Ave Fénix rumbo a Wall Street. Yolanda Veguilla Dávalos
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Aquel coche voló literalmente. Aquel espectacular ascenso de un coche oficial hasta una terraza no se había visto nunca antes ni en ninguna película de acción. Fue impactante para la sociedad española.
Tras la muerte del caudillo se produjo la transición española. Fue un periodo en el que se llevó a cabo el proceso en el que el país dejó atrás el régimen dictatorial del general Francisco Franco y pasó a regirse por una constitución, que restauraba la España democrática y que constituía la primera etapa del reinado de Juan Carlos I, designado seis años antes por Franco como su sucesor «a título de rey». Adolfo Suárez, como presidente del Gobierno, sería el encargado de entablar las conversaciones con los principales líderes de los diferentes partidos para instaurar un régimen democrático en España. El 9 de abril de 1977, Adolfo Suárez, en un paso de gigante en el proceso de democratización que había iniciado meses antes, había legalizado el Partido Comunista.
Así fue como mi abuelo me llevó a mi primer mitin político, el 13 de mayo de 1977 en Sevilla (40.000 personas). Allí estaba Santiago Carrillo y lo que le importaba en aquel momento: la consolidación de la democracia y mostrar al PCE (partido comunista español) como democrático, nacional y reconciliador. Disfruté sentada a hombros de mi abuelo, con mi puño derecho levantado y gritando a destajo una y otra vez, como si la vida se me fuera en ello: «Así se ve la fuerza del PCE». Parecía un lorillo, repitiendo una y otra vez lo que oía decir a la multitud sin entender nada de política. Más tarde, con los años, tuve mis diferencias políticas conmigo misma y fui saltando en mi voto de un partido político a otro, determinando en cada momento qué sería más acertado en esa ocasión para España.
Con diez años de edad ya estaba bien aleccionada en política, pero aún no tenía claro el camino a seguir. Nunca fui amiga de discutir de política porque, con mi mayoría de edad, a mis amigos los apreciaba por lo que significaban para mí como personas, sin tener en cuenta a qué partido político votaban. Y así tenía tanto conocidos que se confesaban revolucionarios comunistas, danzaban pintando fachadas con mensajes antifascistas, repartiendo propaganda y pegando carteles comunistas antes de elecciones, como otros amigos, los que asistían los domingos a la iglesia y en Nochebuena no se perdían la misa del gallo, les gustaba vestir de chaqueta y eran seguidores de tradiciones tan nuestras como la Semana Santa de Sevilla o la romería del Rocío.
1981
El 23 de febrero de 1981 se produjo el intento fallido de golpe de Estado por algunos militares españoles. Comenzaron con el asalto al Palacio de las Cortes por un conjunto de guardias civiles, dirigidos por el teniente coronel Antonio Tejero.
Este intento de golpe de Estado venía perpetrándose desde hacía tiempo. Había una tensión permanente en el Gobierno de Adolfo Suárez, que no lograba contener los problemas derivados de la crisis económica, agravados por el crecimiento de la voluntad golpista en sectores del Ejército y de la extrema derecha. Este hecho, junto con las dificultades para articular una nueva organización territorial del Estado, las acciones terroristas protagonizadas por ETA y la resistencia de ciertos sectores del Ejército a aceptar un sistema democrático, sumió a España en una profunda crisis.
Pronto se entrevió la debilidad creciente de Suárez dentro del propio partido, lo que propició su dimisión como presidente del Gobierno y UCD (Unión de Centro Democrático). Se inició el proceso de sustitución de Suárez y, tras una ronda de contactos con los líderes de los partidos políticos, el rey, Juan Carlos I, designó a Leopoldo Calvo Sotelo como candidato a la presidencia del Gobierno el 10 de febrero de 1981.
