¡Viva la libertad!. Alexandre Jollien
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El sabio es, pues, como una especie de polo magnético que actúa sobre la brújula de aquellos que se le acercan. En ausencia del polo, nuestra brújula se trastoca. El viajero que no tiene un punto de referencia se siente impotente y se desalienta. Pero, en cuanto el polo aparece, la brújula se orienta hacia el norte, y el que se sentía perdido sabe qué dirección tomar, lo cual da sentido a cada uno de sus pasos.
La discordancia cognitiva nos infunde inseguridad con respecto a nuestros valores, a aquello que nos parece justo, cosa que inevitablemente genera un sentimiento de malestar. Es deseable, por tanto, emprender acciones que nos lleven a sentirnos en acuerdo con nosotros mismos. Es un proceso que exige esfuerzo, pero este esfuerzo se ve fomentado por el entusiasmo al contemplar los beneficios que se encuentran al final del camino. Sabiendo que siempre hay una posibilidad de cambio, hay que favorecer las causas y las condiciones susceptibles de hacer que la situación evolucione a mejor.
La acrasía supone, pues, renunciar a la idea de realizar un esfuerzo continuado para transformarnos. Las dudas que sentimos ante el cambio tienen que ver también con el hecho de que no estamos seguros de que el resultado sea benéfico. Uno piensa: «Bueno, casi prefiero ir tirando, porque aunque la situación no sea la ideal, también podría ser peor. ¿Quién sabe lo que podría acarrear un cambio?». No pocas personas aborrecen la idea de trabajar en ellas. Prefieren improvisar día a día.
Alexandre: ¡Genial, la imagen del tablón deformado! Edificante. Porque, así como hace falta tiempo para quedar atrapado en malos hábitos y para contraer feas dobleces, la cuesta no se remonta de la noche a la mañana. Para ello se necesita una paciencia infinita.
Spinoza nos recuerda que el ser humano no es un imperio dentro de otro imperio. Insertos en la naturaleza, rodeados de unas circunstancias que no necesariamente hemos elegido, es innegable que no poseemos plenos poderes. Una primera etapa consiste en identificar las pasiones tristes, las fuerzas que nos determinan, nuestros actos reflejos, los condicionantes que pesan sobre el curso de nuestra vida. Así pues, con benevolencia infinita, fijémonos en las zonas de nuestra vida donde somos más frágiles, para dedicarles una atención vigilante. La comida, el alcohol, la sensualidad, el sexo, el afán de reconocimiento: ¿a qué nos sentimos invitados a actuar para mejorar, para ser más libres, más ligeros; para estar menos centrados en nosotros mismos?
Para no venirnos abajo durante el viaje, hay que conocer los recursos que nos ayudan a mantener la velocidad de crucero en pos de la paz. Deberíamos escuchar las cosas que suceden en nuestro interior como a un buen mecánico: hay que aceptar los hechos como son y evitar conjurar al ejército de juicios críticos generadores de culpabilidad. ¿Qué es esto que me está sucediendo? ¿Cuáles son las grandes tareas de mi existencia? ¿Qué consistencia tiene esta tempestad que se está formando sobre mí, en este instante? Las tradiciones orientales nos aconsejan adoptar la posición de testigo. Tenemos que reducir la velocidad, con urgencia, darnos tiempo, contemplar el campo de batalla sin querer intervenir a cualquier precio. Es un caos, sí, pero ¿qué problema hay? Me invade la confusión, pero ¿por qué abandonar la confianza, la fe? La vida gana terreno, y el desafío está en no hacer un drama cuando el entorno se tambalea.
Spinoza, como médico genial, nos ofrece una herramienta de las más poderosas: identificar aquello que nos proporciona auténtica alegría. Esta gaya ciencia, el arte de hallar gozo en lo más hondo de las profundidades, sean cuales sean las circunstancias, constituye el viático de todo camino espiritual. Despeja el horizonte, nos permite estar disponibles para el gran viaje. Batirse contra las acrasías no se reduce a un asunto de voluntad ni de autocontrol. Si de la noche a la mañana nos ceñimos a resistir a las tentaciones, el día a día puede volvérsenos agrio. De ahí la necesidad de dejar que la vida circule, de intentar seguir una ascesis alegre, ligera. Spinoza tiene cien veces razón: no buscamos tanto la privación que conduce al desapego, cuanto la alegría que desemboca en la libertad. Sí, solo un corazón ligero, juguetón, risueño, generoso, puede renunciar alegremente a las migajas de bienestar, a las dosis recurrentes de olvido de sí, y recolectar felicidad más allá de toda mistificación.
