¡Viva la libertad!. Alexandre Jollien
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу ¡Viva la libertad! - Alexandre Jollien страница 12
Christophe: Hay que retener en el espíritu la idea de que nuestros esfuerzos van a prolongarse necesariamente durante un tiempo, puesto que vamos a reconfigurar nuestros circuitos cerebrales. Cuando uno quiere liberarse de sus dependencias, la dificultad a la que se enfrenta está en que debe luchar contra mecanismos muy arraigados. A los progresos siguen regularmente recaídas o regresiones, que es fundamental no interpretar como pruebas de inaptitud al cambio, sino como la mera señal de que uno ha tropezado en el camino y debe «simplemente» reanudar la marcha.
Este modelo de cambio psicológico no está aún instalado en nuestro espíritu, nada más: aún seguimos en el modelo de la transformación mediante un clic, como si todo se arreglara una vez se ha comprendido la situación, cuando en realidad el cambio se efectúa a través de un nuevo aprendizaje que contrarresta el primero, o bien gracias al aprendizaje de nuevas capacidades. Es vital transmitir este mensaje: la gran mayoría de los cambios psicológicos que se producen en nuestra mente (en el 90 % de los casos o más), son fruto de nuestro esfuerzo, un esfuerzo regular, paciente y constante. El modelo cinematográfico —comprendo algo y ¡pum!, por virtud un sobresalto salvador, el cambio sobreviene para siempre jamás— es más sexy, pero mucho menos realista.
Matthieu: Saber que nuestro sufrimiento procede de las huellas que han dejado en nuestro cerebro nuestros malos hábitos nos muestra también que nada de ello está grabado en la piedra, y que el proceso es reversible.
Christophe: Dicho esto, también me consta que es tremendamente complicado salir de estas situaciones. Sabemos que no cabe esperar resultados inmediatos, que hay que embarcarse con confianza, decirse a uno mismo: «Haz todos estos pequeños esfuerzos, y lo lograrás». Pero uno no sabe cuándo va a funcionar. Y mientras tanto, se sufre. Este es el motivo por el que lo más fácil resulta muchas veces abandonarse a aquello a lo que se está enganchado. Están las dependencias a determinadas sustancias, pero también hay personas que se enganchan a la queja y a los pensamientos recurrentes. Es tentador lamentarse, considerarse un desdichado, una persona sin suerte. Paradójicamente, es una solución que uno adopta para dejar de esforzarse, aunque sea sin darse cuenta. Hasta el extremo de convertirse en un experto de la queja. Es fácil dejarse arrastrar hacia esta pendiente, lo sé muy bien: estoy bastante dotado para este deporte, ¡aunque hoy procuro con esfuerzo no volver a practicarlo!
Matthieu: Es lo que Eckhart Tolle llama «cuerpo de dolor». Cuando el ego fracasa en su anhelo de triunfo, se reconfigura una identidad convirtiéndose en víctima. Esta permuta cristaliza así en una nueva forma de existencia y de distinción entre el «yo» y «el otro». Se dice a sí mismo: «Todo el mundo está contra mí», y se construye de este modo un «nido» en el que poder atrincherarse, una identidad a la que poder volver a aferrarse.
