Un legado sorprendente. Кэтти Уильямс
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Un legado sorprendente - Кэтти Уильямс страница 3
Se había mantenido firme contra la andanada de preguntas a las que había tenido que enfrentarse a diario cuando entró en la empresa. Había evitado hábilmente las que iban dirigidas a su vida privada y tampoco había mordido el anzuelo cuando, en la tercera semana, él le había dicho que las mujeres solían responder cuando él mostraba interés en su vida privada.
–Me temo que yo no –le había respondido–. Creo en mantener mi vida privada totalmente separada de mi vida laboral.
No había lamentado su decisión porque, a medida que había ido pasando el tiempo, había ido cayendo cada vez más bajo el embrujo de su carismático jefe por lo que había dado gracias a Dios porque el sentido común hubiera prevalecido desde el principio.
Por lo tanto, la presencia de Matt allí, en su encantadora casa, le había hecho sentirse presa del pánico.
–Por ejemplo –estaba diciendo él en aquellos momentos–. Supongo que me conoces lo suficientemente bien como para saber que yo debería haber estado con Clarissa en el ballet esta tarde… por lo que no habría leído tu correo hasta mañana por la mañana. Supongo que tenías la intención de llegar algo más tarde a trabajar con la esperanza de que yo hubiera digerido ya el mensaje de que quieres dejar el trabajo mejor pagado que podrías esperar encontrar. Por no mencionar el más estimulante.
Violet se secó las manos sobre los vaqueros y se puso a prepararle la taza de café tal y como a él le gustaba. Solo, sin azúcar. Así, de espaldas a él, podía evitar ver de frente la intensidad con la que aquellos ojos azules la estaban mirando.
Como ella, Matt iba vestido con ropa informal. Vaqueros negros, polo y mocasines. Lo había visto vestido así muchas veces, pero el hecho de que su propio atuendo también fuera informal hacía que Violet se sintiera vulnerable e incómoda.
–Eso no es cierto –dijo mientras le ofrecía la taza de café y se sentaba al otro lado de la cocina.
Lo conocía lo suficientemente bien como para saber que la curiosidad de Matt sobre ella no había cesado, pero, en aquellos momentos, el tema más urgente era el de su dimisión. A pesar de la aprensión que sentía, mantuvo una cortés sonrisa y una expresión afable y tolerante.
Exactamente la imagen profesional que siempre había querido transmitir.
–Entonces, no recordabas que yo debía estar en el ballet…
–¿Acaso importa?
–Estoy muy desilusionado contigo, Violet. Pensaba que éramos amigos y, sin embargo, estás aquí, demasiado asustada para decirme a la cara que me vas a dejar.
–Trabajo para ti, Matt, eso es todo –replicó Violet mientras que él sacudía tristemente la cabeza.
–Igual que los doscientos empleados que ocupan las cuatro plantas de esa jaula de cristal, pero ninguno de ellos me conoce tan bien como tú, aunque en realidad, si me hubieras conocido lo suficientemente bien, habrías sabido que Clarissa y yo estábamos a punto de romper. Ir al ballet con ella era demasiado…
–¿Has roto con ella?
Violet sintió compasión por la voluptuosa rubia de ojos azules. Tal vez no era muy inteligente, pero sí simpática, alegre. No se merecía el ramo de flores a modo de despedida que Violet tendría que enviarle en los próximos días. Eso si Matt no reaccionaba a su carta de dimisión despidiéndola fulminantemente.
–No te muestres tan sorprendida –le dijo él secamente–. Ya sabes que mi vida es demasiado ajetreada para relaciones a largo plazo. De todos modos, nos estamos desviando del tema. He venido aquí por esa carta de dimisión y quiero saber por qué has decidido tan repentinamente que estás harta de trabajar para mí. ¿Es el dinero? Si es así, simplemente me lo podrías haber dicho para pedirme un aumento de sueldo.
Violet se vio momentáneamente distraída por el hecho de que su jefe hubiera asumido que cualquier relación más larga de cinco segundos era a largo plazo. Parpadeó y sintió que el pulso se le aceleraba cuando las miradas de ambos se cruzaron, el profundo azul de él encontrándose con el tímido marrón de ella. Sabía que se estaba sonrojando y se odió a sí misma por no tener la capacidad de mantener un aire de indiferencia y neutralidad.
Tampoco su mente estaba muy centrada. Debería haber recordado que alguien como Matt, que era como un regalo divino para el sexo opuesto, iba siempre a por un cierto tipo de mujer. Largas piernas, grandes senos, rubias, muy rubias, y con una conversación muy limitada que incluía frases como «por supuesto», «claro» y «lo que quieras». Ciertamente, no le atraían las mujeres menudas, con cabello castaño, rasgos poco llamativos, pechos pequeños y que, además, se mantenían firmes fuera cual fuera la provocación.
–Por supuesto que no es el dinero –dijo ella tomando un sorbo de café–. Efectivamente, si estuviera descontenta con mi sueldo no dimitiría, Matt. Me dirigiría a ti para hablarlo contigo.
–Entonces, si no es el dinero, ¿qué es entonces? No me irás a decir que al trabajo le faltan desafíos. Violet, tienes más responsabilidad que ninguna de las mujeres que han trabajado para mí anteriormente.
–Eso es porque ninguna de ellas se ha quedado mucho tiempo.
–Tonterías –replicó él negando aquella afirmación–. Admito que algunas no estuvieron mucho tiempo, pero ninguna de ellas tenía lo necesario para poder realizar más del trabajo básico.
Violet bajó los ojos y guardó silencio. Cuando ella entró a trabajar en la empresa, el jefe de personal estaba desesperado.
–Es una situación muy difícil –le había dicho él con frustración–. Matt es… muy exigente. Muchos candidatos han descubierto que les es imposible trabajar para él. También dicen que les pone muy nerviosos. Son perfectamente capaces en el momento en el que entran en el edificio y han realizado las entrevistas destacando, pero, después de diez minutos con él, tienen los nervios destrozados…
Violet había comprendido perfectamente lo que él le había querido decir después de pasar cinco minutos en compañía de Matt. Era un hombre muy inteligente, muy intolerante y muy guapo, por lo que era increíble que alguien pudiera trabajar para él durante más de un día sin perder la cabeza.
Por suerte, Violet estaba hecha de una pasta más dura. La vida la había preparado para cualquier cosa y ella se había enfrentado a su jefe del mismo modo que lo había hecho con todas las personas imprevisibles e impulsivas que habían entrado en su vida y se habían marchado de su lado gracias a su padre. Se había protegido tras un muro de impenetrable tranquilidad.
–Si quieres más responsabilidad, solo tienes que decirlo. Te puedo dar un poco más de trabajo, proyectos variados. Lo que tú digas.
–No es el trabajo.
–Entonces, ¿qué demonios es? ¿Acaso te ha estado molestando alguien?
–¿De qué estás hablando? –le preguntó Violet sin comprender.
–Algunos de los hombres que trabajan conmigo pueden ser un poco insistentes. Me temo que viene con el puesto. Trabajar con aplicaciones informáticas y tratar con empresas emergentes e innovadoras requiere una personalidad muy diferente a la de los hombres que trabajan en puestos más tradicionales, como en la banca