En el ardor. Мишель Смарт
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–Hace generaciones, tus antepasados también descuartizaban a sus enemigos, pero es algo que ya habéis conseguido dejar de hacer.
Él se rio y le acarició la barbilla. Era preciosa aunque fuera sin maquillaje.
–No nos casamos por amor o por tener compañía, como hacen otros, nos casamos por el bien de nuestra isla. Tómatelo como un acuerdo empresarial. Tú eres mi amante, eres la mujer con la que quiero estar.
Su madre había sido desdichada en ese sentido. Ya amaba a su padre cuando se casaron y ese amor había acabado destrozándola mucho antes de que murieran en aquel accidente de coche.
Él nunca causaría a nadie el dolor que había causado su padre. Tenía que casarse, pero no disimulaba lo que quería: una esposa que le proporcionara la siguiente generación de herederos. Nada de sentimientos ni expectativas de fidelidad. Sería una unión basada en el deber y en nada más.
Amy lo miró fijamente y en silencio durante un rato, mientras buscaba algo, aunque él no sabía qué esperaba encontrar.
Bajó la cabeza para besarle los labios que ella había separado, pero se apartó y solo se rozaron.
–Lo digo en serio, Helios. Hemos terminado. No seré tu querida –repitió ella con un susurro.
–¿De verdad…?
–Sí.
–Entonces, ¿por qué sigues aquí? ¿Por qué noto la calidez de tu aliento en la cara?
Le pasó los labios por la mejilla, la agarró del trasero y la estrechó contra sí para que notara cuánto la deseaba. Ella gimió levemente.
–¿Lo ves? –Helios le mordió con delicadeza el lóbulo de la oreja–. Todavía me deseas, pero estás castigándome.
–No. Yo…
–Shh… –él le tapó los labios con un dedo–. Los dos sabemos que podría tomarte en este momento y que no te opondrías, ni mucho menos.
Sus ojos dejaron escapar un brillo ardiente, pero levantó la barbilla con rebeldía.
–Voy a darte cinco segundos para que te marches –siguió él hablándole en voz baja al oído–. Si dentro de cinco segundos no te has marchado, te levantaré la falda y te haré el amor encima de esta mesa.
Ella se estremeció. Fue un estremecimiento muy ligero, pero él lo conocía tan bien que sabía lo que vería en sus ojos cuando los mirara.
Efectivamente, se habían oscurecido y tenían las pupilas más dilatadas. Asomaba la punta de la lengua entre los labios separados y él sabía que si le ponía las manos en los magníficos pechos, notaría los pezones endurecidos.
La soltó y cruzó los brazos.
–Uno…
Amy se llevó una mano a la boca y la bajó a la barbilla.
–Dos…
Ella tragó saliva sin dejar de mirarlo y él casi podía oler su anhelo.
–Tres… Cuatro…
Ella se dio media vuelta y salió corriendo hacia la puerta.
–¡Una semana! –exclamó él.
Ella estaba a mitad de la habitación y no dio ningún indicio de que lo hubiese oído, pero él sabía que lo había oído perfectamente.
–Dentro de una semana, matakia mou, estarás en mi cama otra vez, te lo aseguro.
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