En el ardor. Мишель Смарт

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En el ardor - Мишель Смарт Miniserie Bianca

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Una de las cosas que más le gustaba del museo era la colaboración, que todo el mundo ayudaba cuando hacía falta. Era una manera de hacer las cosas que empezaba desde lo más alto, desde el propio Helios, aunque ese día no había ni rastro de ese espíritu.

      –Antes de que nos marchemos –comentó Pedro justo al final de la reunión–, os recuerdo que tenéis que entregar antes del viernes los menús para el miércoles siguiente.

      Helios, como agradecimiento a los empleados por todo el trabajo que habían hecho para la exposición, había organizado una cena para todos antes de que empezaran las vacaciones de verano. Era el típico gesto generoso de él y un acto social que a ella le había apetecido mucho, aunque, en ese momento, se le revolvía el estómago solo de pensar en salir una noche con Helios y sus compañeros.

      El alivio fue evidente cuando terminó la reunión. Nadie se quedó un rato, como solía ser habitual, y todo el mundo se levantó y se fue precipitadamente hacia la puerta.

      –Amy, por favor, quiero decirte una cosa.

      La voz profunda de Helios se oyó por encima de las pisadas apresuradas. Ella se paró a unos centímetros de la puerta, puso un gesto inexpresivo y se dio la vuelta.

      –Cierra la puerta.

      Ella la cerró y volvió a sentarse enfrente de él, aunque intentó alejarse todo lo posible.

      Nada era lo bastante lejos. Ese hombre rezumaba testosterona… y también rezumaba deseo de venganza.

      El corazón se le salía del pecho, pero apretó los labios y cruzó los brazos. Aun así, no pudo evitar mirarlo fijamente. La cadena de plata le resplandecía en la base del cuello, la cadena que le había rozado los labios tantas veces cuando él le hacía al amor.

      Mientras lo miraba y se preguntaba cuándo iba a hablar, notó que él la miraba con la misma intensidad y se le secó la boca.

      –¿Has estado a gusto en Greta’s? –le preguntó él tamborileando la mesa con los dedos.

      –Sí, gracias –contestó ella en tono cortante antes de darse cuenta de lo que había dicho él–. ¿Cómo has sabido que he estado allí?

      –Por el GPS de tu teléfono.

      –¿Qué? ¿Has estado espiándome?

      –Eres la amante del heredero al trono de Agon. Nuestra relación es un secreto a voces y no arriesgo lo que es mío.

      –Ya no soy tuya –replicó ella llevada por la furia–. Sea el que sea el dispositivo que me has puesto, ya puedes ir quitándolo.

      Amy puso el bolso en la mesa, sacó el teléfono y se lo arrojó a él, que lo atrapó con una mano y se rio. Aunque fue una risa sin ganas.

      –No ha puesto ningún dispositivo –Helios le devolvió el teléfono–. Se ha hecho a través de tu número.

      –Pues deja de rastrearlo, quítalo de tu sistema o lo que sea.

      Él la miró detenidamente. Esa inmovilidad le sacaba de quicio. Helios no estaba nunca inmóvil, tenía energía como para iluminar todo el palacio.

      –¿Por qué te marchaste?

      –Para alejarme de ti.

      –¿No pensaste que me preocuparía?

      –Pensé que estarías tan ocupado seleccionando a tu esposa que ni siquiera te darías cuenta.

      –Ah –él sonrió por fin–, estabas castigándome…

      –No –negó ella con firmeza–. Estaba alejándome porque sabía que esperarías acostarte conmigo después de haberte pasado la noche buscando esposa.

      –Y pensaste que no serías capaz de resistirte.

      Amy se sonrojó y Helios sintió un arrebato de satisfacción al comprobar que había acertado. Su hermosa y apasionada amante había estado celosa.

      Amy, esbelta, femenina hasta decir basta y con una melena rubia oscura seguramente era la mujer más hermosa que había conocido. Un escultor no dudaría en representarla como Afrodita. Le bullía la sangre solo de verla, aunque llevara, como en ese momento, una falda acampanada azul marino y un recatado top color malva.

      Sin embargo, también tenía algo que no solía tener, unas sombras oscuras debajo de los ojos marrón grisáceo, los labios secos y el cutis pálido… Y él era el motivo.

      Sintió emoción solo de pensarlo. Fuera cual fuese el castigo que había querido imponerle al haber desaparecido unos días, le había salido el tiro por la culata.

      Jamás le contaría la furia incontenible que lo había dominado cuando vio la caja delante de su puerta.

      Lo que le recordaba que…

      Sacó un grueso sobre acolchado y se lo acercó por encima de la mesa. Cuando no pudo contener la rabia, había destrozado la caja, había roto los frascos y había arruinado los libros, pero las joyas se habían salvado.

      Ella entrecerró los ojos, alargó una elegante mano y lo abrió con cautela. Apretó los labios cuando vio lo que había dentro. Volvió a dejar el sobre en la mesa y se levantó.

      –No las quiero.

      –Son tuyas y me ofendes al devolvérmelas.

      –Y tú me ofendes a mí al dármelas cuando estás a punto de poner un anillo de compromiso en el dedo de otra mujer –replicó ella sin parpadear.

      Él también se levantó y fue hasta ella, que tenía la silla detrás y no podía escapar. La abrazó hasta que tuvo su cabeza sobre el pecho. Era demasiado fuerte y ella no podía zafarse de él aunque lo intentara. Además, él sabía que esos intentos no significaban nada.

      Notaba su calidez, ella quería estar entre sus brazos.

      Inclinó la cabeza hacia atrás con la respiración acelerada. Él vio que se le oscurecían las pupilas, que pasaban de ser grises a marrones, con una furia que hizo que le bullera la sangre.

      –No te pongas celosa –murmuró Helios estrechándola con más fuerza–. Mi matrimonio no cambia lo que siento por ti.

      Se mordió el carnoso labio inferior y el ojo izquierdo le tembló con una amargura que él no le había visto nunca.

      –Pero sí cambia lo que siento yo por ti.

      –Mentirosa. No puedes negar que sigues deseándome –él le rozó la mejilla con su mejilla y le susurró al oído–. Hace unos días, sin ir más lejos, gritabas mi nombre y todavía tengo los arañazos en la espalda.

      Ella separó la cabeza.

      –Eso fue antes de que supiera que estabas buscando una novia para casarte inmediatamente. No pienso ser tu… querida.

      –No tiene nada de particular. Los reyes de Agon han tenido amantes después de casarse desde hace generaciones.

      Su abuelo había

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