Utopías inglesas del siglo XVIII. Lucas Margarit

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Utopías inglesas del siglo XVIII - Lucas Margarit Colección Mundos

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no como un ejercicio privilegiado que ocupe una posición de avanzada, de cara al futuro y a la innovación permanente (según el espíritu que animaba la Royal Society), sino más bien como una actividad afanada en una revisión atenta y cuidadosa de los saberes recibidos.

      Al respecto, cabría también notar que el avance civilizatorio, para Defoe corre parejo a un manejo más armónico de las cuestiones políticas y sociales, y estas no pueden estar disociadas de espíritus y mentes éticamente centrados; esta particular perspectiva es la que está en la base de la visión que ilumina cada uno de los adelantos en el saber que el viajero descubre en tierra china o de las máquinas de las que más adelante toma conocimiento en la Luna. Por otra parte, la posición que el narrador de Defoe asume con respecto al conocimiento es solidaria –como es de imaginar– con el lugar que el autor ocupó en los debates generados en torno a la Querella de los antiguos y los modernos, que tanto dividía las aguas entre los intelectuales de su época. Sobre este punto en particular, Narelle L. Shaw trae el ejemplo de los comentarios que el narrador hace respecto de la circulación de la sangre. Poco menos de un siglo antes, en 1628, William Harvey había revolucionado el modo en que el saber médico concebía el flujo sanguíneo dando a conocer sus investigaciones al respecto, generando una controversia que seguía vigente en el momento en que se publica el escrito de Defoe. Shaw advierte que:

      junto con las cuestiones referidas a los inventos de la pólvora, la imprenta y la brújula, la que concierne al descubrimiento de la circulación de la sangre constituye un aspecto importante de los argumentos respecto de los saberes antiguo y moderno.

      El narrador se muestra reticente en pronunciar la aceptación de lo descubierto por Harvey, evidenciando una postura que halla su eco en otros escritos de Defoe, en los que, recuerda Shaw:

      Había concebido la posibilidad que el movimiento de la sangre ya había sido descrito por los antiguos pobladores de Tiro y de Egipto, pero sugirió que ese conocimiento se había luego perdido cuando los romanos conquistaron a esos pueblos eruditos. (395-396)

      Es decir, para Defoe no habría nada nuevo en lo demostrado por Harvey o por los pensadores alineados con la recientemente fundada comunidad científica, lo que ellos hacían era solo una variante de algo que había sido soterrado o descartado en el decurso de la historia de la humanidad, nada que un estudio más cuidadoso de las bibliotecas del pasado no pudiera rescatar. Es en este sentido que habría que interpretar el comentario del narrador cuando advierte que no hay nada que los europeos puedan catalogar de novedoso o moderno ante el valor y cuantía de los descubrimientos chinos, aunque deberemos aceptar unas páginas más adelante que estos distan de ser tan originales o inéditos como habíamos supuesto.

      Hemos dicho anteriormente que para el narrador resulta necesario pensar una sociedad científicamente sólida siempre que el entorno sea políticamente estable y moralmente representativo de los mandatos de un cristianismo reformado. Esta conjunción de factores se manifiesta cuando analizamos la descripción de las tres máquinas más complejas que el viajero encuentra en tierra lunar, la máquina de pensar o silla de la reflexión, el elevador y el concionazimir, podemos ver que todas, de manera directa o indirecta, inciden en la estimulación o la contención de pensamientos y conductas, de modo que no pueden ser consideradas únicamente desde el punto de vista de los alcances de la ciencia. Al examinar este aspecto, Jordan llama la atención sobre el lenguaje extremadamente llano empleado por Defoe para referirse a los artefactos, lo cual no deja de ser un indicativo más de que su mayor preocupación no está del lado de la creación literaria de mundos fantásticos ni de un discurso científico al servicio de esta para hacerlos consistentes:

      Defoe seleccionó solo algunos de los recursos retóricos del discurso científico para la parodia puesto que una imitación excesiva de los escritos científicos habría interferido con la narrativa y la alegoría. Por ejemplo, las descripciones de las máquinas fantásticas no pueden aislarse del todo del marco narrativo en el que aparecen, puesto que a menudo también incorpora relatos alegóricos de eventos históricos ingleses y europeos en esas mismas descripciones. (30)