La segunda votación nominal para la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo como presidente del Gobierno dio comienzo a las seis en punto de la tarde del 23 de febrero de 1981. El primer diputado en emitir su voto fue José Manuel García Margallo, a las 18:23 horas, y tras él el diputado socialista Manuel Núñez Encabo. En ese momento se inició la Operación Duque de Ahumada, en referencia al fundador de la Guardia Civil. Doscientos guardias civiles irrumpieron en el hemiciclo del Congreso de los Diputados, encabezados por Antonio Tejero, quien gritó desde la tribuna la famosa e histórica frase: «¡Quieto todo el mundo!» y ordenó a todos tirarse al suelo.
El teniente general del ejército de tierra Gutiérrez Mellado se puso en pie y, dirigiéndose a Tejero, le ordenó que se pusiera firme y le entregase el arma. Tras un momentáneo forcejeo, Tejero disparó al aire y fue seguido de una ráfaga de subfusiles de los asaltantes.
Gutiérrez Mellado ni se inmutó con el sonido de las armas, mientras que el resto de diputados obedecía las órdenes de Tejero. Tanto el diputado Santiago Carrillo como el presidente Suárez permanecieron sentados en sus escaños. Tejero, al ver la fortaleza de Gutiérrez Mellado, lo zarandeó y golpeó por la espalda, sin conseguir que cayera al suelo. Gutiérrez Mellado, como una lanza, se mantuvo en pie y volvió a su escaño.
A las 19:40 horas el presidente Suárez fue expulsado del hemiciclo por Tejero y a las 20:00 horas otros cinco diputados fueron separados del resto: el vicepresidente del Gobierno, teniente general Gutiérrez Mellado; el líder de la oposición socialista, Felipe González; el segundo de la lista del PSOE, Alfonso Guerra; el líder del Partido Comunista, Santiago Carrillo; y el ministro de Defensa, Agustín Rodríguez Sahagún.
Un operador de Televisión Española estuvo grabando el momento en directo, pero las imágenes no fueron transmitidas en directo. Estas tomas fueron transmitidas en diferido y se esperó hasta el total desalojo del Congreso para emitirlas en Televisión Española y más tarde al resto del mundo aportando la noticia.
Técnicos y cronistas de la Cadena Ser relataron el asalto desde el interior del Congreso y dejaron micrófonos conectados grabando el sonido ambiente.
Yo recuerdo aquella noche como «la noche de los transistores». Todos los españoles tenían la oreja pegada a la radio, con la tensión recorriéndoles de pies a cabeza por el miedo a un futuro inseguro e impreciso. Pasea por mi mente la imagen de mi madre nerviosa y con miedo y mi padre callado, mudo.
Todo era temor; para muchos sonaban alarmas del pasado. Se olía el desasosiego en el ambiente. Toda España lloró el intento fallido de golpe de Estado. Yo tenía trece años de edad y también lloré, aunque sin conocimiento de causa, sin ser realmente consciente de la gravedad de lo que estaba sucediendo. Recuerdo que al día siguiente no fuimos al colegio ni mis hermanos ni yo. Algo muy desagradable tenía que estar ocurriendo en España para que mi madre aprobara la decisión de mi padre de que no asistiéramos al colegio.
Poco después del intento fallido de golpe de Estado, cuando las aguas volvieron a su cauce, mis padres intentaron mudarse a las afueras de Sevilla porque ya éramos cinco hermanos y no había espacio en aquel minúsculo piso de la tercera planta del barrio del Cerro del Águila. Todo el dinero que mi padre ahorraba era para la compra de una casita unifamiliar en Dos Hermanas, un pueblo o ciudad dormitorio en la periferia de Sevilla, que por aquella época estaba en expansión. Se pusieron de moda las urbanizaciones de viviendas unifamiliares pareadas con jardín propio exterior y todo el mundo quería ser propietario de una de ellas, todos los ahorros eran invertidos en la nueva vivienda, así que tuve que comenzar a confeccionar y coserme mi propia ropa porque en casa no había dinero suficiente para comprar ropa confeccionada. En mi caso