Utopías inglesas del siglo XVIII. Lucas Margarit

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Utopías inglesas del siglo XVIII - Lucas Margarit Colección Mundos

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extenso país del Este, el narrador halle que los mismos no han sido generados ahí sino que fueron implantados por una civilización mucho más avanzada que no pertenece a este mundo. El recurso no es nuevo, en efecto, ya a fines del siglo XVI Godwin, en El hombre en la Luna –la obra que mencionamos anteriormente y que puede considerarse intertexto y pretexto de la de Defoe–(11) había imaginado un intercambio entre los seres de los territorios terráqueos y lunares, sugiriendo en su fantástico relato –y basándose en cuentos populares del siglo XII– que algunos niños lunarios considerados defectuosos o perversos eran enviados a la tierra, donde crecían y se mezclaban con la población terráquea:

      (…) quienes manifiestan una disposición malvada o imperfecta son enviados lejos (ignoro por qué medios) a la Tierra y cambiados ahí por otros niños, antes de que tengan la capacidad u oportunidad de hacer algún mal entre ellos.

      En Godwin –y podemos inferir que también en Defoe– las características psicológicas, físicas y espirituales de quienes habitan lugares ubicados más allá del espacio sublunar pueden considerarse más perfectos porque no afectados por las perversiones morales y cognitivas asociadas con la Caída. En la novela de Godwin los habitantes de la Luna poseen –como es de suponer en un texto escrito en las últimas décadas del siglo XVI– un entendimiento superior y privilegiado ligado a un conocimiento científico cuyos poderes están vinculados esencialmente con la alquimia y la magia y no con el tipo de racionalidad supuesta en la era postbaconiana. En Godwin el viajero finaliza su extraordinario periplo en China, que es donde comienza la azarosa aventura del narrador de Defoe y en ambos casos resuenan los relatos de misioneros y comerciantes que llegaban a Inglaterra describiendo el complejo ambiente cultural y político del país de Oriente.

      Al hallarse en China, el viajero de Defoe toma conocimiento de descubrimientos tan prodigiosos que la consideración de los mismos obliga a rever la valoración que sus contemporáneos pueden tener de su modernidad científica y los adelantos conseguidos:

      todo lo que solemos denominar “invento moderno” –reflexiona– no solo está bien lejos de poder considerarse como tal, sino que se halla muy alejado de la perfección que ellos han alcanzado.

      El Imperio Chino y la singularidad de su ciencia, entonces, comenzarán a perfilarse como una experiencia asombrosa que se sitúa en un espacio epistémico que comparte con el otro mundo, el lunar. Es desde ese lugar en el que los saberes son más refinados y controlados que el mundo de lo maquínico aparece como una extensión adecuada para condicionar y corregir los impulsos destructivos del animal humano. Las máquinas son entes reformadores y sus intervenciones tienen un efecto inmediato en el terreno de la moral que repercute en el mejor gobierno de la cosa pública. La asimilación de los instrumentos para el mejoramiento de las conductas sociales parece indicar un viraje nuevo en la imaginación de las utopías que aspiren a diseñar una República Moral Perfecta que, a decir de J.C. Davis, son aquellas que pretendían resolver el problema colectivo

      no aumentando la gama ni la cantidad de las satisfacciones disponibles, sino por una limitación personal del apetito de lo que existía para cada grupo e individuo. Se insistía en el deber, la lealtad, la caridad y la virtud, practicados por cada individuo como requisito para la regeneración de la sociedad. (40)

      Para alcanzar esa sociedad más perfecta de la que proviene un conocimiento emancipado, el protagonista utiliza una máquina voladora que denomina consolidador. Con la descripción de la misma se detona la alegoría que promueve una lectura más encorsetada de la aventura lunar y deja poco espacio al vuelo fantástico en la creación de otros mundos. La aeronave en cuestión está hecha de plumas, 513 para mayor precisión. Al respecto, Riccardo Capoferro(12) comenta que:

      La apariencia de esta improbable aeronave marca el comienzo de la alegoría […] Las plumas del consolidador son 513 y todas tienen las mismas dimensiones físicas excepto “una pluma [que es] extraordinaria”. El funcionamiento del consolidador se asemeja luego con el del Parlamento en una secuencia de alusiones que evocan la historia de Inglaterra en los cincuenta años precedentes. Por ejemplo, el narrador señala que las plumas elegidas con descuido fueron la causa de que la nave se estrellara y que el rey, que viajaba hacia la Tierra, resultara decapitado (una alusión a la ejecución de Carlos I). (2010: 180)

      El lunario con quien primero hace contacto nuestro protagonista resulta ser un filósofo (evidente alter ego de Defoe),(13) que de inmediato lo pone en contacto con objetos desconocidos, que detentan insólitos poderes; en primer lugar, se describe un lente capaz de agrandar las imágenes lejanas, tanto que, desde la Luna se puede observar sin dificultad lo que ocurre en la tierra hasta en los más ínfimos detalles de la vida diaria.

      Defoe no oculta su intención satírica y utiliza un acudido recurso en este tipo de literaturas, que es el de posar la mirada sobre las prácticas corruptas, el incumplimiento de las leyes, las guerras violentas y las confrontaciones políticas de Europa en general y de Inglaterra en particular, desde un lugar con una reputación moral y ética que se haya construido narrativamente como indiscutible. Es decir, el mundo ficcional debería estar moldeado de manera tal que su solo modo de interacción socio-política y cultural se erija para el lector como contrapartida suficiente para poder calibrar los contrastes con las disparidades en las sociedades terráqueas. Casi de inmediato, sin embargo, el lector percibe que aquí la mención de las máquinas y de los instrumentos extraordinarios son dispositivos presentados con el mero fin de ilustrar las controversias políticas y religiosas del momento, al margen de una integración sólida al servicio de la ficción. Es precisamente sobre este punto que Riccardo Capoferro observa que la obra de Defoe carece del “sofisticado aparato de verosimilitud que caracteriza esa otra gran sátira alegórica que es Los viajes de Gulliver” (2009: 212) y advierte más que acertadamente que:

      En la medida en que el subtexto político se vuelve determinante, la alegoría pierde su apariencia de realismo, pues carece de una verosimilitud consistente.

      Por lo que cabría admitir que

      La representación del consolidador en la Luna se vuelve, en otras palabras, instrumental para algo diferente. (2009: 215)

      Desde un ángulo no muy diferente, John Richetti sospecha que “La sátira de El consolidador fracasa por su evidente literalidad. Quien opina es el autor y, después de un rato, comenzamos a cansarnos del asunto” (110). El marcado acento panfletario, que remite a un contexto muy próximo a la enunciación y conocido por sus lectores, dificulta la mayoría de las veces la comprensión de los comentarios a la recepción del siglo XXI, sobre todo cuando el narrador alude a determinados personajes solo por su inicial y convierte en ardua –y estéril– la tarea de su reconocimiento, o menciona hechos devenidos hoy tangenciales en el análisis de determinados acontecimientos históricos. Finalmente, la acumulación de imágenes de igual tenor que el narrador proporciona a modo de ejemplificación hace que las conclusiones resulten previsibles, y esto resta interés desde el punto de vista narrativo, también porque la crítica manifiesta deja poco lugar al humor, que suele ser un ingrediente atractivo en las inversiones satíricas. Su biógrafo Thomas Wright había notado ya en 1894 que “Es probable que para nosotros el principal interés de El consolidador es que ha sido una obra de la que Swift extrajo muchas de las ideas a las que posteriormente dio entidad en su Gulliver” (112). Algo más lapidario al respecto, aunque no falto de razón, Adam Roberts asevera que la obra resulta ser:

      un producto poco característico de este tan brillante y entretenido autor; es inusual en el sentido –aclara– que está saturado de referencias satíricas y alegóricas contextuales, hasta acercarse al estado de absoluta ilegibilidad. (2006: 80)

      Me parece importante destacar, por otra parte, un aspecto relacionado con una actitud ambigua del narrador con respecto a la administración de los saberes. Por un lado, él apoya con entusiasmo los supuestos descubrimientos científicos de chinos y lunarios, pero, al

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