Los derechos humanos en las ciencias sociales. Karina Ansolabehere

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del desarrollo de los derechos humanos en el mundo. Muestra que las hipótesis sobre los regímenes internacionales de derechos humanos generadas desde las distintas corrientes de la teoría de Relaciones Internacionales son (en mayor o menor medida) atractivas y plausibles. Concluye que la investigación empírica existente no nos permite otorgar supremacía o prioridad analítica a ninguna corriente en particular y subraya, en este sentido, la necesidad de continuar desarrollando proyectos de investigación sobre los derechos humanos en el ámbito internacional desde la perspectiva disciplinar de las Relaciones Internacionales.

      Teorías de Relaciones Internacionales

      La disciplina de las Relaciones Internacionales se ha caracterizado por un permanente debate entre distintos acercamientos teóricos que reclaman para sí la supremacía, o al menos la prioridad analítica, a fin de explicar el comportamiento de los Estados y los resultados de su interacción en el ámbito internacional (Walt, 1998; Snyder, 2004; Brown, 1997; Viotti y Kauppi, 1999). Como comprenderá el lector, el objetivo aquí no es abordar los detalles de la discusión teórica en cuestión, ni argumentar a favor o en contra de los distintos acercamientos en contienda. Simplemente, en esta sección se ofrecerá un bosquejo introductorio de cuatro de las “escuelas” de teoría de Relaciones Internacionales más influyentes —el realismo, el institucionalismo, la teoría liberal de las preferencias y el constructivismo— para enmarcar la reflexión de las siguientes secciones dentro del ámbito más amplio de los principales debates disciplinares.

      El realismo ha sido la tradición o escuela teórica con mayor influencia en las Relaciones Internacionales en el periodo posterior al fin de la Segunda Guerra Mundial. En gran medida, el desarrollo teórico de la disciplina durante las últimas seis décadas se ha dado como reacción a los principales argumentos de los autores realistas. El realismo gira alrededor de dos nociones centrales, sobre las cuales recae todo su poder explicativo: el interés nacional, definido en términos de poder relativo, y la distribución de poder en el sistema internacional. El realismo plantea, por un lado, que la estructura anárquica del sistema internacional impone sobre los Estados —los únicos actores que realmente importan en la política internacional— el imperativo de prepararse para asegurar su supervivencia. Asimismo, ante la inexistencia de un gobierno o autoridad central a nivel internacional, estos esfuerzos por sobrevivir se dan en un marco de autoayuda (self-help) en el que cada Estado tiene que ver por su propia seguridad, en una competencia directa e inevitable por las capacidades materiales (el poder) necesarias para ello. El realismo concluye, entonces, que el comportamiento de los Estados en la esfera internacional se define con base en el interés nodal de cada uno de ellos de maximizar su poder relativo; es decir, el diferencial entre su poder y el de los demás. Por el otro lado, el realismo subraya la importancia causal de la distribución de poder en el sistema, concluyendo que los resultados de la interacción entre los Estados se determinan sobre la base de los intereses de la(s) potencia(s) hegemónica(s) del momento (Waltz, 1979; Waltz, 2000; Mearsheimer, 1994-1995; Weber, 2005: 12-23; Walt, 1998; Snyder, 2004).

