Un legado sorprendente. Кэтти Уильямс
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–Matt, te aseguro que soy capaz de cuidar de mí misma –replicó ella sonrojándose.
–¿Sí? –preguntó él suavemente–. Eres callada, Violet. Refinada. No eres la clase de mujer que recibe tanto como da.
–Ojalá pudieras escucharte, Matt Falconer. Te aseguro que no soy una completa idiota.
–Yo jamás he dicho que lo seas…
–La implicación estaba presente –le espetó ella. Entonces, vio una expresión de asombro en el rostro de Matt porque él nunca había visto aquel lado de su personalidad–. ¿De verdad crees que soy tan débil como para echarme a llorar y salir huyendo porque alguien me diga algo?
–En absoluto.
–¡Tengo más agallas de lo que tú probablemente piensas!
–Estoy seguro de ello.
–¡En ese caso, deja de tener esa actitud paternalista conmigo!
–Dios, Violet. ¿De dónde viene todo esto? ¡Solo he venido a hablar contigo para descubrir lo que estaba ocurriendo! –exclamó él mientras se mesaba el cabello. Violet se tranquilizó un poco, aunque con dificultad.
–Te he entregado mi dimisión, Matt, porque ha surgido algo inesperado y no me ha quedado elección. Sé que mi correo fue algo… breve, pero dar detalles habría sido muy complicado. No tenía ni idea de que tú ibas a ser tan insistente.
–¿Acaso pensabas que me iba a quedar sentado y que te iba a permitir que te marcharas así? –le preguntó Matt con incredulidad. Violet se sonrojó porque aquellas palabras habían sonado demasiado íntimas.
«¡Menos mal que te marchas!», se dijo. «¡Solo tienes que recordar lo peligroso que es ser tan estúpida como para que te guste tu jefe!».
–Me aseguraré de encontrar una sustituta adecuada antes de marcharme –respondió ella fríamente–. No te dejaré tirado.
–¿Y si decido que eres irremplazable?
–Nadie es irremplazable –respondió Violet encogiéndose de hombros.
–Dices que no tienes opción –comentó el como si estuviera pensando en voz alta. Entonces, abrió repentinamente los ojos y se incorporó en la silla. Violet lo observó llena de confusión–. Estás embarazada, ¿verdad? Yo soy muy progresista en lo que se refiere a ese tipo de cosas, pero, ¿es algo chapado a la antigua? ¿Es eso? ¿Se trata de un hombre que tiene una escala de valores más propia de la Edad Media? Debe de ser la clase de tipo que piensa que una mujer embarazada debe quedarse en casa.
Los ojos azules le miraron el abdomen y, horrorizada, Violet instintivamente se apoyó la mano sobre el vientre.
–¿Quién es, Violet? ¿Cómo es que no sé nada sobre él? ¿No te parece que es llevar el secretismo a un nivel exagerado? –le preguntó observándola atentamente–. Ahora, espero que me digas que eres lo suficientemente feminista como para saber que no se deja un trabajo maravilloso solo porque un tipo con opiniones anticuadas te sugiere que lo hagas.
De repente, Matt se levantó y se dirigió hacia la ventana de la cocina. Estuvo mirando a través de ella durante unos segundos antes de darse la vuelta para mirarla con desaprobación. Resultaba evidente que estaba muy ofendido.
–Ya no vivimos en la Prehistoria –prosiguió dejando a Violet sin palabras ante tan descabelladas conclusiones–. Deberías saber que soy más que considerado en lo que se refiere a mis empleados, sobre todo con los que tienen hijos. ¿Hay o no hay una guardería disponible en el octavo piso?
–Sí, pero…
–Hace mucho que hemos dejado atrás los días de la desigualdad entre géneros…
–¡No hay nada de malo en que una madre decida quedarse en casa! –exclamó Violet.
Francamente, a ella no se le ocurría nada más maravilloso, pero no iba a permitir que un tema irrelevante la distrajera. ¿Cómo era posible que alguien tan inteligente pudiera ser al mismo tiempo tan… obtuso?
–No llevas anillo –comentó él–. ¿Un hijo fuera del matrimonio, Violet? No es lo que yo hubiera esperado de ti, pero también es evidente que me has estado ocultando muchas cosas. Estoy empezando a pensar si te conozco en realidad. Tú nunca has dejado entrever nada, pero pensaba que conocía la clase de persona que eres. ¿Acaso ese tipo no ha tenido la decencia de pedirte en matrimonio o es que ha salido huyendo?
Matt sacudía la cabeza con indignación mientras Violet lo miraba asombrada.
–O tal vez está casado. ¿Es eso? ¿Te has dejado embaucar por una sórdida situación que te ha llevado a esto? Deberías haber acudido a mí para pedirme consejo. Yo te habría apoyado.
Violet estaba incrédula, tanto que casi no podía ni pensar.
–¿Un hombre casado? ¿Una sórdida situación? Además, Matt Falconer, no es que sea necesario, ¿pero por qué habría yo acudido a ti para que me dieras consejo?
Matt frunció el ceño.
–Porque soy un hombre de mundo.
–Sí, y también eres un hombre que no ha tenido nunca una relación que durara más de tres meses –le espetó ella sin poder contenerse.
En vez de sentirse enojado por aquella exclamación, Matt la miró completamente intrigado. Se acercó lentamente a Violet. Ella, hipnotizada en contra de su voluntad, tan solo pudo mirarlo fijamente. Entonces, se echó a temblar con una mezcla de ira y frustración por haber permitido que la situación se desmadrara de aquella manera.
–¡Esto es ridículo! –exclamó al ver que Matt tomaba una silla y la colocaba muy cerca de la que ella ocupaba.
–Lo sé. ¿Por qué no retiras tu dimisión y fingimos que no ha ocurrido nada de todo esto?
Matt la miraba fijamente y, de repente, de un modo inexplicable, sintió que su imaginación comenzaba a volar. Había algo atrayente en el rostro arrebolado de Violet, en su airada mirada y en sus labios entreabiertos. Frunció el ceño y parpadeó para volver a controlar sus sentidos.
–No he dimitido porque quiera un aumento de sueldo. Tampoco es porque quiera más responsabilidad –dijo ella enumerando cada razón lenta y cuidadosamente–. Si hubieras leído lo que te decía en mi correo, te habrías dado cuenta de que valoraba muy positivamente mi experiencia en tu empresa. Tampoco se trata de que alguien me haya estado molestando en el trabajo. Y si John Draper me ha pedido una cita, no creo que sea asunto tuyo.
–Sabía que ese tío estaba rondándote mucho y por nada bueno –replicó Matt con el ceño fruncido. Violet sintió ganas de darle un bofetón.
–Más concretamente, Matt Falconer, no he estado teniendo ninguna aventura con nadie. ¡Y tampoco estoy embarazada! Ciertamente, jamás me habría sentido atraída por alguien que pensara que tiene derecho a dictar las reglas sobre el lugar que debe ocupar una mujer. ¡Ninguna de esas afirmaciones es la razón de