Utopías inglesas del siglo XVIII. Lucas Margarit

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Utopías inglesas del siglo XVIII - Lucas Margarit Colección Mundos

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para lograr una iglesia más moderada proponiendo alianzas con posiciones más radicales del protestantismo. Es precisamente esta búsqueda de posiciones más conciliadoras que subyace al escrito de Defoe, ahí donde ataca con similar aspereza todas las políticas eclesiásticas que fundamentan su supremacía en la intolerancia.

      Tal como leemos en la cita de Eagleton mencionada al comienzo, es importante que tengamos presente que la carrera de escritor de Defoe no comienza con las novelas, a las que en efecto dedica la última década de su vida, sino con una asidua labor de periodista, ensayista y satirista. En su estudio sobre el tema, Ashley Marshall analiza las variantes que se establecen en el interior del discurso satírico en el período que va del reinado de Carlos II al de Guillermo III. Detecta, por ejemplo, que el carácter del mismo, hasta 1685 es del tipo eminentemente ofensivo, es decir, con miras a atacar al sistema o al status quo; a partir del reinado de Jacobo II puede notarse un viraje hacia un discurso más defensivo de valores morales que combina algunos rasgos de la sátira ofensiva. En relación con la escritura de Defoe, la autora señala que

      Su visión es indudablemente social y sus juicios a menudo morales, pero, en cuanto al tema, sus sátiras son casi siempre político-religiosas […] su denuncia es por lo general parte de la defensa de un compromiso o de una causa en la que cree. […] Defiende a Guillermo, pero la causa por la que aboga principalmente es la del protestantismo en Inglaterra y un elemento central en su visión de la política y de la religión es que ve al catolicismo como antítesis del protestantismo. Su rechazo del catolicismo, tanto en términos políticos como teológicos, impregna tanto su obra satírica como la que no lo es. (Marshall: 224-225, la traducción es mía).

       El consolidador , una utopía satírica

      En 1705, Daniel Defoe publica la obra que nos ocupa, cuyo título completo es: The Consolidator: or, Memoirs of Sundry Transactions from the World in the Moon. Translated from the Lunar Language, By the Author of The True-born English Man. Lo hemos traducido como El consolidador, o memorias de diferentes sucesos ocurridos en el mundo de la Luna. Traducido del idioma lunario por el autor de Un inglés auténtico.

      Se trata de un extenso relato satírico en el que el autor mezcla componentes de la novela de aventuras, del panfleto y del informe científico. El título no solo pretende la inmediata identificación con el nombre de Defoe (“el autor de Un inglés auténtico”) sino que hace evidente su intención satirizante a través de la palabra “Transactions”. Al respecto, Mark Jordan señala el juego de palabras que subyace a este término:33

      Defoe utiliza la palabra tanto en el sentido coloquial de “acontecimiento” o “evento” como en un sentido más especializado de “informe (o apunte) filosófico”. Incluso si este segundo sentido más específico no es percibido de inmediato por los lectores contemporáneos (aunque el complemento “en el mundo de la Luna” sugeriría el segundo sentido de “transactions”), luego de leer unas cuantas páginas se haría evidente, entre otras cosas, que El consolidador es la descripción de nuevos inventos y novedosos artefactos mecánicos y que, de un modo jocoso y paródico, algunos fragmentos son similares en contenido y tono a escritos científicos entonces corrientes, como los informes

      filosóficos de la Royal Society. El juego de palabras de Defoe se volvería, entonces, evidente. (pp. 6-7, la traducción es mía).

      Un lector familiarizado con los escritos de la época podrá notar de inmediato que la obra de Defoe dialoga no solo con todo un contexto político conocido por sus contemporáneos, sino también con una producción científica y filosófica que estaba incidiendo profundamente en las formas de la percepción. Entre algunas de las obras más visiblemente aludidas están, por un lado, tratados científicos como los Principia de Isaac Newton (1687), Nuevos experimentos físico-mecánicos: Notas sobre la elasticidad del aire y sus efectos, de Robert Boyle (1660) o El descubrimiento de un Nuevo Mundo de John Wilkins (1638). Por otra parte, relevamos que hay una clara referencia a relatos novelados sobre viajes lunares, como el de Francis Godwin, El hombre en la Luna (1638) y el de Cyrano de Bergerac, Historia cómica de los Estados e imperios de la Luna (1657). Finalmente, se mencionan los trabajos de Francis Bacon, Thomas Hobbes y John Locke, entre otros.

