Una aristócrata en el desierto - Matrimonio en juego. Maisey Yates

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Una aristócrata en el desierto - Matrimonio en juego - Maisey Yates Libro De Autor

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lo has decidido.

      Con un torrente de adrenalina corriéndole por las venas, Tarek dejó que fuera su cuerpo el que tomara la iniciativa.

      Rodeándola de la muñeca, atrajo la mano de ella hasta su pecho y se la colocó sobre el acelerado corazón.

      Como respuesta, a ella le brillaron los ojos y, al instante, comenzó a mover la mano sin necesidad de que la sujetara. Le recorrió el pecho, los músculos del abdomen. Él no hizo nada para detenerla. No podía comprender cómo una mano tan suave podía causarle un impacto tan grande. Era como si una pluma fuera capaz de derrumbar una montaña.

      El fuego se extendió por todo su ser, doblegándolo bajo los dulces dedos de Olivia. En ese momento, ella era la diosa de su universo, la dueña del aire que respiraba.

      Olivia dio un paso más y, con la otra mano, lo sujetó de la nuca. En la batalla, Tarek había visto a soldados jóvenes e inexpertos actuar como él, paralizados ante el avance del enemigo a pesar de que sabían que lo mejor era huir. La morbosa fascinación de la tragedia era demasiado poderosa como para darle la espalda.

      En ese instante, al igual que ellos, Tarek se sentía privado de todo instinto de protección. No era capaz de resistirse.

      Por eso se quedó allí, clavado en el suelo, hipnotizado.

      Aunque, en lugar de ver cómo se acercaba a su rostro un filo de acero, tenía la mirada entrelazada con los ojos azules de aquella mujer.

      Olivia hizo una pausa. Cuando se humedeció los labios rosados, él sintió la urgencia de abrazarla y completar la tarea. Casi le temblaba el cuerpo de tanto contenerse.

      Ella era la prueba viviente de que no era necesario tener un puño de hierro para ostentar el poder. Una caricia podía conseguir mucho más que una espada. Olivia había conseguido adentrarse en partes vedadas de su corazón, había despertado necesidades por largo tiempo dormidas. Ansiaba sentir su contacto, saborear su piel, su calor, tener el cuerpo de una mujer bajo el suyo.

      Una batalla estalló en su interior, dividido entre el deseo de recuperar el control y apartarla de su lado o rendirse a los oscuros deseos que lo inundaban.

      No podía negar la conexión física que había entre los dos. Podía ser algo beneficioso para su matrimonio, se dijo. Siempre y cuando aprendiera a dominarla.

      Por eso, se quedó allí parado, dejando que fuera ella quien lo tocara. Hasta que, con la respiración entrecortada, Tarek se apartó.

      –¿Qué pasa?

      –Es bueno que estés fascinada por mí. Parece que para ti es importante. Aun así, creo que la consumación de nuestra unión debe esperar hasta nuestra boda – indicó él, cerrando la puerta de sus emociones.

      –Esa forma de pensar está pasada de moda.

      –No es una cuestión de valores. Es porque no quiero que ni tú ni yo perdamos la concentración.

      –No veo por qué me va a resultar difícil desempeñar mis tareas diarias porque tengamos una relación. Eres un hombre guapo, pero no creo que vayas a distraerme por eso. Aunque tampoco me parece mal que nos demos tiempo para conocernos mejor. No acostumbro a acostarme con extraños.

      Contemplando al ser femenino que tenía delante, Tarek se dio cuenta de que había muchas cosas que los separaban. Él había visto cosas terribles, aspectos de la vida que nadie debería tener que conocer jamás. Había soportado un dolor capaz de matar a la mayoría de los hombres. Aun así, no sabía nada de las personas, ni de las relaciones. Era un ignorante en todo lo relacionado con la pasión.

      Al contrario que él, ella era poseedora de esos secretos. Eran misterios que brillaban en sus ojos azules. E intuía que los compartiría con él, si se lo pidiera.

      Sin embargo, cuando llegara el momento de experimentar la pasión, Tarek quería que fuera por decisión propia. Quería tener las cosas bajo control. No iba a dejar que su cuerpo estuviera sometido a sus anhelos.

      Y, mucho menos, que fuera esclavo del deseo.

      Era un hombre con años de práctica en negar sus propios apetitos. Y podía seguir así hasta que considerara que era capaz de hacerlo sin perder las riendas de sí mismo.

      –No sé si algún día dejarás de tenerme por un extraño. Pero llegará el momento en que me llames marido.

      –Entonces, en ese momento, podremos tener una relación sexual.

      –Supongo que sí.

      Ella parpadeó y tomó aliento, como si necesitara un instante para recuperar la compostura.

      –No eres como esperaba.

      –¿Qué esperabas?

      –Un hombre – repuso ella.

      –¿En qué sentido?

      –Nunca había conocido a ningún hombre que presentara tanta resistencia. Creí que tendrías deseos de estar conmigo cuanto antes. Quizá llegué a conclusiones precipitadas.

      Tarek percibió un atisbo de vulnerabilidad, como si la ofendiera lo que ella interpretaba como indiferencia.

      Pero no era indiferencia. Sino todo lo contrario.

      –Lo siento, mi reina. He pasado demasiado tiempo lejos del mundo como para saber cómo se supone que tengo que reaccionar a determinadas cosas.

      –De alguna manera, conseguiré que eso juegue a tu favor, Tarek – afirmó ella, mirándolo de cerca–. No sé cómo, pero haré que nos beneficie a los dos.

      Tras dedicarle una última mirada, Olivia se dio media vuelta y salió de su habitación.

      Medio vestido con las ropas nuevas, el sultán se sentía como un hombre distinto.

      O, tal vez, era Olivia quien lo hacía sentirse así.

      Olivia se mantuvo fiel a su decisión de no volver a estar delante cuando Tarek se quitara la camisa. Porque, cada vez que lo veía desnudarse, la abandonaba el sentido común. En parte, estaba horrorizada por sus acciones, aunque también le parecían justificadas. Si iba a ser su marido, tenían que llegar a un acuerdo a ese respecto. Sin embargo, lo que le preocupaba era cómo el autocontrol la abandonaba cuando estaba a su lado.

      Le asustaba lo mucho que lo deseaba. Y le avergonzaba habérselo demostrado.

      Debía protegerse a sí misma. Debía fingir desinterés para atraer al otro. Eran los juegos que Marcus y ella habían practicado, incluso después de casados.

      Ella había amado a su marido, pero ambos habían vivido vidas separadas. Habían tenido cuartos separados. Y había habido cosas de él que ella nunca había querido saber.

      Por otra parte, lo que sentía por Tarek no se parecía en nada a lo que había experimentado por Marcus. Al sultán, no lo conocía. Pero estaba fascinada por su cuerpo, más de lo que nadie la había fascinado jamás.

      Solo había estado con un hombre en su vida, por lo que la tentación

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