Para salir airoso en el empeño, existe una buena estrategia: acotar, circunscribir, delimitar los lugares acrásicos. La persona no se reduce a sus combates. Uno puede ser un padre de familia excelente y cruzársele los cables en un momento determinado de la vida. Podemos practicar el altruismo y sin embargo continuar siendo hipersensibles al roce como un gran quemado: frágiles, vulnerables, inermes. La amabilidad para con uno mismo no es solo un bálsamo lenitivo, sino un tonificante que favorece la perseverancia y nos ayuda a sacar la cabeza del agua.
«NO ES POSIBLE CAMBIAR»: ¡OTRA IDEA FALSA!
Matthieu: Hay quienes afirman que, a fin de cuentas, «uno nunca cambia». Desde luego, si seguimos conservando, por no decir reforzando, nuestros hábitos adquiridos, a no ser que se produzca una gran convulsión en nuestra existencia, nuestros rasgos de carácter se mantendrán estables, o en todo caso se agravarán. Por el contrario, si aceptamos que hay cosas que mejorar en nuestra manera de ser y nos aplicamos con decisión a la tarea, es perfectamente posible cambiar, evolucionar.
Hoy en día se sabe que la «neuroplasticidad», es decir, la capacidad del cerebro para modificarse en función de nuestra experiencia, nos permite cambiar, sea cual sea nuestra edad. Esta plasticidad puede actuar provocada por un cambio en las condiciones externas, pero también por el desarrollo de capacidades personales que hasta ese momento habían permanecido en estado latente. Podemos aprender a leer, a hacer malabarismos o a jugar al ajedrez, pero también a cultivar cualidades humanas esenciales, tales como la atención, el equilibrio emocional y la buena voluntad. En cualquier caso, sin entrenamiento, no hay cambio.
No se trata de proponer aquí un manual de «desarrollo personal en cinco apartados y en tres semanas», sino de compartir un cúmulo de conocimientos adquiridos durante dos milenios de indagación sobre el funcionamiento de nuestra mente, corroborados por las ciencias cognitivas y la neurociencia contemporánea.
Por otra parte, la experiencia nos enseña que un buen número de personas que partían de un estado de insatisfacción o de dolor han recorrido el camino que conduce a una mayor libertad interior. La resiliencia, en particular, es una cualidad que se adquiere a través de la experiencia, aunque también cultivándola mediante un entrenamiento mental. Por lo demás, hay sabios que han ido aún más lejos y han llegado a liberarse de cualquier forma de confusión mental; gozan así de una libertad interior irreversible. La fuerza del testimonio muestra que si esta transformación es posible para otros, ¿por qué no tendría que serlo para nosotros?
De modo que es preciso diferenciar entre el pesimista que se dice a sí mismo: «Soy una nulidad, soy incapaz de salir adelante; las cosas son como son, y yo no puedo hacer nada»; y la persona que constata: «Bien, tengo puntos débiles, pero también tengo cualidades, y sobre todo tengo voluntad. Aquí tengo una llaga dolorosa, pero el resto del cuerpo está sano, y si aplico los cuidados debidos sobre esta herida, al final cicatrizará». Más realista que el pesimista inveterado, el optimista sabe que es posible cambiar, que existen todo tipo de oportunidades por aprovechar y multitud de caminos por explorar. El entusiasmo que nace al contemplar los beneficios del cambio puede lograr que salgamos de la acrasía. Para ello, es conveniente definir una serie de tareas precisas, adecuadamente circunscritas, que será más fácil cumplir una por una. Si no, si vemos la tarea en su globalidad, nos arriesgamos a terminar diciéndonos que está por encima de nuestros medios.
Caja de herramientas frente a la acrasía
ALEXANDRE