El escándalo del millonario. Kat Cantrell
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Mientras iban hacia allí, había estado pensando en cómo volvería, ya que pensaba marcharse pronto de la fiesta. Estaba segura de que acudir a la fiesta de Phillip era la peor idea que había tenido en su vida. Era curioso cómo habían cambiado las tornas.
–Es medianoche –afirmó Cassandra señalando el reloj de pared–. Tenemos un hijo que no sabe de horarios y que se despertará a las seis de la mañana.
Alex miró el reloj consternada, con la esperanza de que indicara alguna hora menos. Pero las manecillas no se habían movido. ¿Por qué era ya medianoche? Esa noche no debería acabar nunca porque, por la mañana, ella volvería a ser invisible.
–Habéis contratado a una niñera –dijo a la desesperada–. ¿No puede ella levantar a Robbie?
Era una extraña conversación. Robbie era el hijo que Gage Branson tenía de una relación anterior. Alex nunca hubiera creído que Cass iniciaría una relación sentimental con un padre soltero.
Sin embargo, Gage y ella eran muy felices. Eran muy optimistas al haberse enamorado, a pesar de todas las complicaciones. Alex esperaba que, contra todo pronóstico, tuvieran juntos una vida larga y feliz.
Cass se echó a reír negando con la cabeza.
–Me gusta ser yo la que lo levante, siempre que puedo, ya que Gage y yo, de momento, vivimos en ciudades distintas. Si quieres quedarte, no tienes más que decírmelo. Puedes tomar un taxi para volver.
Así era Cassandra, la que solucionaba los problemas.
–No puedo quedarme –dijo Alex.
Cass sacó del bolso el ultimo pintalabios lanzado por Fyra Cosmetics y se retocó los labios.
–¿Por qué?
Porque la idea de quedarse sin la red protectora de su amiga le producía casi pánico. Aquello era una fiesta, un sitio en el que se sentía muy incómoda.
Mientras bailaba con Phillip no se hacía idea de cómo pretendía él acabar la noche. ¿Y si había malinterpretado los indicios? No tenía mucha práctica en esas cosas.
Se sentía muy bien cuando él le reía los chistes o se mostraba galante. Nunca tenía bastante de esas atenciones. Que le gustaran tanto era probablemente el mejor motivo para alejarse de aquella posible relación, antes de que la cosa fuera a más. Encapricharse de un hombre con esa rapidez solo podía crearle problemas.
–No quiero que las cosas se compliquen entre Phillip y yo.
–Cariño, las cosas ya se han «complicado» –Cass acompañó la palabra entrecomillándola con los dedos, toda una hazaña, considerando que seguía teniendo el pintalabios en la mano–. Te guste o no. Has venido a la fiesta únicamente por él. Te gusta y quieres ver hasta dónde vais a llegar. ¿Me equivoco? Si no, ¿por qué iba a haber dedicado tanto tiempo a convencerte para que te pusieras ese vestido?
–Me gusta Phillip, pero…
–No me digas que es otra vez por tu madre. No eres ella. Que tu padre fuera una rata no significa que todos los hombres lo sean.
Alex apretó los labios. Era cierto que el divorcio de sus padres tenía mucho que ver con su cautela, pero Cass no entendía el profundo daño que le había causado y su influencia en muchas de las decisiones que había tomado y que seguía tomando.
A Alex la habían detenido en la adolescencia porque intentaba vengarse de sus padres por haberse separado. Después, cuando su madre la hubo enderezado con mucha paciencia, se dio cuenta de que las cosas no eran blancas o negras, como suponía. Por eso, los sentimientos no debían intervenir en una relación.
El amor era confuso y complicado.
Era mucho mejor pasar desapercibida y centrarse en las cifras del balance general de Fyra.
–¿Quieres quedarte? –le preguntó Cass a bocajarro. No cabía error posible sobre lo que verdaderamente le estaba preguntando.
Quedarse significaba dar luz verde a Phillip. La llevaba contemplando toda la noche como un caballero, sin presionarla, pero no había que ser un genio para percatarse de que el senador quería algo más que bailar.
De no haber sido Cass, Alex habría mentido.
–Sí, pero…
–Pero nada –Cass la agarró de los hombros. Con tacones, ambas medían casi lo mismo–. Lo estás poniendo muy difícil. Nadie te pide que te cases con él. Se trata de este momento, de ese hombre y de lo que deseas. Ve a por él.
Alex se sintió algo más tranquila.
Parecía muy sencillo. No debía preocuparse por lo que no podía controlar, sino limitarse a disfrutar de la atención que le proporcionaba un hombre por el que llevaba semanas babeando. No debía suponer que él buscaba algo más que sexo; mejor incluso, debía conseguir que este fuera tan bueno que él perdiera todo interés en lo que no fuera lo bien que se hacían sentir mutuamente.
¿Qué mal había en tener una breve aventura con un hombre del que se había encaprichado? La magia no tenía por qué acabar a medianoche.
Se estremeció. Llevaba mucho tiempo sin tener sexo que no fuera con un aparato a pilas, y Phillip era muy adecuado para reintroducirla en los placeres de la carne. Al fin y al cabo, era un excelente ejemplar de la especie.
–Despídeme de Gage –dijo con firmeza–. Tengo que seducir a un senador.
Alex se había marchado hacía cinco minutos, pero ya se había formado una cola de gente para hablar con Phillip de cosas importantes y urgentes. Una de esas personas era su padre, al que llevaba más de una semana sin ver fuera de Washington. De todos modos, sus caminos no solían cruzarse, ya que su padre era miembro del Congreso.
Habían hablado de un proyecto secreto sobre energía, pero Phillip no podía concentrarse en lo que el congresista Robert Edgewood le decía, ya que buscaba con la mirada a Alex, de cuya compañía quería seguir disfrutando.
Por fin divisó su brillante vestido. Ya era hora. Lo invadió una sensación de anticipación, la misma que había tenido toda la velada con ella. Lo que había comenzado siendo una forma de conocerla mejor, se había convertido en algo más.
Se separó de su padre con educación.
–Discúlpame.
Se acercó a Alex y el resto de los invitados se esfumó. Se inclinó hacia su oído y aspiró su aroma a pera madura. ¿Tan terrible sería que la probara?
Consiguió contenerse a duras penas. Alex había estado en sus brazos toda la noche, que era justo lo que necesitaba para dejar de pensar en Gina, y ahora quería volver a tenerla contra su cuerpo, aunque solo fuera para bailar.
Le gustaba estar con ella, cómo se sentía a su lado. Estaría de acuerdo con lo que Alex decidiera sobre cómo acabar la noche, pero sabía que ella podría aliviarle el ansia que sentía en el abdomen.
–Tienes razón –le murmuró al oído–.