EL PUNTO DE INFLEXIÓN
Matthieu: Se da sin embargo otra situación fascinante y que no resulta fácil de comprender. Algunas personas atestiguan que, después de haber intentado muchas veces salir de su estado de dependencia, se ha producido en ellas, en determinado momento, un punto de inflexión. Se han liberado de golpe, de una vez por todas. Seguirán siendo toda su vida vulnerables a la droga o al alcohol, eso lo saben, pero no vuelven a tocarlo nunca más. Son personas que se la juegan a todo o nada. Tienen que dejarlo por completo, porque, en cuanto volvieran a caer una vez, sería como la piedra de Sísifo. Una amiga me contó que, en cierto momento de su vida, se volvió alcohólica buscando aliviar sus crisis de ansiedad y su agorafobia cotidianas. «Yo ya sabía que el alcohol no solucionaba nada», me dijo, «pero me proporcionaba una pausa gracias a los momentos de euforia y de olvido que obtenía de él, más que con los tranquilizantes. Sin embargo, solo servía para rebajar mi nivel de ansiedad unas horas, porque a la mañana siguiente ahí estaba de vuelta, fiel en su puesto, y por si fuera poco, venía acompañada de todos los trastornos físicos propios del alcohol, que mi cuerpo no soportaba. Con el paso de los años, me iba deteriorando, y mentía, y sobre todo, sentía una vergüenza terrible. Una noche, me “vi”. Comprendí con toda crudeza que estaba perdiendo a mi marido, a mi familia, a mis amigas más queridas, mi trabajo. Y a mí misma. Aquella noche decidí no volver a beber ni una gota de alcohol nunca más. Fue algo racional y emocional a la vez; una “visión” clara y poderosa de la realidad; un rayo que me sacudió profundamente, como si pudiera ver el pasado, el presente y el futuro al mismo tiempo, junto con aquello que me esperaba si persistía en mi decadencia. Me he mantenido firme, aunque no ha sido fácil. La ansiedad se intensificó, naturalmente, pero peleé con las manos desnudas, sin paliativos ni placebos. Esta experiencia me ha ayudado en cualquier otro tipo de tentación. Hace ya más de veinte años que soy abstemia. Ahora, puede haber encima de la mesa todos los licores del mundo, que ya no me tientan. Mejor aún, me resultan sencillamente indiferentes».
Alexandre: En el zen, las preferencias entre el método gradual y el cambio súbito están muy repartidas. Para los partidarios de la primera opción, el Despertar se produce progresivamente, mientras que para los defensores de la segunda, sobreviene de golpe. ¿Por qué absolutizar a cualquier precio, sostener un discurso universal, cuando cada cual está llamado a inaugurar una vía, a salir adelante con los medios de que dispone? Decirle a alguien cuya dependencia se ha apoderado de él como una gangrena que abandone de un día para otro sus hábitos, su modo de vida, puede tener un efecto totalmente contraproducente; puede aumentar su sentimiento de privación y crearle un pánico infernal. El desafío estriba en preguntarse por aquello en concreto que pueda ayudarme aquí y ahora a dar un paso decidido hacia la sanación completa, a abandonar una a una las esclavitudes.
Christophe: Es complicado y peligroso lanzar ultimátums a las personas. Pienso que esto solo funciona cuando uno se lo dirige a sí mismo.
Se dice a veces que para cambiar hay que haber tocado fondo, no por el placer de tocar fondo y lastimarse, sino porque en esas situaciones de dependencia extrema, nuestra vida se ha vuelto tan vacía y desierta, que es posible que estemos muy receptivos ante un acontecimiento, aunque sea simple y banal, que nos abra los ojos por la fuerza y produzca en nuestro cerebro un estado de vigilia particular. Así como hay estados de vigilia para la gracia, también los hay para el sufrimiento, para la aflicción, ya sea propia o ajena. Y tales estados no son tan solo constataciones intelectuales. Cuando eres dependiente, y lo eres todos los días, eres consciente de tu decadencia, de tu debilidad, de la estupidez de esa opción que has tomado. En general, lo haces a un nivel intelectual, sabiendo en el fondo de ti mismo que vas a volver a caer; pero puede haber momentos de revelación, y en esos instantes, se da de repente como un resplandor cerebral, una conmoción completa, que afecta tanto a la mente como al cuerpo.
Matthieu: Por lo que he entendido, nuestros puntos de vista y nuestras decisiones son resultado de un estado de coherencia entre diferentes zonas del cerebro. Pero esta coherencia es un estado dinámico susceptible de reconfigurarse súbitamente, dando lugar a un nuevo estado, que representa un equilibrio diferente al precedente. Estos estados resultan de la interacción de zonas cerebrales asociadas a las emociones principales —atracción, repulsión, placer, desagrado, miedo, aversión, etc.—, así como de otras zonas implicadas en la regulación de estas emociones, el córtex prefrontal principalmente.
Christophe: Lo que sugiere esa concepción es que, efectivamente, ese tipo de cambio sobreviene de manera repentina y global. Cuando sobreviene. No recuerdo quién decía un día: hay