Un legado sorprendente. Кэтти Уильямс
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–Entonces, dime a qué viene toda esta tontería –le dijo mientras se relajaba contra el respaldo de la silla y la miraba fijamente. Violet no pudo evitar beber de su masculina belleza tan solo durante un segundo antes de parpadear y regresar a la realidad.
Suspiró y se rindió.
Capítulo 2
SE TRATA de mi padre –dijo ella simplemente mientras Matt la miraba como si de repente ella hubiera empezado a hablar en otro idioma.
–¿Tienes padre?
–Sí, Matt. Claro que tengo padre. La gente tiene padres. Estas cosas ocurren.
Él sonrió y se movió ligeramente para poder estirar las piernas.
–Te diría que voy a echar de menos tu sarcasmo, pero no es así. Si esto tiene que ver con un sencillo caso de problemas familiares, estoy seguro de que podremos encontrar una solución.
–No soy sarcástica –respondió Violet cortésmente. Matt levantó las cejas muy sorprendido.
–Has realizado más comentarios sarcásticos sobre las mujeres con las que he salido de los que puedo recordar. ¿Recuerdas que me preguntaste si había pensado alguna vez en salir con mujeres que no se volvieran locas por ir a un balneario? ¿O la vez que me dijiste que no era cierto que las rubias se divirtieran más? Eso por no olvidar algunos de tus innecesarios comentarios sobre las muestras de afecto que yo enviaba cuando una relación, desgraciadamente, había llegado a su fin…
–¿Muestras de afecto? –repitió Violet–. Sinceramente no creo que los carísimos ramos de flores de la también carísima floristería de Knightsbridge se puedan considerar «muestras de afecto».
–He regalado mucho más que flores…
–En lo que se refiere a una ruptura, no se puede hablar de «muestras de afecto».
–Bueno, es mi manera algo arrogante de apaciguar mi conciencia.
–Lo has dicho tú, no yo.
–En realidad, sí que lo has dicho tú –replicó Matt sin pestañear–. En más de una ocasión, aunque admito que ha sido de maneras diferentes. No obstante, el mensaje siempre ha sido el mismo. La mayoría de las personas se lo piensa dos veces en lo que se refiere a dar su opinión cuando están conmigo. Sin embargo, tú nunca te has mostrado reticente a la hora de decir lo que piensas sobre mi vida personal. A tu manera, tan sosegada y tranquila, por supuesto. Bueno, ¿qué es lo que le ocurre a tu padre?
Violet sentía que la piel le ardía. ¿De verdad había sido tan obvia? Pensaba que siempre se había mostrado muy cuidadosa, pero, evidentemente, no tanto como había pensado.
–Yo… mi padre no está bien.
–Siento escucharlo, Violet. ¿Se trata de algo serio? ¿Cuántos años tiene?
Había verdadero interés en su voz y Violet sintió que algo se debilitaba dentro de ella. No estaba acostumbrada a compartir nada, pero, en aquellos momentos, no había nada que deseara más que contarle todo al hombre que estaba sentado frente a ella, mirándola con sus intensos ojos azules, de un modo especulativo y considerado.
–¿Que cuántos años tiene? –repitió ella–. Es joven. Aún no ha cumplido los sesenta.
–¿Y qué es lo que le ocurre?
–En realidad no es relevante, Matt –comentó ella encogiéndose de hombros e ignorando la tentación de decir más de lo que debería. Su intimidad era muy importante para ella, un rasgo propio de su personalidad, tan arraigado, que le resultaba imposible prescindir de él incluso cuando deseaba hacerlo.
Era una costumbre nacida de las circunstancias. La vida nómada había impuesto un peaje a las amistades. ¿Cómo se podía formar vínculos fuertes con las personas cuando siempre se estaba de paso? En especial, cuando se era demasiado joven como para pensar en el futuro y ver más allá. Por supuesto, cuando la vida había empezado a tranquilizarse, ese hábito ya había arraigado y esas raíces crecían ya demasiado profundamente.
–Claro que es relevante –afirmó él–. Estás disgustada.
–Y tú te estás imaginando cosas.
–No tienes que disimular todo el tiempo –replicó Matt. Ella se puso en alerta. No le gustaba el modo en el que él parecía estar acorralándola, haciendo que se sintiera perdida y vulnerable–. Habla conmigo. Me has entregado tu dimisión. Creo que es justo decir que me merezco una explicación.
Violet se dio cuenta de que tenía razón. En realidad, se dio cuenta de que se habría sentido muy desilusionada si él hubiera aceptado su carta de dimisión sin más, encogiéndose de hombros y sin hacer ninguna pregunta.
Llevaba dos años y medio trabajando para él y, efectivamente, lo conocía más profundamente que cualquiera de las mujeres con las que él salía. Conocía sus idiosincrasias, sus manías. Además, parecía que él también la conocía mucho mejor de lo que ella había imaginado. Aquello le resultaba turbador.
En realidad, nada de lo que él pudiera decirle le haría cambiar de parecer. ¿Qué podía haber de malo en confiar en él? Se marcharía de la empresa y lo dejaría atrás. Si ella le dejaba vislumbrar un lado más íntimo de su ser, después no tendría que verlo a diario en el trabajo ni se tendría que enfrentar a la curiosidad de Matt por su vida.
–Mi padre vive al otro lado del mundo –comenzó, frunciendo el ceño mientras trataba de poner en orden sus pensamientos–. En Australia para ser exactos.
–¿Cuánto tiempo lleva viviendo allí? ¿En qué parte de Australia vive?
–En Melbourne. Lleva allí ya casi seis años. Se marchó después… Bueno, volvió a casarse. Mi madre murió cuando yo era pequeña.
Se mordió los labios y apartó la mirada. Matt guardó silencio. Odiaba que las mujeres lloraran. Otro detalle que ella sabía sobre él. Por ello, hizo un gran esfuerzo para no dejarse llevar por la oleada de abatimiento que amenazaba sus buenas intenciones.
–Tómate tu tiempo. No tengo prisa.
–¿Estás seguro de que quieres tener esta conversación? –le preguntó Violet aligerando el tono.
–¿Por qué no iba a querer?
–Porque no te gustan las conversaciones intensas y largas con las mujeres. Creo que es algo que has compartido conmigo en el pasado.
–¡Qué bien me conoces! –murmuró Matt–. Sin embargo, tú no eres una de mis mujeres, ¿verdad? Por ello, es justo decir que no se aplican las reglas normales para las demás.
No era una de sus mujeres…
Violet