El escándalo del millonario. Kat Cantrell
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Y ella, sin saber cómo, se giró y acabó en su regazo, sentada a horcajadas. Sin decir nada, porque no podría haber hablado aunque le fuera la vida en ello, le agarró las nalgas y la alineó con su cuerpo, antes de unir su boca a la de ella.
El beso lo encendió por dentro produciéndole una descarga de adrenalina y un estado de euforia.
Quería más.
Se lo debió de comunicar a Alex telepáticamente, porque ella abrió la boca mientras movía las caderas sensualmente contra la excitación más intensa que él recordaba en mucho tiempo.
El deseo estalló en él y se situó en el punto de contacto entre sus cuerpos. Estuvo a punto de acabar antes de haber comenzado. Separó la boca de la de ella jadeando.
–Espera –murmuró levantándose con ella en brazos. Ella le enlazó las piernas en la cintura y él se dirigió con paso inseguro a su dormitorio mientras ella le besaba y le chupaba eróticamente el cuello. Él creyó que iba a volverse loco.
–Eso no es esperar –dijo con voz ronca mientras la dejaba en el suelo y cerraba la puerta con el pie.
–No tengo mucha paciencia –para demostrarlo, se volvió de espaldas mostrándole la cremallera del vestido.
Él se la bajó y el vestido cayó a los pies de ella mientras se volvía hacia él. Estaba desnuda. Y sus senos lo cautivaron.
Phillip profirió un improperio.
–¿Intentas acabar conmigo?
–No, intento llevarte a la cama. Parece que no lo estoy haciendo muy bien, ya que sigues vestido.
Él se echó a reír, se desvistió, la tomó en brazos y la dejó delicadamente en la cama. Se tumbó a su lado dejándose envolver por su fragante y afrutado aroma.
–Llevo mucho tiempo fantaseando con este momento –confesó ella.
Su sinceridad lo conmovió.
Notó una dulce calidez en el pecho mientras se miraban. Se suponía que aquello solo iba a ser un encuentro entre dos personas, sin expectativas. Pero se percató de que no iba a ser posible con alguien tan especial como Alexandra Meer.
Ella le despertaba emociones que hubiera jurado que estaban congeladas, sentimientos que no querría experimentar por otra mujer. Pero era difícil reprimirlos.
Ella le gustaba. Era inteligente y emprendedora, con un toque de vulnerabilidad que la diferenciaba de las mujeres que había conocido. Le había gustado desde que la había conocido.
Reconocía que a él le pasaba lo mismo.
–Yo también.
La besó y ella deslizó su suave pierna entre las de él, provocándolo, tentándolo y torturándolo a la vez. La deseaba tanto como parecía que ella a él.
Buscó en la mesilla de noche un preservativo. Estaba seguro de que quedaban desde la última vez que había llevado a una mujer a su casa, tal vez hiciera ocho meses. ¿Un año? Al principio no los encontró, pero, finalmente, halló uno.
Lo abrió, se lo puso y ella volvió a colocarse a horcajadas sobre él. Al cabo de una eternidad, él la penetró y sus cuerpos se unieron de golpe. La sensación fue tan maravillosa que Phillip apenas pudo soportarla. Ella era increíblemente exuberante y sensual.
Se movieron a un ritmo que les pareció nuevo y electrizante. Ella le daba tanto como recibía, y la mente de él se vació de todo salvo de devolverle el placer. Fueron elevándose cada vez más. Los gemidos de ella lo impulsaban a seguir. Alcanzaron el clímax a la vez.
Él apretó el cuerpo tembloroso de ella contra el suyo sin querer volver a soltarlo.
Seguía deseándola, a pesar de que acababan de terminar. Normalmente prefería recuperarse solo, pero no se cansaba de aquella mujer increíble.
Claro que la deseaba, pero el sexo no era el principio y el fin. Quería explorar la conexión que habían sentido desde el principio.
El sexo había sido tan estupendo como pensaba, pero creía que, con una vez, la atracción desaparecería y pasaría página. Se había equivocado de medio a medio. No había desaparecido, lo cual era un problema.
Debía lograr que ella se fuera de su cama antes de comenzar a ensayar mentalmente un precioso discurso para convencerla de que se quedara a pasar la noche. Era más que un aviso para que él se levantara. Nunca había dormido con una mujer que no fuera Gina. Y esa noche no iba a empezar.
Más tarde llevó a Alex a su casa personalmente, en vez de pedirle a Randy, el chófer, que lo hiciera. No se animaba a dejarla marchar. La noche había acabado demasiado pronto.
Y, aunque no podía darle todo lo que se merecía, no quería que Alex saliera de su vida.
Aunque habían dicho que no se crearían expectativas, eso no implicaba que no le pidiera que se volvieran a ver. Al fin y al cabo, no sabía lo que ella buscaba en una relación. ¿Cómo sabía que lo que le podía ofrecer no era suficiente, si no hablaban del asunto?
En la puerta de la casa de ella, al norte de Dallas, la besó para despedirse y volvió a mirar su hermoso rostro. Al día siguiente llevaría de nuevo vaqueros y camiseta.
Quería volver a verla, con independencia de lo que llevara puesto.
–¿Puedo llamarte? –preguntó con voz ronca–. Te invito a cenar.
Ella le sonrió.
–Acepto encantada.
Phillip repasó mentalmente su calendario y lanzó una maldición. Debía volver a Washington al día siguiente y no planeaba regresar a Dallas en un futuro próximo.
–No puedo darte una fecha, pero no es porque no quiera. Tengo que volver a Washington. El deber me llama.
–Recuerda, Phillip, nada de expectativas –ella le tomó el rostro entre las manos–. Me gusta estar contigo, pero no voy a sentarme al lado del teléfono a esperar a que llames. Tengo que dirigir una empresa. Yo también estoy ocupada. Llámame cuando tengas tiempo.
La miró un poco sorprendido. Ninguna de las mujeres que había conocido le hubiera dicho algo así. Alex era otra cosa.
–Eres muy amable.
Ella se encogió de hombros.
–Merece la pena esperarte.
Aquello era una locura. En vez de explorar su mutua atracción y tratar de eliminarla, estaba intentando hacer malabarismos con su horario para volver a verla. Debería regresar corriendo al coche y alejarse a toda velocidad en busca de una mujer más adecuada para ser la esposa que necesitaba.
Esa mujer entendería que no podía serle desleal a Gina, estaría a su lado en las reuniones sociales de Washington y se sentiría a gusto llevando un modelo de alta costura y maquillaje. La esposa que necesitaba entendería que su carrera exigía que ella sacrificara la suya.
Y, sobre todo, no le provocaría todas aquellos