El escándalo del millonario. Kat Cantrell

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El escándalo del millonario - Kat Cantrell Miniserie Deseo

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miradas se encontraron y los ojos azules de él le hablaron diciéndole sin palabras que él también la deseaba. ¿Cómo era posible?

      Los hombres no se fijaban en ella. Alex había perfeccionado el arte de estar en segundo plano, pero Phillip siempre le prestaba atención.

      –Alex –murmuró él apretándole la mano–. Tenemos que bailar ya. Si no, puede que suceda algo muy malo.

      –¿El qué? –preguntó ella con curiosidad.

      Él le miraba los labios como si fuera a inclinarse y a besarla en la boca. Lo cual a ella le parecería muy bien. Tal vez él la hiciera retroceder aún más al rincón y la besara como era debido. Sus manos eran suaves y fuertes. Alex había fantaseado con ellas en las largas reuniones que habían mantenido.

      No era delito. El hecho de que no se creyera la fantasía del amor y el idilio no implicaba que le repugnara el sexo.

      Llevaba semanas soñando con besarle, desde el momento en que había entrado en la empresa. La chispa había surgido entre ellos inmediatamente. Y su conexión no solo era física. Él era considerado, elocuente, tenía en cuenta las ideas de ella y demostraba un gran sentido del humor. A ella le gustaba de verdad. La belleza física que acompañaba a su personalidad era un enorme plus.

      –Pues que voy a acompañar a la puerta a todos los invitados y me voy a centrar únicamente en ti.

      Eso sería delicioso. Él conseguía que se sintiera como si fuera la única persona presente en el salón, aunque había casi cien.

      Era una invitación. Y una pregunta. ¿Adónde quería ella que los condujera la noche?

      ¿Adónde quería él?

      ¿Pensaban lo mismo sobre cómo sería su relación laboral después? A fin de cuentas trabajaban juntos. No todo el mundo podía hacerlo y mantener, además, una relación más personal. Era ahí donde el romanticismo lo complicaba todo.

      Una relación resultaba clara y sencilla si uno no se dejaba llevar por los sentimientos. El divorcio de sus padres había sido tan desagradable que le había demostrado que el amor era una de las peores ilusiones que se habían inventado.

      Probablemente debería sondearlo sobre su futura relación antes de pasar a mayores. Además, Phillip había organizado aquella fiesta con un objetivo, que no se cumpliría si echaba a todo el mundo a la calle. Sería terrible que ella lo obligara a darla por concluida antes de tiempo solo porque le daba miedo bailar en público.

      Debía ser valiente.

      –Vamos a bailar.

      –Por aquí, señorita Meer.

      La condujo a la pista y la tomó en sus brazos.

      La dinámica de la multitud cambió inmediatamente, ya que los invitados se volvieron a mirar a la mujer que bailaba con el senador. A Alex le ardía la espalda, en la que notaba aquel escrutinio.

      La timidez la hizo arrastrar los pies.

      –Aquí, Alex –Phillip se llevó la mano a la sien y la volvió a colocar en su cintura–. Mírame y no te preocupes por ellos. No existen.

      Ojalá fuera así. Claro que ella había tenido la oportunidad de que lo hubiera sido de haber aceptado la propuesta de Phillip de echar a los invitados. No le cabía duda alguna de que, de haberlo hecho, todo el mundo estaría en su limusina con chófer, camino de casa.

      ¿Por qué no había accedido?

      Hizo lo que él le decía y lo miró a los ojos. Él la hizo dar vueltas a la pista al compás de la música clásica que emitía un invisible sistema de sonido.

      La multitud desapareció y ella notó las manos de él en su cuerpo, tal como lo había soñado. Bueno, no exactamente igual, porque en sus fantasías estaban desnudos.

      Mientras él la observaba atentamente, comenzó a sentir un calor en la piel que se dirigió directamente al centro de su feminidad.

      –¿Lo ves? –murmuró él–. Mucho mejor.

      En efecto: la noche, un hombre que la tenía en sus brazos… Sí, todo mucho mejor.

      Pero no era el vestido el que tenía poderes mágicos, sino Phillip. Ella se transformaba al estar con él y dejaba de ser una persona que, por miedo a hacer el ridículo, trataba de pasar desapercibida para convertirse en una mujer que podía estar con un hombre como él, a pesar de ser socialmente opuestos.

      Y deseaba aprovechar esa magia mientras durase. Tal vez pudiera, aunque fuera solo esa noche.

      Capítulo Dos

      Phillip no se apartó del lado de Alex en toda la noche.

      Era algo dulce y embriagador. Ella perdió la noción del espacio y el tiempo y, como le había dicho él, se olvidó del resto de los invitados, que la estarían juzgando.

      Phillip era un hombre increíble, que la hacía sentirse especial. Su alma hambrienta devoraba la atención que le ofrecía y reclamaba más.

      Podría acostumbrarse sin problema a ser el centro del mundo de Phillip, al brillo de sus ojos azules al mirarla, a lo ligero que sentía el corazón cuando él…

      Alguien le dio un golpecito en el hombro, y se sobresaltó. Miró hacia atrás. Era Cass. Alex casi se había olvidado de la presencia de su amiga en la fiesta.

      Phillip la saludó asintiendo con la cabeza.

      –Señorita Claremont, lamento no haberle dicho antes que está usted radiante. Gage es un hombre afortunado.

      –Sí, ha estado usted muy ocupado para fijarse en mí –afirmó Cass con descaro–. Me aseguraré de que Gage me lo compense después.

      Alex tuvo ganas de abofetearla, pero para eso tendría que quitar las manos de los hombros de Phillip.

      –Necesito hablar con Alex –explicó Cass, y Alex estuvo a punto de sollozar cuando Phillip la soltó.

      Cass se la llevó al tocador y saludó a dos actrices de Hollywood que salían cuando llegaban ellas. Alex no sabía quiénes eran, pero las celebridades vivían en un mundo al que ella no pertenecía. Cass, por el contrario, no solo sabía cómo se llamaban, sino que pertenecía al mundo de la gente guapa que nunca decía nada inadecuado.

      Alex no estaba celosa, sencillamente, era un hecho. Quería a la directora general de Fyra como a una hermana. Cass había insistido en que se hiciera cargo de la dirección financiera de la empresa, a pesar de que sabía que, por ser una adolescente rebelde, había sido juzgada y podía haber ido a la cárcel.

      Estaba en deuda con ella por haberse arriesgado a hacerla socia de la empresa y, si era necesario, se sumergiría en los números hasta la muerte.

      Sin embargo, eso no implicaba que le perdonara la interrupción.

      –¿Qué es eso tan importante? –masculló en cuanto se hubo cerrado la puerta del tocador. Estaban solas–. Estaba bailando.

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