En el ardor. Мишель Смарт

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En el ardor - Мишель Смарт Miniserie Bianca

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obras al museo del palacio. Ella, durante aquellos días en la isla, se hizo amiga de Pedro, el director del museo. Él, aunque ella no lo hubiera sabido en su momento, se había quedado impresionado por sus conocimientos sobre Agon y, sobre todo, por su tesis doctoral sobre el arte minoico y su influencia en la cultura de Agon. Pedro había sido quien la había propuesto para que organizara la exposición del aniversario.

      Esa propuesta había sido como un sueño hecho realidad y un honor inmenso para alguien con tan poca experiencia. Amy, que solo tenía veintisiete años, compensaba con entusiasmo la experiencia que no tenía.

      También aprendió, cuando tenía diez años, que la familia feliz y perfecta que le había parecido lo natural no era como le habían hecho creer. Ella tampoco era lo que le habían hecho creer. Su padre era su padre biológico, pero sus hermanos solo eran medio hermanos. La mujer que le había dado a luz era de la isla de Agon, y la mitad de su ADN era… agonita.

      Desde que se enteró, para su asombro, le había fascinado todo lo relacionado con Agon. Había devorado libros sobre su pasado minoico y su transición a la democracia. Se había apasionado con las historias sobre las guerras y lo vehemente y belicoso que era su pueblo. Había estudiado los mapas, se había fijado tanto en las montañas, en las playas y en los mares que conocía tan bien su geografía como la de su propio pueblo.

      Agon se había convertido en una obsesión.

      La historia de ella estaba en la historia de Agon y también lo estaba la clave para entender quién era ella de verdad. Jamás podría haberse imaginado que tendría la oportunidad de pasar allí nueve meses en comisión de servicios. Era como si el destino estuviera dándole el empujoncito que necesitaba para que encontrara a su madre. La mujer que le había dado a luz estaba allí, en esa isla de medio millón de habitantes.

      Había estado pensando en ella durante diecisiete años y no había dejado de preguntarse si se parecería a ella, si tendría su misma voz, si se arrepentía de algo… ¿Se avergonzaba de lo que había hecho? Seguro que sí. ¿Cómo iba a ser posible que alguien hiciera lo que había hecho Neysa Soukis y no estuviera avergonzada?

      La había encontrado enseguida, pero ¿cómo iba a presentarse a ella? Esa había sido la gran pregunta. No podía aparecer un día en su puerta porque, seguramente, se la cerraría en las narices y no conseguiría las respuestas que quería conseguir. Había pensado en escribirle una carta, pero tampoco había sabido qué decirle. «¿Se acordaba de ella? La había llevado nueve meses dentro y luego se había desentendido de ella. ¿Podía, por casualidad, decirle el motivo?».

      Las redes sociales, gracias a Greta, habían resultado fructíferas. Neysa no las usaba, pero ella había encontrado a un medio hermano. Habían establecido una comunicación incipiente y había esperado que él llegara a ser un puente entre ellas.

      –¿Has organizado el transporte para el viernes? –le preguntó Helios con una mirada sombría y los sensuales labios apretados.

      –Sí, todo está organizado –le repitió ella con una punzada que le atravesaba por dentro al darse cuenta de que esos labios no volverían a besarla–. Vamos por delante de lo previsto.

      –¿Estás segura de que la exposición estará organizada cuando llegue la gala?

      Él lo preguntó en un tono despreocupado, pero se traslucía algo implacable y un escepticismo que no le había transmitido antes.

      –Sí.

      Amy apretó los dientes para contener el dolor y la rabia.

      Estaba castigándola. Debería haber contestado a alguna de sus llamadas. Había tomado el camino de los cobardes, se había escapado del palacio con la esperanza de que, después de unos días alejada de él, reuniría la fuerza que necesitaba para resistirse. La mejor manera, la única manera de dejar de anhelarlo era pasar el síndrome de abstinencia como pudiera. Tenía que resistirse a él, no podía ser la… otra.

      Aun así, no podía haber llegado a imaginarse que le dolería físicamente volver a verlo…, y le dolía atrozmente.

      Helios la había entrevistado antes de que la contrataran. La exposición del aniversario era su prioridad absoluta y había querido cerciorarse de que el organizador fuese el que tenía más afinidad con la isla.

      Afortunadamente, Pedro y él habían estado de acuerdo en que ella era la mejor candidata. Unos meses más tarde, cuando yacían saciados el uno en brazos del otro, le había dicho que le había convencido por su pasión y entusiasmo, que había sabido que se entregaría a la tarea como se merecía.

      Conocer a Helios… No había sido como se había imaginado, no había sido, ni mucho menos, el príncipe estirado, pedante y engreído que se había esperado.

      La atracción había sido inmediata, como una reacción química que no había podido controlar. La había sorprendido con la guardia baja, aunque no se había hecho ninguna ilusión. Era un príncipe, pero, además, era poderoso y desmesuradamente apuesto. No había pensado que esa atracción podía ser recíproca ni en su sueño más disparatado, pero lo había sido.

      Él había participado en la exposición más de lo que ella había previsto y se había visto muchas veces trabajando sola con él, y aquel fuego anhelante que la había abrasado por dentro había ido creciendo sin que ella hubiese sabido qué hacer.

      Las aventuras en el lugar de trabajo eran el pan nuestro de cada día incluso en el erudito mundo de las antigüedades, pero a ella no le habían tentado nunca. Su trabajo le gustaba tanto que la absorbía por completo. Su trabajo le daba un objetivo y una razón de ser. Trabajar con objetos antiguos, ver cómo habían evolucionado las técnicas y las costumbres, le demostraban que el pasado no tenía por qué ser el futuro. Lo que había hecho su madre natural no tenía por qué condicionarla, aunque notaba que su comportamiento era como un estigma invisible que llevaba con ella.

      Jamás se había planteado la posibilidad de tener una relación que pudiera significar algo de verdad. ¿Cómo iba a comprometerse con alguien si no sabía quién era ella? Por eso, no era de extrañar que sus sentimientos se hubiesen trastornado al sentir una atracción así por un hombre que era su jefe y que, además, daba la casualidad de que era un príncipe.

      Helios no tenía esas inhibiciones.

      La había desnudado mil veces con la mirada y mucho antes de que le hubiera puesto un dedo encima.

      Hasta que una tarde, a última hora, cuando estaban hablando en la sala más pequeña de la exposición, ella en un extremo y él en el contrario, pasó en una décima de segundo de estar inmóvil a moverse, a llegar hasta ella con cuatro zancadas y a tomarla entre los brazos.

      Eso fue todo. Ella había estado a su disposición y él a la de ella.

      Los tres meses que habían pasado juntos habían sido un sueño. Su relación había sido físicamente intensa, pero también sorprendentemente natural. No había habido ni expectativas ni inhibiciones, solo pasión.

      Debería haber sido fácil desligarse.

      Los ojos que la habían desnudado miles de veces se dirigieron hacia Pedro para indicarle que podía pasar a hablar de los asuntos generales del museo. Estaba organizándose una exposición muy especial, pero, aun así, el museo en general tenía que seguir manteniendo el elevado nivel de siempre.

      El humor de Helios, que solía ser agradable, estaba alterando a todos y Pedro, claramente nervioso,

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