En el ardor. Мишель Смарт

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En el ardor - Мишель Смарт Miniserie Bianca

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encontrar esposa y organizar una boda de Estado en un par de meses? Eso tenía que ser imposible…

      Sin embargo, era Helios, y si había algo que sabía sobre su amante, era que no se quedaba de brazos cruzados. Si quería que se hiciera algo, quería que se hiciera hoy, no mañana.

      Aun así, un par de meses…

      Ella estaba contratada hasta septiembre, hasta dentro de cinco meses, y se había imaginado… Había esperado…

      Pensó en el rey Astraeus, el abuelo de Helios. No había estado nunca con el rey, pero tenía la sensación de haber llegado a conocerlo gracias a su trabajo en el museo del palacio. El rey estaba muriéndose y Helios tenía que casarse para tener un heredero y garantizar la continuidad del linaje.

      Ella sabía todo eso, pero había pasado con él todas las noches y había albergado la esperanza de que no se casara hasta que ella hubiera terminado su estancia en Agon.

      Se agarró a los bordes de la bañera, se levantó con cuidado y salió. Agarró una toalla con manos temblorosas y se la llevó al pecho, ni siquiera se envolvió con ella.

      Helios estiró el labio superior y se lo afeitó con cuidado y destreza.

      –Te llamaré cuando haya terminado el baile.

      Ella fue hacia la puerta sin importarle que fuera dejando un reguero de agua.

      –No, no lo harás.

      –¿Adónde vas? Estás empapada.

      Ella vio por el rabillo del ojo que él se daba unos golpecitos en la cara con la toalla y que la seguía al dormitorio sin molestarse en taparse.

      Amy recogió su ropa, hizo un bulto y lo agarró con fuerza. Tenía un zumbido en la cabeza que le impedía pensar con coherencia.

      Había dormido con él durante tres meses. Durante todo ese tiempo, solo habían dormido separados como una docena de veces, cuando él había estado fuera por motivos oficiales. Como cuando fue a Dinamarca y cenó con la princesa Catalina sin que ella lo supiera. Además, en ese momento, iba a celebrar un baile para encontrar a la mujer con la que dormiría el resto de su vida.

      Ella había sabido desde el principio que no tenían ningún porvenir y había mantenido al margen el corazón y los sentimientos, pero oírle hablar con esa indiferencia sobre el asunto…

      Se quedó junto a la puerta del pasadizo secreto que conectaba sus apartamentos. Había docenas y docenas de pasadizos como ese por todo el palacio, un palacio construido para las intrigas y los secretos.

      –Me voy a mi apartamento. Que te diviertas esta noche.

      –¿Me he perdido algo?

      Que Helios lo preguntara con lo que parecía una perplejidad sincera solo empeoró las cosas.

      –Has dicho que no es apropiado que vaya esta noche, pero te diré lo que no es apropiado: que hables de la esposa que vas a elegir dentro de unas horas con la mujer que ha dormido contigo durante tres meses.

      –No sé cuál es el inconveniente –Helios se encogió de hombros y levantó las manos–. Mi matrimonio no cambiará nada entre nosotros.

      –Si de verdad crees eso, eres tan necio como misógino e insensible. Hablas como si esa selección de mujeres fuesen caramelos en el mostrador de una tienda y no personas de carne y hueso.

      Amy sacudió la cabeza para dar más énfasis a su desagrado y pudo ver, a medida que hablaba, que la expresión de perplejidad de Helios daba paso a otra más sombría y ceñuda.

      Helios no aceptaba bien la crítica. En esa isla y en ese palacio lo alababan y todos se ceñían a lo que decía. Era afable y encantador, su buen humor era contagioso. Sin embargo, si se enojaba…

      Si no estuviera tan furiosa con él, seguramente tendría miedo.

      Él, espléndidamente desnudo, se acercó a ella, se detuvo a medio metro y cruzó los brazos con los dientes apretados.

      –Te cuidado con lo que me dices. Es posible que sea tu amante, pero no tienes permiso para insultarme.

      –¿Por qué? ¿Porque eres un príncipe? –ella apretó la toalla y la ropa con más fuerza todavía, como si así fuera a evitar que se le saliera el corazón del pecho–. Estás a punto de comprometerte con otra mujer y no quiero saber nada del asunto.

      Benedict, el labrador negro de Helios, captó el ambiente y también se acercó a ella, se sentó a su lado con la lengua fuera y dirigió lo que le pareció una mirada de censura a su dueño.

      Helios también lo notó, acarició la cabeza de Benedict y esbozó una sonrisa mientras miraba a Amy.

      –No seas melodramática. Ya sé que estás en el período premenstrual y que eso hace que estés más sensible, pero estás siendo irracional.

      –¿Premenstrual? ¿De verdad has dicho eso? Resulta que me pongo… sensible porque mi amante tiene citas secretas con otras mujeres y está a punto de elegir a una de ellas para que sea su esposa, y todavía espera que le caliente la cama. No te preocupes, dame una palmadita en la cabeza y dime que estoy en mi período premenstrual, date unas palmaditas en la espalda y dite que no has hecho nada mal.

      Ella, demasiado furiosa para seguir mirándolo, giró el pomo de la puerta y la abrió con la cadera.

      –¿Te marchas? ¿Vas a dejarme?

      ¿Lo había preguntado en tono burlón? ¿Le parecía divertido?

      Amy, sin hacerle caso, levantó la cabeza y entró en el pasadizo que la llevaría a su apartamento.

      Una mano inmensa la agarró del brazo y le obligó a darse la vuelta. A pesar de que tenía el corazón encogido y de que sentía náuseas, consiguió hablar con firmeza.

      –Suéltame, hemos terminado.

      –No –le tomó la nuca con la mano mientras le susurraba al oído–. Esta noche, cuando estés abatida, yo estaré pensando en ti, estaré pensando en todas las maneras de tomarte cuando haya terminado el baile. Entonces, acudirás a mí y las pondremos en práctica.

      Aunque se había encomendado a todos los dioses que conocía, su cuerpo reaccionó a sus palabras y a su cercanía como reaccionaba siempre. Con Helios, era como una niña hambrienta a la que, por fin, dejaban que comiera lo que quisiera. Lo anhelaba. Lo había anhelado desde que lo conoció, hacía tres meses, y el deseo no había decaído lo más mínimo.

      Sin embargo, había llegado el momento de dominar ese anhelo.

      Le puso una mano en al granítico pecho, contuvo las ganas de acariciarle el vello oscuro que lo cubría e hizo un esfuerzo para mirarlo a los ojos, que todavía tenían un brillo burlón.

      –Que lo pases muy bien esta noche. Intenta no derramar vino sobre el vestido de ninguna de tus princesas.

      Su risa sarcástica la siguió por todo el pasadizo que la llevaba a su refugio, a su apartamento.

      Cuando llegó al apartamento, grande en comparación con su

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