Una aristócrata en el desierto - Matrimonio en juego. Maisey Yates
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Había reducido sus necesidades a una sola hacía tanto tiempo que no podía recordar cuándo y dónde había enterrado sus deseos. No recordaba la última vez que había disfrutado de una cama suave, del sabor de una comida, o cuándo había soñado con acariciar las dulces curvas de una mujer.
Sin embargo, en el instante en que Olivia lo había tocado con sus dedos, todos aquellos sueños y fantasías habían regresado a él con la fuerza de un huracán.
Por primera vez en años, había ansiado comer algo dulce, tener una cama cómoda y blanda. Y ver lo que ella tenía bajo el vestido.
Por eso la había empujado de su lado. Experimentar su caricia lo había hecho sentirse tan vulnerable que no había podido resistirlo.
Por otra parte, Olivia tenía razón. Si iban a casarse, él no podría volverle la espalda a su deber como marido. Y como sultán.
Precisaba un heredero.
Aun así, todo era posible. Solo necesitaba organizar sus pensamientos y lo que su misión en la vida implicaba.
Habían hablado del rey que quería ser y, a pesar suyo, Tarek tenía que reconocer que Olivia estaba siendo de mucha ayuda. Apenas se reconocía a sí mismo en el espejo. No se parecía a la bestia que había salido del desierto. Cada vez más, parecía alguien digno de sentarse en un trono.
Le habían cortado el pelo, algo a lo que todavía estaba acostumbrándose.
Se sentía como si lo hubieran sacado de una mina. Necesitaba amoldarse a la luz. Y aprender a vivir en la superficie.
Pero sus artimañas para eludir a Olivia y recuperar el equilibrio iban a llegar a su fin ese día. Había quedado con ella para probarse su nueva vestimenta. Como si fuera una muñeca. Sin embargo, entendía que la ropa era clave a la hora de dar una imagen de sí mismo a los demás.
Ella llevaba vestidos de tejidos finos y lujosos que se ajustaban a sus fascinantes curvas con delicadeza. Era difícil apartar la vista de su cuerpo, en parte, por el corte de sus atuendos. Le daban, además, un aire de autoridad. Y le hacían parecer como pez en el agua. Como si se hubiera materializado de entre las gemas y el oro de las paredes de palacio.
En ese aspecto, haría un estupendo papel de sultana. Al menos, uno de ellos parecía nacido para ser el amo de un palacio.
Por su parte, él protegería a su gente. De eso estaba seguro.
Las puertas de sus aposentos se abrieron de par en par para dar paso al objeto de sus pensamientos. La seguía otra mujer empujando un carrito lleno de ropa con expresión de determinación.
–Esta es Serena. Ahora es la encargada oficial del guardarropa real.
–Hola, Olivia. Hace días que no hablamos – saludó él, ignorando su presentación.
–Hola – repuso ella–. Supongo que ese biombo servirá para que te vistas detrás.
Tarek miró a ambas mujeres, procesando la idea de que tenía que esconderse para vestirse. No tenía ningún sentido del pudor. Pero se imaginó que la sugerencia era por ellas, no por él.
Entonces, recordó el día en que Olivia le había tocado el pecho.
Sin duda, sería buena idea utilizar el biombo, decidió.
Serena acercó el carrito y él se escondió detrás del panel tallado de madera. Tomó el primer trapo que alcanzó, se desnudó y se lo puso.
Cuando salió, Serena se acercó a él con un metro en la mano. Le puso las manos en los hombros, midiendo aquí y allá. Él esperó sentir algo parecido a lo que había experimentado cuando Olivia lo había tocado, pero no fue así.
No sintió nada más que la fría presión del metro y el contacto de la otra mujer sobre la ropa.
Olivia se acercó con el ceño fruncido y gesto de apreciación.
–¿Qué te parece, mi reina?
–Te sienta bien. Aunque necesita algunos arreglos.
–¿Es la clase de ropa que debería llevar a la fiesta de coronación?
–¿Habrá una fiesta de coronación? – preguntó Olivia con los ojos muy abiertos.
–Sí.
–¿Y por qué no me lo has mencionado antes?
–Solo hemos hablado en dos o tres ocasiones. Una de ellas terminó muy mal – contestó él, mientras Serena se agachaba para medirle la pierna.
Olivia lo miró de arriba abajo y arqueó una ceja.
–Me hubiera gustado que me informaras de que iba a tener lugar un acto público de gran envergadura. Habrá que contar con los medios de comunicación, Tarek. Tenemos que decidir si vamos a aparecer como pareja o no. Yo voto que deberíamos.
–No hemos decidido qué vamos a hacer respecto a nuestra unión o separación.
–Tú no lo has decidido – replicó ella con determinación–. Yo, sí. Es aquí… donde tengo que estar.
–¿Es el poder lo que te atrae? – preguntó él, invadido por una oleada de rabia–. El poder corrompe, mi reina. No dejaré que eso pase de nuevo.
–No es lo que yo quiero. Me dijiste una vez que eras un arma. Yo soy una reina. Los dos queremos ser utilizados como deberíamos.
–Quizá podrías entretenerte como jefa de alguna clase de comité.
–No es lo que quiero.
–¿Tienes alguna clase de vínculo emocional con Tahar?
–Podría crearlo – aseguró ella con firmeza.
–No creo que sea bastante, Olivia.
–Quiero un… – comenzó a decir ella y apartó la vista un momento antes de continuar–. Quiero un hogar, Tarek. Más que nada, quiero tener mi hogar, un lugar donde no me sienta extraña ni innecesaria. Y tú me necesitas aquí. Permíteme usar mis conocimientos. Déjame ser lo que puedo ser – rogó, la respiración acelerada hacía que su pecho subiera y bajara con rapidez.
–¿Solo puedes sentirte realizada a través del matrimonio? – inquirió él, observándola con intensidad–. Qué frustrada debes de sentirte. Tu futuro depende, entonces, de mi decisión.
Como un pájaro atrapado en una jaula, el pulso de Olivia le saltaba en el cuello a toda velocidad. Él sintió el deseo de tocarlo con el dedo, sentir su latido, la suavidad de su piel.
Aquel simple pensamiento hizo mucho más para calentarle la sangre que todo lo que Serena estaba haciendo con la cinta métrica.
–¿Tengo