      Desde nuestra perspectiva, por otra parte, resulta difícil no sentirnos atraídos por cómo se hace presente en el relato el modo en el que a partir de mediados del siglo XVII comienza a consolidarse la percepción del cuerpo humano como mecanismo. En 1633, Descartes ya había afirmado en su Tratado del hombre que “el cuerpo no es otra cosa que una estatua o máquina de tierra a la que Dios forma”, que tiene en su interior “todas las piezas requeridas para lograr que se mueva, coma, respire”. Un siglo más tarde, en 1733, el médico escocés Georges Cheyne publica su célebre tratado The English Malady, en cuyo prefacio recoge lo que parecía ser ya una opinión comúnmente aceptada, que el cuerpo humano es un complejo aparato hidráulico hecho de tubos y de sistemas de bombeo:

      El cuerpo humano es una máquina con una cantidad y variedad infinita de canales y tubos, que se llenan de diferentes licores y fluidos, que corren, se deslizan o se arrastran perpetuamente hacia adelante, o vuelven para atrás, en un círculo constante, alimentando, nutriendo y reparando las pequeñas ramificaciones y vertientes del desgaste de vivir.

      En Defoe esta idea coexiste con la posibilidad de que el cuerpo humano interactúe con instrumentos mecánicos y ópticos, y de este modo disciplinar la voluntad y ajustar o alinear todo lo que se mostraría esquivo o remiso a dejarse someter al movimiento armónico y funcional de la máquina. Así, su pensador insinúa la regulación de tirantes y ruedas para evitar un desvío entre objeto y pensamiento, mientras que la función mecánica del elevador promete un desarrollo de las posibilidades intelectuales, que incluye la comunicación con entes superiores e incorpóreos. Probablemente la contracara de este uso prometedor que el narrador observa en las extensiones maquínicas se halle en el tercer aparato complejo, el concionazimir, que es utilizado para congregar rápidamente a las multitudes en la defensa o el ataque de determinada causa, una suerte de propagador universal de rumores al servicio de la facción de turno. Cabe señalar particularmente el desarrollo de Jordan sobre este punto, cuando hace notar que el narrador “sugiere que el concionazimir es activado por el mismo sujeto y no por un técnico desde el exterior” mientras que esto no se especifica claramente en el caso del pensador y del elevador, y se insinúa, por ende, que el uso de los mismos podría no ser voluntario. De esto no se desprende –pero sí se instala la posibilidad– que Defoe imagine artefactos punitivos a través de los cuales se fuerce el pensamiento a no desviarse de los valores o acciones convenidos, pudiéndose transformar las máquinas en oscuros instrumentos de sujeción y dominio. Es también en esa línea que el mismo Jordan sugiere que las máquinas lunares refuerzan la sátira religiosa que se expresa en el escrito, al poder interpretarse como figuras alegóricas de la Cámara de los Comunes, que demanda una percepción más clara y centrada de los conocimientos útiles para el buen gobierno.

       El mundo de la Luna, de Godwin a Defoe

      Tal como mencionamos anteriormente, una de las fuentes más reconocibles del escrito de Defoe es la novela de Francis Godwin, El hombre en la Luna (1638), que coloca la utopía fuera de la Tierra. En su novela, publicada póstumamente en 1638, el obispo Godwin hace que su peculiar personaje Domingo Gonzalez vuele hacia la Luna en un vehículo impulsado por el vuelo de unas gansas. Descubre ahí una sociedad perfecta en la que priman el respeto a las jerarquías, las leyes y la educación. Los lunarios de Godwin, sin embargo distan de poder constituirse como alter ego del protagonista o de asimilarse a ninguna de las sociedades terrestres. Si la novela del siglo XVII es un antecedente ineludible a la hora de analizar el escrito de Defoe, cabe preguntarse por qué casi un siglo después el autor de El consolidador la ha considerado un punto de partida válido para una sátira política y religiosa con un contexto socio-histórico tan diferente. El éxito entre el público lector de la novela de Godwin es solo uno de los factores a tener en cuenta, y Defoe era consciente del enorme potencial de su precursor, puesto que su novela había podido crear una topografía

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