En el ardor. Мишель Смарт
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Helios llevaba a su pareja de baile, una princesa de la antigua familia real de Grecia, por toda la pista. Era una joven muy guapa, pero fue tachándola de su lista a medida que bailaba con ella y escuchaba lo que decía. Fuera quien fuese con quien se casara, quería poder mantener una conversación con ella que no fuera sobre el último desfile en la pasarela.
Cuando terminó el vals, inclinó la cabeza con cortesía, alegó que tenía que ir con su hermano Teseo, quien seguía solo a la mesa, y no hizo caso de la mirada suplicante de esa mujer que le pedía que le concediera otro baile.
Se acordó de lo que le había dicho Amy sobre tratar a las mujeres como si fueran caramelos en el mostrador de una tienda. Era lo bastante hombre como para reconocer que eran auténticas, pero si tenía que elegir una con la que pasar el resto de su vida y que fuera la madre de sus hijos, quería que se pareciera todo lo posible a lo que más le gustaba a su paladar.
Si Amy pudiera ver a esas mujeres, la avidez de sus ojos y cómo le enseñaban el escote cuando pasaba, entendería que querían que las paladeara, que querían ser exactamente del gusto de su paladar.
Miró a Talos, su hermano menor, que estaba bailando con la cautivadora violinista que tocaría dentro de tres semanas en la gala del aniversario de su abuelo.
–Hay algo más –comentó Teseo dando un sorbo de champán–. Míralo, el muy tonto está prendado.
Helios miró hacia la pista y entendió inmediatamente lo que quería decir. Talos y su pareja de baile se prestaban tanta atención que era como si los otros doscientos invitados no existieran. Se miraban con tanta intensidad que era casi visible e hipnótico en cierto sentido.
Helios deseó, y no era la primera vez, que Amy estuviera allí. Le encantaría bailar el vals por todo el salón de baile. Para alguien tan voluntariamente estricto, ella tenía una parte divertida que hacía que le encantara estar con ella.
Teseo volvió a mirarlo fijamente.
–¿Y tú? ¿No deberías estar en la pista de baile?
–Estoy dándome un respiro.
–Deberías estar con la princesa Catalina.
Helios y sus hermanos habían hablado muchas veces sobre sus posibles esposas y habían llegado a la conclusión de que Catalina sería perfecta para entrar en esa familia.
Hasta hacía una generación, los matrimonios de los herederos al trono de Agon se habían concertado. El matrimonio de sus propios padres se había concertado. Su abuelo, el rey Astraeus, al presenciar el desastre de ese matrimonio, había decidido acabar con esa parte del protocolo y permitir que la generación siguiente eligiera a su cónyuge, siempre que tuviera sangre real… y él lo agradecía. Fuera quien fuese la elegida, no podía hacerse ilusiones, su matrimonio solo sería por cumplir con el deber.
–¿Tú crees…? –le preguntó Helios con desgana.
Se le ponían los pelos de punta solo de pensar en bailar con otra de esas mujeres, por muy hermosas que fueran. Podía encontrar una mujer hermosa allá donde fuera, pero no había tantas con sustancia.
Notó que se ponía tenso al acordarse de la conversación de esa tarde. No la había visto rabiosa nunca y esa rabia había tenido algo de posesiva. Había estado celosa.
Normalmente, cuando una amante mostraba indicios de ponerse posesiva, era el momento de pasar página. En el caso de Amy, le parecía increíblemente atractivo, sus celos le habían encantado, aunque eso fuera raro.
Siempre había sospechado que ella le ocultaba una parte de sí misma. Le entregaba su cuerpo y disfrutaba tanto como él cuando hacían el amor, pero lo que pasaba por su inteligente cabeza seguía siendo un misterio.
Había sido distinta de sus amantes habituales desde el primer momento. Era hermosa y muy inteligente, le había llamado la atención como no había hecho ninguna otra mujer. La rabia de antes no le había alterado, como lo habría hecho la de cualquier otra persona, le había despertado la curiosidad, le había quitado otra capa a esa mujer apasionada y brillante de la que no se cansaba. Cuando estaba con ella, se olvidaba de todo lo demás y vivía el momento, se dejaba llevar por la voracidad.
La gravedad de la enfermedad de su abuelo se agarraba a él como una lapa, pero se mitigaba cuando estaba con Amy, pasaba a ser una ligera punzada de dolor y pesimismo. Cuando estaba con ella, se olvidaba del peso de las responsabilidades por ser el heredero al trono y podía ser un hombre, un amante, su amante. Era como una vibración constante en las entrañas, y no pensaba renunciar a ella estuviera casado o no.
–¿Hay alguna otra que te haya gustado? –le preguntó Teseo.
–No.
Helios había sabido siempre que tendría que casarse. No lo había cuestionado nunca. No tenía sentimientos al respecto ni en un sentido ni en otro. El matrimonio era una institución en la que se engendraría la siguiente generación de Kalliakis y era afortunado porque podía elegir a su esposa, aunque con ciertas condiciones. Sus padres no habían tenido tanta suerte. Su matrimonio se había concertado antes de que su madre dejara de llevar pañales. Había sido un desastre, y él solo esperaba que su matrimonio no se pareciera nada al de ellos.
Se fijó en la princesa Catalina, que en ese momento estaba bailando con un príncipe británico. Era increíblemente hermosa y refinada, se le notaba la cuna. Su hermano era amigo suyo del colegio y las veces que habían comido juntos en Dinamarca le había demostrado que era una mujer inteligente además de hermosa, aunque un poco seria para su gusto.
No tenía la irreverencia de Amy.
Aun así, Catalina sería una reina excelente y él ya había perdido bastante el tiempo. Debería haber elegido hacía cinco meses, cuando les comunicaron la gravedad de su abuelo a él y a sus hermanos.
Catalina se había criado en un mundo sujeto al protocolo, como él. No esperaba el amor ni se hacía ilusiones. Si la elegía, sabría que era un matrimonio por deber, donde no entraban los sentimientos. Justo lo que él quería.
Además, formar una familia con ella tampoco sería un sacrificio. Estaba seguro de que se crearía un lazo si los dos ponían algo de su parte. También brotaría cierta… química. Aunque, naturalmente, no sería la misma química que tenía con Amy, eso era irrepetible.
Se le cruzó por la cabeza la imagen de Amy alejándose por el pasadizo en penumbra abrazando el montón de ropa y la toalla, con el pelo rubio mojado cayéndole por la espalda y contoneando el trasero desnudo. En ese momento, había sido tan altiva como cualquier princesa, y estaba deseando castigarla por su insolencia. La llevaría al borde del orgasmo tantas veces que acabaría rogándole que la dejara explotar.
Sin embargo, no era ni el momento ni el lugar para imaginarse el esbelto cuerpo de Amy entre los brazos.
Sofocó implacablemente el ardor que le quemaba las entrañas y se concentró en las mujeres que tenía delante. Tendría que dejar a un lado a Amy durante unas horas para llevar a cabo la tarea que tenía entre manos.
Llamó a un camarero para que le llevara una copa de champán y darle un buen sorbo antes de que pudiera volver a bailar.
–¿Qué te pasa? –le preguntó Teseo con los ojos entrecerrados.