      El protagonista del escrito de Daniel Defoe es comerciante y viajero, y su narración está enmarcada por la presentación de un contexto cambiante en el mapa de las relaciones europeas: el imperio Ruso –afirma el narrador– se refina y sus cortesanos se educan. Este escenario entiende que algunos aspectos culturales están íntimamente vinculados con estrategias políticas; para el Emperador ruso el aprendizaje tiene como correlato el beneficio de poder sentarse a negociar en igualdad de condiciones ante las más poderosas cortes europeas. Paralelamente esta “educación del gusto” crea necesidades en los actores mayormente implicados, las que impactan en la ampliación de los mercados para un comercio siempre presto a complacer los pedidos más diversificados y sofisticados de bienes y –en consecuencia– ensanchar los perímetros de sus rutas comerciales.

      La contrapartida de esto y de las analogías que seguirán a lo largo de todo el relato parece sugerir –como adelantamos más arriba– que si Inglaterra no ordena sus asuntos internos puede perder terreno y oportunidades ante el surgimiento de jugadores cada vez más sagaces en la partida que distribuye las tajadas derivadas de la especulación mercantil. Las caravanas del Emperador de Rusia “llegan [a China] dos o tres veces al año, casi tan numerosas y poderosas como las que van de Egipto a Persia”, afirma el narrador, quien se propone –entonces– proporcionar al lector un panorama preciso de lo hallado en el curso de un viaje a China, ese país remoto hasta el cual este emperador hace llegar sus expediciones comerciales. China tenía un gran prestigio en la Europa dieciochesca por cuanto se creía que sus habitantes poseían grandes habilidades técnicas y una sabiduría poco común, que se hacían evidentes en la factura de sus productos: la East India Company, fundada en 1612, ya operaba activamente con productos chinos en la época en que escribe Defoe y, si bien no había podido establecer una sede en ese territorio, importaba a Inglaterra principalmente té, porcelanas y sedas.(9) En su libro The Chinese Taste in Eighteenth-Century England,(10) David Porter ilumina precisamente el aspecto de la percepción que tenían en los habitantes de la Inglaterra del siglo XVIII de los territorios del lejano Oriente, motivada en gran parte por el creciente tráfico mercantil en la zona, disputado a holandeses, franceses y portugueses:

      Los compradores ingleses del Siglo XVII estaban […] infatuados con los artículos chinos y de estilo chino, aunque se mostraban divertidos, perplejos o turbados por la sensibilidad estética forastera que los objetos representaban.

      Aunque el fenómeno aquí mencionado no era totalmente inédito, éste se relacionaba con un mapa mundial cambiante ante nuevos territorios descubiertos y la multiplicación de las rutas marítimas y comerciales, los que pusieron mayormente en evidencia un poder y un dominio territorial que el Imperio Chino detentaba con anterioridad a la presencias imperiales europeas que pretendía disputarlos; Porter indica que

      A lo largo de los Siglos XVI y XVII, los escritores ingleses jamás olvidaron que estaban lidiando con un imperio que controlaba un enorme tráfico con Europa del Este y un tercio del mundo conocido, y no con un espacio atrasado, vulnerable y “orientalizado” a la espera de ser conquistado y controlado. (5-6)

      Porter, que analiza especialmente la incidencia de nuevos valores estéticos estimulados por los productos chinos en el gusto de la población inglesa a lo largo del siglo XVIII, relaciona estrechamente el fenómeno

      con la expansión de la actividad comercial y su diseminación allende las fronteras, y los consiguientes debates acerca del lujo, el consumo, el refinamiento y el gusto que produce. (17)

      Es también a partir de este particular contexto

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