¡Viva la libertad!. Alexandre Jollien
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— Hay muchas castañas que sacar del fuego, pero nunca está todo perdido… El camino espiritual tiene más de maratón que de esprint. Durante el trayecto, podemos tropezar, caer de bruces. Al emprender el gran viaje, recordemos aquello que nos repone, que nos reconforta, que nos revigoriza. Un maratoniano que se dopara o que se anestesiara no podría aguantar el tipo durante toda la prueba. La sabiduría exige conocer aquello que nos sustenta a fondo. Esta gaya ciencia, este arte de disfrutar sean cuales sean las circunstancias, procede de una alegría incondicional.
— Apartarnos del centro: Acometer frontalmente las luchas interiores es la mejor forma de darse contra una pared. Por eso, la prudencia exige que nos alejemos un poco del centro, que dejemos de instalar los problemas en el corazón de nuestra vida, sin que eso signifique que huyamos de ellos. Cuando me siento mal, por ejemplo, nada me prohíbe buscar a alguien que también esté en lucha contra la acrasía, para darle apoyo, para respaldarle, para escucharle.
MATTHIEU
— El primer paso: La práctica budista recomienda comenzar por identificar los estados mentales y las emociones perturbadoras que más nos afectan, y ante las cuales somos más vulnerables. Acto seguido, hay que buscar los antídotos apropiados y aplicarlos. Igualmente, hay que comprender que aquello que nos atormenta no depende de una sola causa, sino de una multiplicidad de causas y condiciones que actúan de forma interdependiente y que deben ser tomadas en consideración.
— Un paso detrás de otro: Shantideva, el gran maestro budista indio, decía que no hay grandes tareas difíciles que no puedan descomponerse en pequeñas tareas fáciles.
— La motivación: Si entrenar el espíritu por medio de una metodología adecuada permite ser una persona menos irritable, menos nerviosa o menos arrogante, sin duda merece la pena explorar tal posibilidad. Si nos rompemos la pierna, la reeducación exigirá esfuerzo, pero será preferible a caminar con muletas hasta el final de nuestros días. Miremos a nuestro alrededor: centenares de personas lo han conseguido.
CHRISTOPHE
— Elogio de las decisiones: La acrasía se alimenta de la ausencia de proyectos. Por supuesto, la debilidad de la voluntad puede refrenar el proceso de toma de decisiones, puede complicarlo, pero considerar que hay que tomar decisiones ¡ya es un paso provechoso! Los estudios demuestran que un gran número de nuestras resoluciones son útiles: un 40 % siguen en pie al cabo de seis meses, y un 20 %, pasados dos años. Mientras que sin resoluciones, ¡se obtiene un 0 % de resultados!
— Elogio de no juzgar: Simplemente, debemos aceptar que siempre se pierde algo con cada decisión que tomo, sin necesidad de ser agresivos con nosotros mismos, ni desvalorizarnos.
— Elogio del discernimiento: Nos toca a nosotros dilucidar si el problema de la acrasía es pasajero (porque estamos cansados, o demasiado expuestos a ciertas tentaciones), o si se repite (quizá sea entonces que el objetivo es demasiado difícil de alcanzar en el momento presente de nuestra vida, o bien que debemos revisar nuestra manera de abordarlo).
2
LA DEPENDENCIA
Christophe: En términos médicos, ser dependiente significa no poder pasar sin una substancia (alcohol, tabaco, drogas), un vínculo (dependencia afectiva o sexual) o un comportamiento (dependencia con respecto a otras personas, dependencia de la aprobación de los demás). Existen dependencias normales: todos nosotros dependemos del agua, del oxígeno, del sol, de los demás seres humanos, pero de lo que vamos a hablar es de las dependencias que nos causan padecimiento.
Si la dependencia es problemática, es porque genera sufrimiento —a uno mismo y a los demás— y porque tiene un lado incontrolable. Todas las actividades que nos procuran un placer intenso o rápido pueden desembocar en una dependencia: sexualidad, alcohol, comida. Si la dependencia consiste en beber una copa de vino todas las noches, se trata, en último término, de un problema de comportamiento, pero mientras no exista una habituación que nos obligue a aumentar la dosis, con disminución del placer aportado, no es nada patológico. Nos estamos moviendo más bien en el terreno del hábito adquirido, una forma de pequeña dependencia a algo que proporciona alivio o placer, de la que podríamos desprendernos al precio de una simple incomodidad.
La dependencia tóxica reduce considerablemente nuestra libertad: la persona dependiente no vive sino a la espera de la siguiente dosis, y padece un empobrecimiento en su visión de la existencia. Es, a mi modo de ver, la alienación suprema. De la acrasía a la dependencia se da una pérdida suplementaria de libertad. En el caso de la acrasía, uno sabe lo que debería hacer —está dentro de los límites de nuestras capacidades actuales—, solo que no lo consigue de un modo duradero. Por lo que respecta a la dependencia, uno sabe lo que debería hacer, pero le es completamente imposible cumplirlo. A veces, en el fondo de uno mismo, ni siquiera tiene de verdad ganas (todos sabemos que, llegados a este punto, es muy complicado ayudar a las personas dependientes): «Es más fuerte que yo», es la divisa de la persona dependiente.
Matthieu: Podríamos describir la dependencia como una acumulación de descarríos que termina por precipitarnos en el abismo de la adicción. No es ninguna censura, es tan solo una constatación clínica. El trabajo del espíritu consiste, en estos casos, en desprenderse de las cadenas que él mismo se ha forjado. En el cerebro, tanto la dependencia como el entrenamiento del espíritu que ayuda a liberarse de ella, modifican las redes neuronales implicadas en la adicción.
Alexandre: De ahí lo importante que resulta una tremenda dosis de paciencia. Se necesita tiempo para salir del agujero…
LOS MECANISMOS CEREBRALES DE LA DEPENDENCIA
Matthieu: Cuando uno es dependiente, desea algo a su pesar, o incluso continúa deseando aquello que ya no le gusta. Hace algunos años, me impresionaron los descubrimientos de un neurocientífico, Kent Berridge, con quien he coincidido en diferentes ocasiones, en especial con motivo de una de las conferencias organizadas por el Mind and Life Institute. Estuvimos cinco días departiendo acerca de la cuestión del deseo, de la necesidad y de la adicción. En sus estudios, muestra que en el cerebro hay redes neuronales diferentes para aquello que a uno le gusta y para aquello que uno quiere. Cuando a uno le gusta aquello que procura placer —una buena ducha con agua caliente después de un paseo por la nieve, o un plato delicioso, por ejemplo—, no se activan las mismas redes neuronales que cuando uno quiere algo. Además, el placer que experimentamos con ciertas experiencias, a menudo de orden sensorial, es muy volátil. Puede muy pronto transformarse en indiferencia, en desagrado, o incluso en aversión. Un pastelillo de crema es delicioso; cinco provocan náuseas.
Kent Berridge y otros investigadores han demostrado que, a fuerza de repetir experiencias placenteras, se refuerzan las redes cerebrales que nos hacen desear y querer esas experiencias. Pero llega un momento en que ya no se experimenta placer, ya se trate del consumo de una droga, de un placer sensual, o de cualquier otra forma de sensación que al principio fuera placentera. Y sin embargo, uno continúa deseando esa experiencia, una y otra vez. Es más, ese deseo, esa sed, es mucho más estable que las sensaciones placenteras, que son por naturaleza efímeras. De este hecho resulta que los placeres intensos son más raros que los deseos intensos. Cuando el deseo se convierte en algo poderoso y constante, y nos hemos vuelto hipersensibles