que rechaza muchas veces desde la ironía o la sátira su tradición cultural y política y, en el polo opuesto, el encuentro con otros espacios –incluso de carácter imaginativo como en Gulliver’s Travels o los diferentes viajes a la luna– que ponen en evidencia los conflictos de la tradición cultural y técnica a la cual pertenece el autor. Los textos que abordaremos nos presentan distintos escenarios donde se produce esta nueva experiencia del yo y, de allí, la expresión de su posicionamiento ideológico.
En efecto, el inicio de la época iluminista llevará la influencia del pensamiento francés a todo el continente europeo incluida Inglaterra, principalmente en las figuras de Rousseau y de Voltaire. El siglo XVIII obliga a analizar las relaciones entre una nueva concepción acerca del ser humano y los intereses materiales y estéticos que lo ocupan. Estas relaciones se verán reflejadas en los relatos utópicos de viaje y visitación de mundos exóticos dieciochescos, manifestando un cambio notorio en las aspiraciones a un orden social con respecto a la época en que se inicia este género literario-filosófico en la modernidad, es decir el siglo XVI.
Por su parte, Gottfried Wilhelm (von) Leibniz (1646-1716) introduce la idea de una utopía de carácter universal, un proyecto unificador en el plano político y teológico, bajo la égida integradora de una sociedad europea y cristiana. Leibniz consideraba que tanto la ciencia como el conocimiento del mundo eran los motores fundamentales para el avance social y, sobre todo, para la proyección hacia un universo que se encontraba en movimiento constante hacia la perfección. Esta perspectiva influyó notoriamente en el pensamiento científico durante el siglo XVIII, dando paso a una serie de textos utópicos basados en el progreso y en el entendimiento del mundo. Debemos notar que durante este período la búsqueda del conocimiento implicaba necesariamente la constitución de sistemas sociales que alcancen la armonía con el mundo circundante y entre los ciudadanos entre sí. Al respecto, Manuel y Manuel señalan que
Los adelantos en artes y ciencia estaban en el centro de la utopía de Leibniz, eran un deber religioso que tenían que cumplir los individuos en la república cristiana perfecta y para gloria de Dios. El estado de armonía y amor se lograba a través de la difusión de un cuerpo de información organizada acerca de todas las cosas, que pudiera ordenarse en una enciclopedia, así como la aceptación de un lenguaje común, una “característica” o un “carácter” universal que facilitara la comunicación. (1979: 395, la traducción es nuestra)
De modo que, se conjugan en las mónadas leibnizianas las aspiraciones de los utopistas de la República Moral Perfecta, que suponen una comunidad de individuos que aplican su estudio y su espíritu al bien público, y los modos de organización burocrática de los estados modernos, en su utilización funcional y operativa de la “información organizada” y de la fluidez de la comunicación.
Otro aspecto a considerar es el marco político y de gobernabilidad en el que se constituye la producción de textos utópicos en este período. Hacia fines del siglo XVII y comienzos del XVIII el problema de las formas de gobierno era uno de los aspectos fundamentales de debate entre intelectuales y políticos. En Inglaterra, como un caso particular, podemos ver el inicio de esta situación política en lo que se ha denominado la Revolución Inglesa que comienza a fines del reinado de Carlos I, en el año 1642 y que será el escenario para las dos guerras civiles que posteriormente darán paso a la República (1649-1660). Una vez terminado este período, la Restauración de la monarquía tendrá lugar con la coronación de Carlos II, cuyo reinado se extenderá hasta el año 1688. Estos sucesos serán un claro antecedente de los debates acerca de la forma de gobierno: República o Monarquía. Tal como afirma Franco Venturi, a comienzos del siglo XVII “se reavivó la polémica acerca de la forma republicana de gobierno” (2014: 83) y de allí que sea interesante señalar la edición en 1702 de la versión inglesa del libro Mémoires de Jean de Wit, de Pieter Cornelis (o de la Court, 1618-1685), que señalaba que la forma republicana defendía y buscaba el bienestar y la felicidad de los ciudadanos en oposición a las monarquías que tenían como prioridad el poder y la expansión territorial.(5) Esta diferencia es un aspecto que no podemos dejar de lado ya que muchos textos utópicos de este período se centran, justamente, en encontrar un modelo social que lleve a la felicidad de los individuos, tanto en relación con la naturaleza como en los vínculos políticos que se establezcan entre los seres humanos. El bien preponderante es poder encontrar la paz y la armonía terrenal en los diferentes ámbitos de la esfera humana.
La perspectiva de expansión geográfica que se presenta en este período debe su continuidad al interés prioritario de los imperios coloniales de un crecimiento territorial y económico basado en el asentamiento y explotación de las zonas antes descubiertas. Es este un factor determinante de un gran número de viajes hacia diferentes puntos del planeta para demarcar territorios a partir de los asentamientos que en las nuevas tierras se fueron instalando para luego constituir sociedades estructuradas a partir de sistemas políticos, legales y culturales, en principio conformes a los intereses de las metrópolis y que, como tales, se imponen en las organizaciones comunitarias previamente establecidas en los espacios ocupados. Por otra parte, podemos ver en muchos casos una clara construcción idílica de estos territorios, como un artificio que se instala en un espacio considerado desde la mirada del navegante o conquistador como una “tabula rasa” donde evidentemente todo es posible. Esta visión del mundo como conjunto de territorios “vacíos” será uno de los puntos que influirá en el modo de concebir los relatos utópicos en este siglo. Esa búsqueda de felicidad y armonía se proyectará como un esquema de carácter social en estos territorios ilusorios que se repetirá como una serie de variantes sobre la necesidad de establecer nexos necesarios para la paz y para la cooperación entre los hombres. Asimismo, si nos atenemos al siglo XVIII inglés se hace necesario resaltar que las formas de legitimación del dominio, como señala Ricardo Cicerchia, entienden que la “posesión, para ser entendida como tal, necesita un nuevo conjunto de prácticas. La expansión comercial y el Iluminismo imprimieron a las tradiciones inglesas –dice– otras reglas de juego: ciencia, exploración y narración. Se trataba ahora de una nueva ‘empresa planetaria’ marcada por la dramática expansión temporal y espacial de la cosmogonía y cosmografía europeas” (2005: 126). Esta nueva etapa, a diferencia del viaje exploratorio, está orientada a la producción de un preciso retrato físico del planeta que se refleja en el refinamiento de la cartografía temática que registra con un creciente rigor los datos geológicos, económicos, políticos y médicos de las zonas proyectadas; la nueva narrativa geográfica incluye gráficos, imágenes en miniatura y datos que completan el perfil económico y político considerado eficaz para un conocimiento integral del territorio. Cicerchia afirma que “el énfasis retórico en la experiencia visual respondía a la ideología de la observación racional