Un legado sorprendente. Кэтти Уильямс
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Matt soltó una carcajada. Sus ojos se oscurecieron con apreciación ante el modo en el que ella nunca se achantaba a la hora de decirle las cosas claramente. Iba a echarlo de menos.
–Tendrías que acceder a regresar a trabajar para mí en Londres después de un periodo determinado de tiempo. Yo diría que seis meses es bastante generoso. También tendrías que aceptar que yo fuera a supervisarte de vez en cuando para asegurarme de que todo está funcionando perfectamente.
–Te estoy muy agradecida por la oferta, Matt –dijo Violet–, pero voy a tener que decirte que no.
Matt siguió sonriendo unos segundos y luego frunció el ceño cuando asimiló lo que ella acababa de decirle.
–No hablas en serio….
–Todo esto ha sido muy repentino –dijo ella sinceramente–, pero me va a proporcionar la oportunidad para explorar otras áreas de mi vida además de trabajar detrás de un escritorio en un despacho.
–¿Qué otras áreas?
–Sé que en mi contrato figura que debo avisar con seis semanas, pero si encuentro una sustituta antes de entonces, ¿considerarías librarme de esa obligación antes? Naturalmente, no me tendrías que pagar por el tiempo que no trabajara. Tal vez podrías pensarlo esta noche y así podríamos hablar al respecto cuando llegue al trabajo mañana por la mañana.
–¡No me puedo creer que esté escuchando esto!
Violet había acudido a la puerta y él la había seguido con el ceño fruncido.
–No siempre tienes que conseguir lo que quieres –le dijo Violet delicadamente.
–Si estás tan desesperada por marcharte, no seré yo el que te encadene a tu escritorio y te obligue a trabajar esas seis semanas.
–¿Lo dices en serio? Cuanto antes pudiera estar con mi padre, mejor…
Violet pensaba que él iba a liberarla de su contrato. Siguió sonriendo mientras él la miraba furioso. Entonces, inesperadamente, Matt apoyó la mano sobre la puerta que conducía hacia el salón, que estaba entreabierta, y se medio tambaleó cuando esta se abrió de par en par. De repente, Matt había accedido al santuario de su salón.
Durante unos segundos, él se quedó sin palabras mientras observaba el piano de cola pequeño que estaba situado junto al mirador acristalado. Violet siguió su mirada. Sin pensárselo, entró en el salón y se acercó hasta el piano. Suavemente, deslizó la mano sobre la tapa de madera y luego sobre las teclas sin darse cuenta de la imagen que estaba pintando. Simplemente estaba haciendo algo que era totalmente instintivo.
–¿Tocas? –le preguntó Matt, hipnotizado por la esbelta y elegante figura de Violet de pie, de espaldas a él, etérea y pensativa, ejerciendo un profundo magnetismo sobre él.
Estaba justo detrás de ella. Violet podía sentir la calidez que irradiaba de su cuerpo y que la envolvía profundamente, pero ella no se sentía incómoda porque aquella era su zona de confort. Con gesto ausente, tocó algunas notas y una suave y melodiosa música tomó forma bajo sus dedos. De repente, se detuvo y se volvió hacia él, profundamente avergonzada.
–Sí –murmuró ella–. Debo de haber heredado parte del talento musical de mi padre.
Matt la miraba con una expresión velada, ligeramente turbadora. Ella sonrió, ansiosa por quitarle tensión al momento y volver al estado de ánimo de antes.
–No te sorprendas tanto, Matt. ¿Qué pasa porque sea algo más que la eficiente e invisible secretaria que te has pasado los últimos dos años y medio sin valorarla?
–¿Sin valorarte? Nunca –murmuró Matt. Deslizó los ojos por el rostro de Violet hasta llegar a la boca, perfecta y de labios gruesos, sorprendiéndole. Era una boca muy sexy. Una boca modelada para los besos–. ¿Invisible? De eso nada.
El ambiente había cambiado. Violet lo sintió y dio un paso atrás, chocándose contra el piano e irguiéndose inmediatamente para no sentarse sobre las teclas. Matt estaba tan cerca de ella y ya no era su jefe. Eran un hombre y una mujer, con las miradas entrelazadas, la respiración entrecortada y sumido en una carga eléctrica que, de repente, era tan potente que Violet sintió que podría desmayarse.
–Creo que deberías marcharte ahora –dijo ella con voz ronca. Durante unos segundos, Matt permaneció inmóvil y ella se preguntó lo que haría si ocurría lo impensable, si esa boca firme y sensual cubría la de ella.
Entonces, Matt dio un paso atrás y, cuando hubo una distancia segura entre ellos, dijo con voz ronca:
–Una semana. Después de eso, Violet, eres libre para marcharte.
Con eso, se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta principal. Cuando Violet llegó a su lado ya la había abierto. Su cuerpo aún ardía, como si se hubiera acercado demasiado a una hoguera que de repente hubiera cambiado de dirección.
–¿Quieres que te encuentre una sustituta? –le preguntó ella. Matt la miró fríamente.
–Me las arreglaré –dijo. Entonces, volvió a tomar la palabra y le hizo pedazos el corazón–. Pensaba que te conocía, Violet. Resulta que no podía estar más lejos de la verdad.
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