      El institucionalismo (tradicionalmente llamado institucionalismo “neoliberal”)7 fue la primera corriente teórica en plantear un reto fuerte al realismo. A diferencia de las otras corrientes teóricas presentadas en esta sección, el institucionalismo tiene la característica de haber sido originalmente moldeado alrededor de preguntas relativas a regímenes internacionales (particularmente relativos a bienes materiales, como el comercio, los energéticos o las finanzas internacionales). Los autores de esta corriente teórica parten de entender a los Estados como actores autointeresados, racionales y (en un contexto de anarquía) desconfiados entre sí. Sin embargo, la cooperación es posible porque los Estados entienden que hay ciertos bienes (comunes) que solamente pueden generarse cooperando. Siguiendo su propio interés y haciendo cálculos de costo/beneficio, los Estados optan por establecer instituciones o regímenes internacionales porque estos pueden cumplir con la muy importante función de hacer posible la generación de aquellos bienes comunes que no podrían obtenerse actuando de manera descoordinada o sin cooperación. Para ello, los regímenes internacionales tienen, a su vez, la función principal de eliminar o atemperar la desconfianza natural que tienen los Estados respecto al cumplimiento de acuerdos de cooperación. ¿Cómo logran esto los regímenes internacionales? De acuerdo al institucionalismo, generando y distribuyendo información de manera simétrica entre los Estados sobre el (in)cumplimiento de los acuerdos. Al contar con información confiable y suficiente, los Estados participantes en un acuerdo pueden premiar a los que cumplen y castigar a los que no. Por otro lado, con base en la información que generan y distribuyen, los regímenes internacionales también construyen reputaciones: el Estado X es un socio confiable, que acostumbra cumplir, el Estado Z no es confiable, pues suele no cumplir. Estas reputaciones son fundamentales para futuros esfuerzos de cooperación, pues con base en estas los Estados deciden con quién es racional cooperar. Las reputaciones, finalmente, “viajan” a través de áreas temáticas: un Estado que ha demostrado ser confiable en materia de comercio, por ejemplo, muy probablemente también es confiable en materia financiera… y viceversa. En suma, según el institucionalismo, los regímenes internacionales cumplen la muy importante función de eliminar, o al menos atemperar, las fuentes de la desconfianza “natural” de los Estados respecto de la toma de acuerdos. De esta manera, los regímenes hacen posible la cooperación, necesaria a su vez para la generación de ciertos bienes comunes (Keohane, 1984; Hansenclever et al., 1997: 23-44).

      La teoría liberal de las preferencias, por otro lado, ha reclamado más recientemente un lugar entre los principales contendientes teóricos en Relaciones Internacionales (Moravcsik, 1997). Su principal proponente, Andrew Moravcsik, plantea que los actores fundamentales en la política internacional son individuos y grupos societales (al interior de cada Estado), los cuales tienen intereses económico-comerciales, así como ideas determinadas (sobre los arreglos justos o legítimos de organización socioeconómica en la esfera de lo público). Los Estados, a su vez, definen sus preferencias en materia de política internacional con base en los intereses y las ideas de los individuos o grupos societales que están mejor representados políticamente. En este sentido, las características del sistema de representación de cada estado (particularmente sus sesgos de representación) son un elemento explicativo central. Finalmente, Moravcsik plantea que la configuración última de preferencias estatales es interdependiente; es decir, cada Estado busca conseguir o alcanzar sus preferencias bajo los límites que imponen las preferencias de otros estados. Es importante subrayar que, una vez definidas las preferencias del Estado, este buscará maximizar su consecución. En este sentido, este acercamiento coincide con el realismo y el institucionalismo al entender al Estado como un actor racional, que haciendo cálculos de costo/beneficio busca siempre maximizar su “función de utilidad” (Moravcsik, 1997: 516-521).

      El acercamiento teórico más “joven” en Relaciones Internacionales es el llamado constructivismo. Desarrollado con base en una adecuación de teorías sociológicas, el constructivismo en Relaciones Internacionales subraya el papel de la “identidad” (estatal) y las normas internacionales en la determinación del comportamiento estatal en la esfera internacional. Las identidades y las normas son mutuamente constitutivas, y son resultado de procesos históricos de interacción (política y comunicativa) entre sujetos o actores. En este sentido, el contexto social internacional (el marco de identidades y normas o, en otras palabras, la estructura de significados intersubjetivos) en el que se desenvuelven y actúan los Estados debe ser tomado en serio en cualquier intento por explicar (o interpretar) el comportamiento estatal y los resultados de la interacción entre actores en la política internacional (Wendt, 1992; Hopf, 1998; Checkel, 1998; Finnemore y Sikkink, 2001). El mecanismo causal central para el constructivismo es “la lógica de lo apropiado” o de la conformidad social: los sujetos actúan no solamente sobre la base de cálculos costo/beneficio (en busca de intereses materiales) sino también de acuerdo con lo que se espera de ellos (lo que es apropiado), dada su identidad y las normas existentes. En este sentido, más que actores racionales, para el constructivismo los Estados son seguidores de roles de identidad. En muchas ocasiones, a fin de que esta lógica de lo apropiado se ponga en funcionamiento, es necesario

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